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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 1 - Capítulo 3: ¡Muerte en el castillo de Miltran!
I
Kait y la Reina roja
continuaban su camino hacia donde teóricamente se encontraba Ishtar. ¿Era su
impresión o este chico poseía un poder extraordinario? ¿Era en verdad hijo de
Wikof? Tal vez si lo viera su madre (la de la Reina roja) podría identificarlo
bien. Podría inclusive devolverle la memoria. Pero, para mala suerte suya, su
madre no vivía ya.
—¿Qué te pasa? Estás
muy callada –Preguntó intrigado Kait.
La chica lo miró como
quien mira a un rey. Sentía pavor ante cualquier palabra que le dirigiese.
¡Hijo de Wikof! ¡El arco de caza místico! ¡La legendaria espada de la escarcha!
Y si eso no fuera suficiente estaba también Estela de dragón. Aúnque la tuvo en
su mano nunca supo del poder de aquella arma.
Asimismo, tenía la
impresión de que Las tres armas juntas hacían el conjunto. Es como con las
armas de Thor: El martillo, los guantes y el cinto. ¡Todo se parecía!
La Reina roja miró a
Kait con ojos de niña asustada, pero se dio cuenta lo que este pensaba. ¡Había
descubierto la verdad! ¡Él era el hijo de Wikof! ¡Él merecía la muerte más que
nadie!
Si lo mataba y cobraba
la recompensa que hacía años se ofrecía por aquel niño y su padre sería una
heroína. Aúnque de ser cierto decepcionaría al "Errante".
Sacó una serie de
cuchillas y atacó a Kait. Este, más que sorprendido, saltó hacia atrás para
esquivar la daga. Que le rozó una de las piernas.
—¡¿Qué haces?! ¡¿Te
has vuelto loca?! —gritó Kait.
—¡Eres el hijo de
Wikof! ¡Te he descubierto!
Kait negó con la
cabeza.
—No sé quién sea ese
Wikof.
—Wikof era un mago
morganita.
¿Qué decía esta chica?
¿Morganita? Alguna vez había escuchado esa palabra. ¿Pero dónde?
—¿Qué es un Morganita?
La reina roja se
enfureció aún más. ¿Cómo no se dio cuenta antes? De repente un dolor en el
pecho le dijo lo que supuso. Se tomó el corazón y quedó allí echada en el sucio
suelo de la prisión.
—¿Reina?
Ella no se movía.
Había exhalado su último aliento. Kait soltó la espada y puso a la chica boca arriba.
Los ojos de la chica estaban en blanco. ¿Qué había pasado? Si alguien lo
entendía que se lo explicara. Le tomó el pulso, pero ya era tarde, estaba
muerta.
—¿Así que también
lloras? ¿Nunca lo imagine del hijo de Wikof? —dijo una voz misteriosa.
¡Esa voz!
Se tanteo en busca de
la espada, pero no la tenía, la había soltado en cuanto la chica se desplomó en
el suelo. ¿Dónde estaba?
—¿Buscas algo? —entre
las sombras del calabozo se fue formando una silueta.
—¿Quién eres? —gritó
Kait a la imagen difuminada que se acercaba peligrosamente a él.
La sombra no dejaba de
acercarse. Kait tenía miedo. Solo tenía como arma su magia y el arco de cazador
místico. Apoyó lentamente la cabeza de la chica en el suelo y con el resto del
cuerpo la cubrió.
—¿Pretendes protegerla?
—dijo la sombra—. No hay nada que hacer —agregó—. Ya está muerta.
—¡No! ¡No! ¡NO! —gritó
desesperado Kait— ¡No quiero que muera!
—La muerte es progreso
—replicó la sombra que estaba cerca suyo— No vengo a pelear contra ti ni a
matarte, tu amigo te está esperando.
—¿Ishtar?
¿Por qué no estaba
allí con él? Si Ishtar también moría todo habría sido en vano.
—No, él está vivo,
pero solo momentáneamente. Vamos, te contaré el resto por el camino.
Kait dudó. Así que le
hizo una pregunta:
—¿Por qué murió la Reina
roja? ¡¿Tú la mataste?!
Kait se puso en pie y
encaró a la sombra. Vestía de blanco, tenía los ojos cerrados y en los labios
una sonrisa.
—Yo no la maté, si eso
es lo que supones. La... ¿Reina roja dijiste? Ya veo. La famosa asesina y
alquimista Belén.
—¿Belén?
Había escuchado ese
nombre antes. Sí, el nombre era de conocimiento público en las áreas bajas de
la ciudad de Syrup, pero nunca nadie había dado con ella.
—¿Quién eres?
—Gerard del puño de
Odín, Clérigo evanescente. Sígueme, no hay tiempo.
—Espera, mi espada...
Pudo ver el resplandor
mortecino antes de que el clérigo lo teletransportase al lugar donde Ishtar se
encontraba herido.
Kait, apenas lo vio,
salió corriendo donde su amigo.
Ishtar estaba herido
desde el abdomen hasta el corazón. Pero era una herida simple, no era aún su
muerte, aunque tenía los ojos en blanco y estaba empapado en sudor y sangre.
Kait tocó la herida y
notó que la sangre, pegajosa y oscura, salía sin parar de la herida.
—Ishtar, resiste —le
dijo—. ¡Clérigo! —Llamó—. ¡Clérigo! —Insistió—. ¡Ey! ¿Me estás escuchando?
El joven miró hacia el
lugar donde había estado el clérigo y notó que este no estaba. Maldijo por lo
bajo. ¿Qué podía hacer? Debían salir de allí.
Miró a su alrededor,
estaba en una sala de armas. Había dos Minotauros muertos allí.
Se acercó a una
estantería repleta de armas y tomó un báculo dorado. En su punta conservaba la
forma de la garra de un dragón. Nunca había visto a ninguno de ellos, pero se
decía que eran fuertes e incorruptibles.
El clérigo, Mincar,
tuvo en su tiempo un dragón a sus órdenes. Se decía que este dragón, de nombre
Jimba, era uno de los más poderosos en la historia de Midgard.
Kait puso su cuerpo
apuntándolo hacía la entrada para poder ver quien venía desde allí, no vaya a
ser que lo atacaran por la espalda.
Puso sus manos sobre
el pecho de Ishtar y comenzó la magia. Sabía que iba a llevar tiempo. Aquello
no era fácil. A los pocos minutos Ishtar abrió los ojos e hizo una mueca con
sus labios. ¿Era una sonrisa? ¿Aquello era así? ¿De verdad?
—Kait.
—Mantente callado,
tengo que elevar mi conciencia. —Ishtar pensó que nunca había visto a un chico
tan preocupado por una vida ajena.
Se sintió culpable por
haberle causado tanto daño. Desde que había comido ese fruto. El fruto de la
pérdida de memoria. Pero había otro detalle que nadie sabía. Si
"ellos" supieran que estaba vivo estaría en un grave peligro. El
grupo en sí no era el problema. El problema era quien estaba tras el grupo.
—Kait.
No se podía mover.
Sentía la sangre correr dentro suyo. Ya casi no le quedaba tiempo. ¿Por qué no
se lo dijo antes? ¿Miedo quizás? Había peleado con miles de criaturas horrendas
y deformes, pero ninguna le había producido tanto miedo como la muerte. ¿Qué le
esperaba allí?
El Valhala quizás
hubiese sido destruido, pero Helheim aún existía. Se imaginó en aquel lugar
rodeado de otras almas penitentes, como un alma sin esperanza esperando la paz
eterna que solo la muerte puede brindar. Aunque eso no era lo que él quería.
Sacando fuerzas de donde no tenía logró sentarse.
Kait no tenía
esperanzas. Su único amigo, el que había sido como su padre, el único que había
conocido, se moría. Su amigo había fallado en la misión. Las lágrimas
involuntarias saltaron de sus ojos celestes como el cielo claro en días
despejados.
—Kait, escúchame, mi
tiempo se agota. Hay algo que debo decirte —Escupió sangre— Es importante —Hizo
una mueca de dolor— Tú padre, Yo lo conocí.
Todo estaba pasando
según sus sueños. El calabozo, Ishtar herido, todo ¡Incluso lo que decía de su
padre!
—Debes viajar a las
tierras del espejo en la ciudad oculta de los morganitas en Axaroth. Toma
cualquier arma de aquí y vete sin mí... ¡Agh! ¡Coff! –Escupió más sangre, su
pecho se inflaba y desinflaba a cada segundo que pasaba— No te quedes en el
Ombú—Manzanero. Encuentra las llaves y abre tu memoria... Lo siento.
Los ojos de Ishtar se
pusieron en blanco, pero aun así no dejó de sonreír. Kait se sintió impotente.
¿Qué haría ahora?
¿Cómo saldría de allí? La espada de la Escarcha había quedado abandonada, por
la fuerza, gracias a ese clérigo. No podía cargar con el cadáver de Ishtar.
¿Así eran las cosas no? ¡Por Ishtar que mataría al conde de Jiran o moriría en
el intento! Aún tenía el arco de cazador y el carcaj mágico, además del bastón
de Clérigo. ¡Espérame Ishtar! ¡Pronto estaré ahí también!
II
En el frío suelo de
las mazmorras subterráneas se despertó y vio unos zapatos blancos de cuero.
Lentamente se puso en pie. Belén, la Reina roja, no había muerto. Solo tenía
que obedecer órdenes. En este caso de Gerard que era su superior.
—¿Has descansado bien,
Belén?
Se sentía como si
hubiese dormido una eternidad. Por supuesto era uno de los efectos de la
inyección que se había dado. Había seguido las instrucciones de su maestro. Ese
niño de Kait era muy confiado.
Gerard se dirigió a
donde estaba la espada de la escarcha. Él, como cualquier persona con su tipo
de sangre, podía sostener la espada sin quemarse. La espada fue hecha sin dudas
de un metal legendario: Oricalco. Se decía que era indestructible.
—Muy bien hecho,
Belén. Has ganado mi confianza. Pero no así la de la cofradía. Debemos recurrir
a los altos mandos, si es que aún sigues queriendo entrar.
Belén estaba contenta.
Su Maestro le
indicaría la ubicación de la cofradía. Siempre había soñado ser parte del puño
de Odín. El líder de la cofradía era sin dudas un tipo de asesino jamás visto y
con un poder tal que podría matar solo con la mirada. Nadie lo nombraba, no,
nunca.
Los jefes de la
cofradía denominada "el puño de Odín" eran seis. Cada uno con un
título. En el caso de Gerard, que se había unido tan solo un año antes y había
ascendido de puesto rápidamente, este era su grupo. Pero en su interior Gerard
sabía que era del grupo más débil y al cual le faltaba un integrante. Ishtar se
había negado incluso cuando el mismísimo patriarca se lo había pedido.
Detrás de Gerard
apareció tocando una melodía agradable el Maestro de las marionetas: Yuz.
Ni Belén ni Gerard se
sorprendieron al verlo. Por supuesto, él era el segundo integrante. Aún les
quedaba buscar alguien poderoso. La melodía de Yuz hacia saltar sus corazones
de alegría. De pronto dejó de tocar.
—Parece que Ishtar
finalmente murió. Lástima, era fuerte –Los ojos de Yuz brillaban con una
tonalidad que podría haber sido tomada como socarrona— estamos los tres. ¿Cuál
es el plan ahora Gerard?
El clérigo se cruzó de
brazos mientras guardaba la espada en una vaina. Según «los ojos» le había
dicho necesitaban al otro miembro. Revisando su destino mediante un poderoso
conjuro Los ojos les dijo que lo encontrarían.
Había tres posibilidades:
Una chica, un chico o... No quería ni pensar en la otra posibilidad. Él debía
elegir.
—¿Qué piensas, Gerard?
Belén le sonreía. Yuz
seguía tocando la flauta. El niño, que iba en cueros, no dejaba de tocar el
instrumento de música. Por otro lado, Belén no podía aparecer en su casa como
si nada ya que la tienda de armas era una treta para engañar a Kait.
Ishtar fue testigo de
su poder en la taberna que fue atacada por los minotauros –Que dominaba Yuz— y
sería una pavada ir y traer su alma desde Helheim. Pero si se traía un alma
debía dejar un alma. Tal vez... Sí, pan comido.
—Belén —esta lo miró a
los ojos que aún mantenía cerrados—. ¿Te quedan de esos polvos de alquimista?
Ella asintió.
—¿A dónde vamos,
socio?
A la fiesta del rey.
—Veo que se te ha
ocurrido la misma idea que a mí.
—Sí, llévanos allí.
Belén hizo que una de
sus manos entrara en la bolsa donde llevaba aquellos polvos.
Ishtar, solo
espéranos.
III
Su bronca y rabia
había subido a niveles inconmensurables. Ishtar muerto. Belén muerta. ¡Y ese
maldito clérigo! ¡Por la memoria de Ishtar que lo vengaría! Traería su alma
desde el inframundo si era necesario. Prestó atención al camino mientras este
ascendía perpendicularmente.
Los calabozos ya
habían quedado atrás al igual que su amigo. ¿Quién lo habría matado? Pensar en
ello le estaba dando dolor de cabeza.
Mientras seguía
subiendo la cuesta se le ocurrió algo. ¿Era un clérigo evanescente? ¿Había
dicho que era «del puño de Odín»? ¿Qué demonios era eso? Parecía el nombre de
una secta o algo así. Sí, ahora lo recordaba. Alguien en una ocasión, justo
después de perder la memoria, se la había nombrado. Igualmente, antes de
investigar más, debía salir de ahí. Debía averiguar quién era ese tal «Wikof» y
que demonios eran los «Morganitas» para ello debía seguir el consejo de Ishtar:
«Ir a Axaroth». Por cierto, nadie conocía la ubicación de Axaroth, solo el
dragón en la montaña de fuego. ¡Demonios! ¡Esto se ponía cada vez más
complicado!
Los dragones podían
vivir miles de años y cuantos más viejos eran más podían usar la conciencia. La
misma fue lo único que quedó intacto después del caos causado por Loki y sus
hijos.
Loki era uno de los
dioses más conflictivos de todos los que sostenían el Yggdrasil (El Árbol de la
vida) y en cuya leyenda se basa Midgard (la tierra media). Desde que Loki causó
el Ragnarok habían pasado alrededor de mil años según el calendario Obtruniano.
De repente y sin
aviso, al doblar una esquina, Kait se encontró algo que no esperaba: Luz. ¿Qué,
o quién, se encontraría allí? Aún no sabía lo que le esperaba. Se acercó con
cautela a la puerta de dónde provenía la luz y olisqueó el aire además de
prestar suma atención a los sonidos.
No se escuchaba sonido
alguno proveniente del lugar delante de él así que salió de su escondite.
¡Hubiese preferido
quedarse en los calabozos! Primero la luz lo segó, pero lentamente fue viendo
el panorama. Allí, en el salón de baile, estaban todos muertos. ¡Qué demonios
estaba pasando! ¿Quién había hecho aquello?
—¿Sorprendido?
La que había hablado
era una chica cuya voz era suave. No le sorprendió en lo más mínimo. Ya nada le
sorprendía. Se dio vuelta y la miró. No era Belén, sin embargo, su voz era
parecida.
—¿Quién eres?
La chica sonrió y
ladeó ligeramente la cabeza mirando el panorama. Caminó lentamente y con finura
hacia el salón de baile. Este era enorme. Poseía un techo de cristal
ennegrecido por el calor y la sangre de los cuerpos desmembrados.
—¡Es genial! ¿No? —dijo
la chica, tomando una de las manos de alguien allí asesinado y arrancándola de
cuajo.
A Kait le dio tanto
asco que casi vomitó. Las náuseas lo mareaban. Pero aun así tomó fuerzas y no
retrocedió.
—¿Quién eres?
La chica lo observó
intrigada.
—¿No me vas a
agradecer? Te limpié el camino. Ya no tienes enemigos aquí.
Kait no sabía si darle
las gracias o vomitar. La joven tomó el brazo y, usando la frase "Aún está
fresco", lo empezó a masticar.
El silencio se hizo en
todo el lugar. ¿Quién era esta chica? Solo podía ser alguien.
—¿Eres la hija de
Hela? —preguntó inquieto él.
La chica no respondió.
Solo masticó y bebió la sangre de aquel cadáver.
—A decir verdad, yo no
hice nada de esto, fueron unos conocidos tuyos. Solo he venido a advertirte que
no vayas a Axaroth, no busques tu pasado. Sigue viviendo en tú árbol y no
molestes, o Mamá se pondrá triste. Bueno, debo irme. Recuerda, no vayas a
Axaroth.
La joven lo miró y
desapareció dejando el brazo mordido y carcomido del hombre que estaba allí
muerto.
Kait caminó entre los
muertos buscando al conde de Jiran. No estaba allí. ¿Quién podría haber hecho algo
así? Quien sea que fuera tenía una fuerza descomunal. Tenía que aprovechar la
oportunidad y salir del castillo. Se acercó a uno de los ventanales y convocó a
la conciencia.
Más allá de todo aún
conservaba aquel báculo dorado que encontró en la tumba de Ishtar. No quería
pensar en él, pero había sido como su padre.
Usando la conciencia
del báculo hizo que le salieran unas alas con lo cual se tiró al vacío. Sin
chistar y sin reír. Solo había lugar para la tristeza. Una abundante tristeza.
IV
Desde el pico más alto
de la torre más alta tres personajes vieron al chico volando sobre los cielos
de Syrup: Belén, Gerard y Yuz. Aunque había alguien más con ellos. Su forma era
indefinida pero seguramente habría de ser humano. Parecía golpeado casi hasta
el punto de la muerte. Los tres sonrieron y se evaporaron de allí. Tenían que
hacer un trato y ya tenían el alma que iban a dar a cambio.
V
Lucca escuchó el ruido
en el salón de baile. ¿Qué estaría pasando allí? Quizás se hubiesen enterado de
la huida de la chica. ¿Qué podía hacer? Corrió sin detenerse hacia la puerta
del castillo. Pronto sería la hora de asumir de nuevo su rol en el reino de
Syrup. ¡No! ¡No quería! ¿Por qué Isnash la había apoyado en aquella huida? Nada
de todo ello le cerraba. Pronto estaría fuera del castillo. ¿Qué haría
entonces? ¿Familiares? ¿Amigos? No tenía nada de eso fuera del castillo.
La tormenta no había
amainado. Los truenos se escuchaban fuertes al caer sobre la tierra.
Se dirigió a la
entrada donde estaban apostados dos guardias y sin saludarlos les indicó que le
abrieran la reja. Obviamente los guardias aceptaron sin siquiera preguntar
dónde iba. Había algo raro en aquellos guardias. Parecían estatuas silenciosas
de los hijos de Hela. Se metió por entre las rejas y salió al mundo. Era oscuro
y frío.
La princesa Lucca
había estado encerrada en el ducado desde niña, nunca le habían permitido salir
sola de aquel lugar. Siempre iba acompañada de sus padres.
El conde Máximum de
Jiran y su esposa, la condesa Alicia, solo la obligaban a hacer lo que ellos
querían, como querían y donde querían. ¡Estaba harta de esa vida!
Corrió debajo de la
lluvia protegiéndose con su capa de viaje. Había tenido tiempo de recogerla
mientras sus padres bailaban. Era raro. La música no se escuchaba para nada.
Tampoco se escuchaba
de algo o alguien que la persiguiese. Aquello de veras era extraño. ¿Qué podría
estar pasando en el castillo?
De pronto lo vio: Un
extraño joven con alas volaba por sobre la ciudad. Lucca decidió seguirlo.
Corrió desesperada con la ambición de ver a aquel joven. Dobló en una esquina y
lo siguió hasta que lo perdió de vista. ¿Dónde se había metido? Aguzó su oído y
percibió el aroma de la madera quemándose. ¿De dónde provenía aquel aroma? Un
brillo a la distancia le indicó que había fuego delante. Escuchó ruidos. Gente
como loca gritando y huyendo despavorida. ¿Qué estaba pasando allí?
Sin previo aviso, las
sombras de las paredes empezaron a moverse hacia el fuego por voluntad propia.
Una de ellas, la que pertenecía a Lucca, la atacó con un zarpazo que le causó
una herida a la altura del hombro. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué su sombra la
atacaba? Desde el cielo una flecha dorada perforó la sombra. Lucca levantó la
vista y, el joven que había seguido, la miraba desde lo alto. Sus alas estaban replegadas
en su espalda. Saltó al suelo y se vio cara a cara con la chica.
—¿Qué pasa aquí?
Kait se llevó un dedo
a los labios. Vio el miedo reflejado en su rostro. El árbol estaba ardiendo al
igual que gran parte de la ciudad. Quien quiera que fuera que estuviese detrás
de todo esto debía de ser o muy poderoso o muy cínico. Pero la pregunta era
¿Por qué no ir a Axaroth? ¿Qué había ahí que nadie más quería que supiese?
Tendría que ver con su pasado seguramente.
—Necesitamos salir de
la ciudad —dijo la chica, sacándolo de sus meditaciones.
—La única salida está
pasando aquel árbol en llamas.
Lucca lo pensó
también. Las puertas del norte estaban pasando aquel muro de fuego. Pero al
parecer el joven desconocía las puertas del sur.
Kait reparó en la
herida que tenía la joven en su hombro derecho. La joven se dio cuenta que lo
miraba.
—Esa herida se ve fea.
Te curaría, pero todos mis remedios están en mi casa, que casualmente es el
árbol que arde.
—¿No puedes usar
magia?
—Podría intentarlo,
pero tal vez las sombras de ese controlador se dieran cuenta de la magia
canalizada. No puedo aquí, estoy débil —le dijo.
La joven,
pretendiéndose ofendida, le indicó que la siguiera.
Se presentó como Lucca
de Jiran. Él como Kait de Syrup. Y juntos se unieron para salir de allí.
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