Ir al contenido principal

Destacados

Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 3, Capítulo 4 - ¡Rashem y Ayamis! ¿Existen o no?

I -... Y eso no es todo –Dijo Jiyande- hemos encontrado estatuas del Morganita Coral y otros tres soldados. Además de que la orden de Scrania está petrificada. Mondo y Lord Metin se miraron. Su mirada no pasó desapercibida a los ojos de Jiyande. -¿Qué es lo que saben y no nos están diciendo? ¡Hablen! -Coral era el orador de los soles. Estaba buscando algo, aunque no sé qué –Dijo Mondo. -Entonces el que mató al antiguo Orador, ¿fue él? Ya veo. Bueno, es un asunto interesante. Surtur entró en la sala. -Jiyande, tengo noticias y temo que no son agradables. -¿A qué te refieres? Si es por lo de Astinus y su dragón... -No, hemos revisado la biblioteca junto a los supervivientes que hemos logrado despetrificar. -¿Han dicho algo...? -Sí, ojos azules y pelo rubio. Es todo lo que llegaron a ver. -Mondo quédate aquí. Iré a ver a esos supervivientes. Mientras Lord Metin se iba, Surtur observaba su espada oscilar. Tomó una decisión. -Iré con él. Jiyande asintió. -¿Qué pueden querer de alguien que p...

Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 1 - Capítulo 2: ¡Enfrentamiento en la tumba de Mincar!­­


I

En la parte más lujosa del castillo de Miltran se estaba llevando a cabo una celebración. Una extraña y sobrenatural bruma roja se elevaba hacia el cielo como si fuera un brillante escudo carmesí.

La niebla formaba una barrera infranqueable hacia las puertas del castillo.

La lluvia caía copiosamente sobre ellos dos. La reina roja y Kait debían entrar de cualquier manera posible.

Estaban envueltos en sus capas de viaje negras y armados mágicamente. El problema radicaba en cómo pasarían aquella inquebrantable defensa.

Los informes acerca de los Minotauros estaban poniendo nerviosa a la gente de Syrup, y esa niebla roja no daba tranquilidad.

— ¿Qué hacemos ahora, Reina?

—Como alquimista, tengo una habilidad única: los polvos evanescentes. Nos van a permitir entrar en las mazmorras y rescatar a tu amigo.

La reina sacó unos polvos que esparció sobre ellos y dos segundos después estaban en las mazmorras.

—¿Pueden hacer eso los alquimistas? —dijo Kait mientras la Reina roja lanzaba los polvos sobre ellos dos y aparecían en el calabozo.

—Así es, mi maestra me lo enseñó, los polvos evanescentes fueron usados por primera vez en... ¿Me estás escuchando? —Kait no le prestaba atención, trataba de seguir los olores que provenían de los muertos. Entre ellos distinguió dos olores de dos vivos.

—¡Se fueron por allá!

—¿Fueron? —inquirió la reina—. ¿No era uno solo?

—Parece que alguien lo está ayudando —dijo Kait—. La pregunta es ¿quién?

Caminaron por el laberíntico complejo de mazmorras. El olor ocre a muerte era demasiado fuerte. Tuvieron que detenerse varias veces por las náuseas de Kait.

La reina roja caminaba como si explorara el lugar buscando algunas bayas secas.

—Parece que no es la primera vez que entras a un lugar como este.

—¡Bah! Ni que fuera para tanto —dijo la Reina—. ¿Escuchaste?

—¿Qué cosa?

—¿No te parece extraño? Huele a muertos, pero no hay nadie detrás de las rejas.

Kait entró en una celda que estaba abierta y se fijó. Obviamente la Reina tenía razón.

En la celda había olor a muerto, pero no había ninguno de ellos. ¿Qué estaba pasando?

De repente un temblor lo sacó de sus cavilaciones. La reina entró en la celda y la cerró con unos polvos que llevaba en una bolsa de su cinturón.

—¡Silencio! —le murmuró por lo bajo.

Kait aguardó con el corazón en la mano. Sentía que algo iba a pasar, algo terrible, y entonces como si alguien hubiese leído sus pensamientos, un ojo enorme apareció en la reja. Sabían muy bien lo que era: Una Liana.

Las Lianas son una especie de víboras gigante que vive en los pantanos, supuestamente, al oeste de Relien. Pero lo importante en aquel momento era ¿qué hacia allí?

—Una Liana ciega. Ahora entiendo por qué el olor a muerte sin cadáveres —dijo en un susurro la reina.

Sacó de entre su pelo platinado una aguja y la lanzó hacia fuera de la celda.

Mirando mejor, no era una aguja: ¡Era un pelo de su cabeza!

El pelo golpeó contra una roca lejana y la Liana se alejó en esa dirección. La reina cruzó sus dedos y abrió la reja, rezaron para que la Liana no los escuchase. Kait la siguió camino abajo. Las mazmorras parecían bajar.

¿Así que esta chica era la famosa reina roja? ¿Era de confiar? Mientras pensaba en esto llegaron a una sala grande.

—Vaya, parece que he equivocado la salida.

—¿Qué es este lugar?

No hacía falta que ella se lo dijera. Era un Mausoleo. ¿Qué hacía un Mausoleo en aquella cripta sucia y polvorienta?

Las paredes estaban decoradas con nichos, los cuales seguramente tendrían un muerto dentro. Kait tenía miedo de que a la Liana se le ocurriera pasar por allí y así se lo explicó a la Reina, a lo cual ella negó.

—¿Ves estos círculos con distintas formas en el suelo? —preguntó ella.

Era verdad, había círculos de prohibición en el suelo, aunque parecían inactivos.

—No, despreocúpate, están activos, lo sé —dijo ella, como leyendo su mente.

¿Era su impresión o la reina roja había esquivado su mirada? Acaso...

—¿Cuál es tu relación con este lugar? —preguntó decidido Kait. La Reina seguía examinando los círculos y triángulos del piso, ocultando el rostro tras su mata de pelo platinado y largo.

—Estos dibujos. ¿Qué tipo de alquimia son? Porque si no estoy equivocado, vos los tallaste, por eso te manejabas bien en las mazmorras. Incluso sabías cómo despistar a la Liana. ¿Cuál es tu ganancia en acompañarme? —Ella bajó su mirada—. ¡Mírame cuando te hablo!

—Sí, es verdad —dijo finalmente— cuando aún era pequeña y mostraba dotes para la alquimia, mi madre me trajo a este castillo construido sobre la tumba de Mincar, clérigo de Nitsurg. Eso que ves en el medio es su tumba.

Kait observó fascinado la estructura. Era una bóveda grande cerrada y protegida por la estatua de una Valquiria.

—El rey de aquel momento me pidió que sellase un arma tan peligrosa como divina: la espada de la escarcha; y como soy una de las ultimas que sabe el código Valquiriano, en fin, es lo que he tratado de obtener.

Kait pensó un momento en todo lo que le revelaba aquella chica. No entendía mucho de alquimia y alquimistas, pero de algo estaba seguro: esos sellos en el suelo eran una trampa para quien intentara abrir la bóveda que ocultaba a la espada.

—¿Por qué quieres la espada? —se le ocurrió preguntar, pero inmediatamente calló. Algo se movía impaciente en la entrada del mausoleo: La Liana los había seguido. Se quejaba en un lamento de dolor ya que los círculos no permitían su entrada.

Una niebla roja empezó a cubrir el suelo e inmediatamente se dieron cuenta de su error. La Liana no había huido, había ido a buscar a los Minotauros. Venían de las dos entradas. Su olor fétido y repugnante les llenaba los pulmones.

—¡Tenemos que huir! —gritó Kait, pero la Reina estaba en trance. ¡Qué demonios!

Sacó una flecha y se la clavó a un minotauro en el pecho provocándole una muerte instantánea.

Siguió disparando flechas a mansalva contra las bestias que caían una tras otra.

En un rincón había uno de ellos vestido de Clérigo ¿qué hacía? Lo inquietaba sin dudas. No dejaba de rezar justo sobre uno de los círculos de transmutación.

¡¿Sobre un círculo de transmutación?!

¡Estaba desactivando el resto de los círculos! ¡Maldito clérigo!

Una flecha salió despedida de las manos de Kait y se incrusto en la frente del Clérigo traspasando su cerebro de lado a lado.

—¡Es tarde, intrusos! ¡Ahora morirán!

La niebla roja cubrió todo. Se oyó el sonido del arco y la flecha y un entre chocar de espadas, además del grito mudo de la Liana.

La niebla y los sonidos fueron apagándose de a poco. Una silueta se perfiló contra la pared. Al cabo de unos segundos, y mientras la niebla se disipaba, el perfil de la reina roja fue apareciendo. Pero había alguien más. La imagen dejó mudo a Kait, aunque no así a la reina roja: La valquiria había bajado de su pedestal y los había ayudado. Kait no entendía nada hasta que la Reina roja se explicó.

—Mientras el Clérigo de los Minotauros desactivaba los círculos de transmutación yo usaba lo que él desactivaba poniéndolo en la estatua, de esa forma le di vida.

—¡Eres increíble!

—Por suerte para nosotros, la activé a tiempo. La niebla roja no le afecta, y la Liana era pan comido.

Kait miró a su alrededor. La Liana se había empezado a evaporar, que es lo que hacen ellas cuando mueren, y los cadáveres de los Minotauros estaban bien muertos. Algunos con flechas otros a espadazos. ¿Pero que usaba la Reina roja de arma? Miró esas pequeñas manos y vio lo que en ellas habíaDisponía de un par de Katar manchadas de sangre.

Las Katar son armas propias de ladrones y asesinos experimentados, incluso él mismo tenía una de esas en su casa, sus puntas afiladas lo están incluso después de cada muerte y absorben cualquier tipo de veneno que toquen.

Según lo que se decía, los enanos en las minas de Adberich fabricaban esas armas. Incluso se decía que los enanos que habían fabricado el Mjolnir, el martillo de Thor, aún seguían vivos.

La Reina roja se acercó al lugar donde había estado la Valquiria y trató de empujar la bóveda.

Kait observaba a la Valquiria. Había escuchado historias de las guardianas del Valhala, diosas de la eternidad, pero nunca había visto a ninguna de ellas. Su apariencia era hermosa e incorruptible.

Si aquella Valquiria hubiese sido humana tal vez hasta lo hubiera enamorado. Sin embargo, a pesar de su hermosura, era de una peligrosidad temible.

—¡Ey! ¡Ayúdame con esto ¿quieres?! —le gritó la Reina roja— ¡Pesa mucho!

—¿Y dices que ahí dentro se encuentra la espada de la escarcha? No creo que sea tan fácil abrirla.

—No entiendo —dijo ella dejando de esforzarse en vano—. He roto todos los sellos del ataúd y no puedo abrirlo.

Kait limpio un poco el polvo de la tumba y leyó en voz alta:

"Para aquellos cuya codicia no abandonan la espada estará sellada. Solo la estela de..."

Paró de leer ya que el resto estaba ilegible.

—¿La estela de qué?

—No sé, no se llega a leer, parece erosionado por el tiempo.

Sin embargo, Kait había comprendido a que estela se refería: "Estela de dragón", Su cuchilla.

Nunca había entendido, desde que perdió la memoria, por qué tenía aquella arma. Nunca había pasado de ser una cuchilla muy afilada. Jamás había pasado de mostrar siquiera un síntoma de magia. ¿Podría ser que estuviera destinada a él?

Observó detenidamente a la Valquiria que se le había puesto detrás. Pensó por un momento que lo iba a atacar, pero, en cambio, lo empujó a un lado suavemente y con paso rápido se subió a la tumba de Mincar clérigo de Nitsurg.  Estela de dragón encajaba allí, se veía a la legua. ¿Pero cómo llegó a él? ¿Por qué no recordaba nada?

—Vaya, tenía información de que esto me podría resultar trabajoso, pero no tanto... ¿Por qué habrán borrado la continuación del texto?

Kait se decidió por fin.

—Toma.

—¿Qué es esto? ¿Un cuchillo?

—Lo encontré en mi casa cuando me «desperté» después de perder la memoria, es mi cuchilla preferida: "Estela de dragón".

La reina lo miró como sin creérselo. ¿Cómo pudo olvidar esa arma? ¡Era legendaria! ¿Acaso ese chico era parte de la leyenda?

La Reina lo miró disimulando un poco. Si era verdad que había perdido la memoria, sería mejor tomar la espada y salir de ahí cuanto antes. Pero se había comprometido a ayudar a Ishtar y ella era mujer de palabra.

—Reina, ¿cuál es tu verdadero nombre? —preguntó Kait.

—Te lo diré si sobrevivimos. Dame a Estela de Dragón —pidió.

Kait le entregó el cuchillo y ella lo observó detenidamente. Parecía una simple cuchilla.

—Debemos rezar antes.

—Sí.

En silencio elevaron sus plegarias a la conciencia mágica, pidiendo por el bien, la justicia y que esta los cuide.

Al finalizar, La Reina y Kait pusieron sus manos juntas en la Estela y penetraron justo en una ranura debajo de donde estaban aquellas palabras. Una luz brillante los dejó ciegos durante unos segundos. Cuando volvieron a abrir los ojos la tumba estaba abierta, el esqueleto estaba allí, pero... ¿Y la espada?

La Valquiria los observaba atentamente. ¿La valquiria? ¡Por supuesto!

La Reina se acercó a la estatua que sostenía en sus manos aquella espada. Observó los cadáveres de los Minotauros. ¿Cómo una espada común podía haber hecho eso? Había al menos veinte Minotauros y ellos, contando a la estatua, eran tres.

La Reina tomó la mano que sostenía la espada y con un movimiento suave la retiró. La estatua sonrió y se volvió polvo: habían obtenido la espada de la escarcha.

La espada se descascaró y brilló con un tono frio y etéreo. Sin embargo, el mango calentaba. Primero fue tibio y luego subió sin control. Tuvo que soltar la espada y dejarla caer.

—¿Qué pasó? —inquirió preocupado Kait— ¿Estás bien?

—¡Es la espada de la escarcha! —explicó la Reina— ¡Me quemó la mano! ¡Me rechazó!

¡Kait! ¡Tómame! ¡Tómame! Hazme parte de tu alma.

Kait miró para todos lados. Fue como cuando obtuvo el arco. ¿Acaso aquella arma también le pertenecía?

Observó la espada tirada en el suelo y la tomó. Un halo brillante contorneó la espada. No quemaba ni nada parecido. Era como una versión más poderosa de Estela de dragón.

Observó allí, en el suelo, donde había estado el polvillo de la estatua, ahora había un cinto y una vaina. Los tomó y se los acomodó.

—¡Gracias, Mincar!

La Reina lo observó, asustada.

—¿Quién es este chico? —pensó.

—Es mejor que encontremos a Ishtar, vamos.

La Reina se puso de pie.

—¡Espera! Dime una cosa antes de que sigamos. ¿Eres el hijo de Wikof? —inquirió sin preámbulos la chica—. Puedes tomar la espada de la escarcha de Mincar y el arco mágico de aquel viajero. ¿Quién eres?

—¿Wikof? —Kait pareció sopesar aquella palabra como si fuese de un lenguaje perdido, su rostro se ensombreció—. No recuerdo nada de mi pasado, ningún Wikof estaba allí cuando yo lloraba —le explicó—. Cuando me despreciaban ––continuó y comenzó a caminar en sentido contrario por el que habían llegado hasta ahí—. ¿Vienes?

 

II

La niebla roja cubría la sala. Ishtar y Gerard habían logrado colarse silenciosamente en la misma. Era el salón de armas. Allí estaban todas aquellas armas que el rey de Miltran les quitaba a sus víctimas, pero por alguna razón estaban protegidas en el fondo de la sala por Minotauros.

Ishtar, que confiaba plenamente en Gerard y su ojo interior, se dejaba guiar como si él fuera el ciego y el otro el perro lazarillo.

—Toma esto —Gerard le extendió algo y enseguida se dio cuenta de lo que era: un arma—. A la cuenta de tres te paras y apuñalas.

—Lo siento, no sé contar —dijo en tono burlón.

—Uno, dos... ¡Tres!

Ambos se pusieron de pie y apuñalaron a las bestias justo en la garganta. Los Minotauros murieron en el momento sin saber qué los había golpeado.

La niebla desapareció sin dejar rastro alguno y dejándolos al descubierto. Cada vez que veía a uno de aquellos seres ser controlados por alguien la rabia se encendía dentro de Gerard. Se sentó en el medio de ambas víctimas y rezó por sus almas. Ishtar lo miraba sin hacer ningún tipo de comentario. Una vez terminado el ritual de las almas, Gerard se puso en pie.

—Es hora de cazar al culpable de todo esto.

—¡Por fin estamos de acuerdo! —dijo Ishtar en tono jovial—. Seguramente, el conde de Jiran debe estar enterado de esto y nos tenderá algún tipo de trampa.

—¿El conde de Jiran? No, esto es mucho más grande que ese conde de pacotilla, creo que se de quien se trata —dijo Gerard en tono misterioso—. El ex Maestro de marionetas del puño de Odín: Yuz.

—¿Dices que un solo hombre pudo hacer todo esto? —preguntó Ishtar, que no conocía al tal Yuz—. ¿Y la niebla roja? ¿También es obra de él?

—No, los Minotauros de por sí utilizan esto como arma, pero no atacan humanos. Si esto llega a saberse en el reino, una guerra comenzará ¡Y todo por culpa de Yuz! ¡Debí haberlo detenido cuando tuve la oportunidad!

—No soy quien para juzgar —dijo Ishtar y se encogió de hombros—. Veamos que armas hay por aquí.

Se paseó por entre los cuchillos, de distintos tipos y tamaños, tomando algunos y guardándoselos en el revés de su capa de viaje.

Por último, tomó una ballesta y pensó en Kait. Esperaba que Kait no hubiera salido a buscarlo. No quería ni pensar en lo que pasaría. Ya no podría mantener aquel voto a su amigo.

—Tranquilo. Puedo sentir la energía de ese chico —dijo una voz de niño—. Están en algún lugar en la tumba de Mincar.

—¡Yuz! —gritó Gerard que reconoció la voz al instante, había tomado un báculo Evanescente de entre las armas—. ¡Muéstrate!

Un niño apareció en la puerta. Llevaba una flauta en sus manos.

—¡Yuz!

—¿Acaso es un niño?

—No lo subestimes, el clan de Yuz, los Maestros de las marionetas, han pertenecido desde siempre al puño de Odín, incluso antes del Ragnarok ya se los creía lideres innatos —aseguró Gerard— ¡Su poder es temible!

—Me conoces bien, ¿eh? —se burló Yuz—. ¡No me conoces en absoluto! ¡Y ahora se arrepentirán!

—¡Cubre tus oídos, Ishtar!

Yuz se llevó la flauta a la boca y empezó a entonar una música bonita. A Ishtar le pareció de lo más agradable. Lo calmaba. Lo sosegaba. Era como aquellas drogas que usaba Kait para calmar los nervios antes de ir a dormir.

De pronto, todo se puso oscuro. ¿Qué pasaba allí? Ya no recordaba nada. Escuchaba un grito de auxilio. Algo venía hacia él. ¿Un caballo? Él lo estaba esperando. Tenía que galopar y llegar pronto. ¿Qué era eso que se veía a la distancia? ¿Fuego? Ahí hay alguien, preguntaré. El hombre que estaba allí me dijo que hubo un sobreviviente de aquel incendio voraz en la ciudad y huyó con un bebé hacia la ciudad de Syrup. ¡Tal vez esté herido! ¡Debo encontrarlo! La lluvia no me deja ver. Allí está la ciudad. Es mejor que me apure. ¡Vaya! ¡Las puertas de la ciudad están cerradas! ¿Qué habrá pasado? Dejaré el caballo aquí, espero lo entiendas centurión. Saltaré la puerta, no veo ningún guardia. ¿Dónde estarán? Luego de caminar por la ciudad distinguí a un hombre herido y a su bebé. Están siendo perseguidos como viles ladrones. ¡No lo permitiré! Me metí en la disputa y le pregunté por qué lo perseguían. Había perdido mucha sangre. "Proteja a mi hijo, dele de comer esto cuando cumpla los quince años" Y me dio una fruta algo extraña, parecida a una manzana. ¿Cómo es su nombre...? "Wikof, cuida a Kait, por favor" me contestó y murió.

Corrí por la ciudad y llegué a un Ombú-Manzanero. Allí crié a  Kait y le enseñé miles de trampas y secretos. Le prohibí tocar aquella extraña fruta temiendo que fuera algo venenoso. ¡Pero qué idiota! ¡Qué padre le daría algo venenoso a su hijo! Y a los quince años, con un dolor en el corazón, ¿Corazón? ¿Qué es esa punzada de dolor? Todo se aclaraba en mi mente. ¡La flauta de Yuz! Desperté y estaba echado en el suelo. Noté un sabor metálico en mi boca. Era sangre. Quise moverme, pero alguien puso una mano sobre mí.

—No te muevas, ya lo derroté, pero sufriste una herida —era Gerard el que me hablaba—. Es grave y no tengo forma de curarte. No acá, y no puedo transportarte.

—Kait... búscalo... tráelo... el podrá —fue lo único que llegó a articular antes de caer desmayado por la pérdida de sangre.

 

III

En la fiesta había mucha gente disfrutando de la buena música y compañía mutua. Todos ellos parecían contentos. ¿Cómo no estarlo? Era la «Clase alta» ¿Quién podría interferir en sus planes? ¿Un ladrón pobre? ¿Un clérigo abandonado a su suerte? ¿Una chica a la que desconocía? ¿O Ishtar? Ese mercenario que casi mata al conde de Jiran una vez.

Solo había una persona en total desacuerdo con los planes de su padre. Ella era muy culta y buena, cosas que sus padres de Jiran odiaban. No la odian a ella si no a su forma de ser.

Sabía de todo un poco y su rostro era parecido al de una Valquiria joven, aunque a su parecer nunca habían sido vistas Valquirias envejecidas. Su nombre pasó a ser parte de la leyenda en el momento que cumplió dieciséis años de vida.

Aquel día se estaba celebrando su cumpleaños, era una fiesta con muchos invitados, pero ella prefería ignorarlos. Estaba literalmente aburrida de esa vida. Sus padres no entendían por qué: tenían dinero, tenían toda la fama que querían, incluso amaban a su hija. ¿Por qué no era feliz?

—Lucca. —Así se llamaba la hija del conde de Jiran—. ¿Me das el honor de esta pieza?

Quien le hablaba era su prometido Isnash, un joven de pelo negro y peinado ridículo. Aunque decían que era bueno en el arte del esgrima.

Lucca vestía algo poco común en alguien de su alcurnia, pero era «normal» para todos aquellos seres repugnantes. Lucía un vestido color negro ajustado al cuerpo en la parte del busto y más suelto de las caderas. Calzaba unos zapatos de plataformas, que la hacían verse más alta, y su peinado eran dos coletas a los costados de su cabeza en el pelo negro. Inclusive sus labios y sus ojos (negros) estaban pintados de aquel color. Al verla de lejos cualquiera diría que era una sombra que se había escapado de una Valquiria, porque a pesar de todo aquello le quedaba tan bien que parecía ser así: Una Valquiria oscura y sentimental.

Isnash, en cambio, parecía todo lo contrario. Llevaba como peinado un copete negro abundante. Lucía unos brillantes zapatos de piel de cocodrilo e iba vestido con una armadura de gala.

Estaban en aquel momento en el atrio del rey. Cinco tronos. El rey y la reina de Miltran, El conde y la condesa de Jiran y su hija Lucca.

El rey, un hombre de expresión adusta y brava, le sonrió a Lucca. Por supuesto, Isnash era su hijo, su único hijo varón.

Lucca largó el libro que había estado leyendo y con mal carácter salió a la pista de baile del salón. Su padre y el rey se sonrieron.

El rey, el cual estaba vestido con un frac grueso pero elegante, estaba contento con su hijo.

Isnash era un príncipe tímido, siempre había temido a las mujeres. Pero desde que Yuz lo había manipulado como una marioneta se sentía mucho mejor. Yuz y él eran como sangre y uña. En una ocasión, hacía un tiempo, Yuz le había enseñado a usar la flauta. La melodía era tan encantadora como el cantar de los pájaros en primavera. Le hacía acordar al césped tibio bajo los grandes árboles de su mundo.

Sin embargo, Yuz, el Maestro de las marionetas, no estaba en la fiesta. ¿Qué le habría pasado?

Lucca sintió como que Isnash no estaba allí, con ella, no en aquel momento. Observó a su padre hablando con el rey.

¡Hipócrita! Lo maldijo por lo bajo. ¿Qué esperaban de ella? Era apenas una niña. Esa noche cumpliría dieciséis años. ¿Esperaban que se casara, así como así? ¡Ilógico! Pero la ley en Midgard era que las jóvenes aspirantes a condesas, o cualquier otro título de terrateniente, se casasen con el joven más guapo. Por supuesto Isnash no era de ellos.

De pronto la música terminó. Los caballeros y las damas se saludaron respetuosamente.

Isnash le extendió una mano a Lucca y subió hacia donde estaban sus padres. Muy pronto se haría el anuncio de quien fuera su esposo mediante aquel matrimonio arreglado.

Isnash miró a la joven que estaba a su lado. Lucca no solo parecía una Valquiria, sino que hasta se parecía a las antiguas estatuas que había de Freya.

Freya era una de las diosas Vanir protectoras del templo donde iban las almas de los muertos: el Valhala; sin embargo, sus ropas negras, al igual que el maquillaje de su rostro, eran parte de su personalidad fuerte y decidida.

El rey se levantó de su asiento y todos hicieron silencio. Los dos jóvenes permanecieron de pie.

—En una hora se llevará a cabo la bendición para el matrimonio de estos jóvenes. Cuando Mani (La luna) esté en su apogeo, estos dos jóvenes serán mi más grande orgullo. Eso es todo lo que quería decir. ¡Que siga el baile!

La música comenzó a sonar. Todos volvieron a la pista de baile.

La música sonaba primero lenta y después tranquila. Tanto que llenaba el castillo con una armonía increíble.

Pero Isnash y Lucca no volvieron a la pista. Isnash necesitaba hablar con su prometida. La tomó de la mano y la llevó al balcón real. Primero se hizo el silencio mientras miraba el horizonte. La lluvia seguía cayendo, pero no se iban a mojar porque había un toldo enorme sobre ellos que detenía el flujo de agua sobre sus cabezas.

Lucca se preguntó fastidiada por qué la habría llevado allí. Dentro de una hora sería su esposa y eso no podía impedírselo. No iba a contradecir a su padre. No era que les tuviese miedo, pero eran quienes la habían criado he incluso dado la vida.

Y entonces pasó algo que no esperaba. De hecho, nadie lo esperaba.

—¡Vete! —dijo Isnash en voz baja, Lucca se quedó paralizada—. ¡No conoces lo que viene! Serán tiempos oscuros —siguió él mientras observaba la lluvia caer copiosamente sobre el suelo debajo de ellos.

No se atrevía a darse vuelta. Si la miraba no lo iba a entender. Esperó unos minutos hasta que ella habló.

—¿Por qué Isnash?

—¡Porque te amo demasiado como para obligarte a estar conmigo! Y lo que se aproxima...

Se hizo el silencio. Escuchó las pisadas alejándose y se dio la vuelta. Las lágrimas rodeaban su rostro. Se las enjugó en su manga y decidió volver sobre sus pasos sabiendo lo que se aproximaba.

¡Por su princesa, su vida! «Errante, te la confío».



 

 


Comentarios

Perfect World Online - Sword