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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 3, Capítulo 4 - ¡Rashem y Ayamis! ¿Existen o no?

I -... Y eso no es todo –Dijo Jiyande- hemos encontrado estatuas del Morganita Coral y otros tres soldados. Además de que la orden de Scrania está petrificada. Mondo y Lord Metin se miraron. Su mirada no pasó desapercibida a los ojos de Jiyande. -¿Qué es lo que saben y no nos están diciendo? ¡Hablen! -Coral era el orador de los soles. Estaba buscando algo, aunque no sé qué –Dijo Mondo. -Entonces el que mató al antiguo Orador, ¿fue él? Ya veo. Bueno, es un asunto interesante. Surtur entró en la sala. -Jiyande, tengo noticias y temo que no son agradables. -¿A qué te refieres? Si es por lo de Astinus y su dragón... -No, hemos revisado la biblioteca junto a los supervivientes que hemos logrado despetrificar. -¿Han dicho algo...? -Sí, ojos azules y pelo rubio. Es todo lo que llegaron a ver. -Mondo quédate aquí. Iré a ver a esos supervivientes. Mientras Lord Metin se iba, Surtur observaba su espada oscilar. Tomó una decisión. -Iré con él. Jiyande asintió. -¿Qué pueden querer de alguien que p

Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 1 - Capítulo 5: El valle de Minos y la llave legendaria

 

I

 

Era aproximadamente el mediodía.

Habían caminado todo el trayecto desde Syrup, en las compuertas del sur, hasta el valle en el que se encontraban. Aquel lugar era conocido como, El valle de Minos por ser el hogar de los Minotauros en Relien.

Kait vestía solo con una remera azul abrigada y unos pantalones largos de una tela simple que lo abrigaban mucho.

Estaban tan solo a unas horas del lugar de donde partieron. Kait y Lucca no sintieron un cambio en la atmosfera en ningún momento, una atmosfera de peligro inminente.

Habían pasado la noche a unos Kilómetros de Syrup. Lucca durmió, pero en lo que se refiere a Kait... Él estaba muy nervioso con todo esto.

Muy en el fondo, como el resto de los habitantes de Midgard, hubiera preferido quedarse en su casa.

—El aire parece viciado, ¿no? —inquirió Kait mientras escalaban una pequeña meseta.

Necesitaban subir para ver mejor el valle de Minos. ¿Cómo podían crecer plantas ahí?

En la distancia se veía el monte de fuego, hogar de Crushank.

Ninguno de los dos había visto nada en su vida que se le pareciese. La lava salía por entre la tierra y quemaba el pastizal a su paso, el poco que había, levantando una pequeña humareda que llegaba justo al cielo. Todo en derredor del monte era fuego. Muchos lo llamaban «Volcán». Pero por supuesto era un nombre nominal que significaba «El que quema». Proviene de la lengua de los elfos Oscuros, llamados también simple y llanamente Oscuros.

Kait no recordaba haber visto ningún oscuro en su vida. Tampoco es que recordara mucho. ¿Qué fue lo primero que vio cuando despertó en el manzanero-ombú?

—Ishtar... —dijo en un suspiro.

Sí, Ishtar estaba allí, diciéndole no sabía que cosa. No lo recordaba. ¡Si pudiera recordar algo!

De pronto, una flecha silbó sobre sus cabezas y dio, para su suerte, en un árbol cercano.

Pronto una lluvia de flechas los rodeó. Kait, como siempre, usó su bastón como escudo y así se protegieron. Trató de ver de dónde venía aquel aluvión de flechas, pero parecían saber bien lo que hacían. Debían tener un líder.

—¡Alto! ¡Alto! —dijo alguien, y el aluvión se detuvo.

Un hombre salió de entre los árboles. Vestía una armadura azul alquímica. Parecía... ¡Un Minotauro!

—Disculpen mis modales. Mi nombre es Minos, pertenecemos a la raza de los Minotauros y vigilamos este valle arbolado desde antes del Ragnarok.

Minos observó con sus ojos negros penetrantes al joven que tenía delante. ¿Podría ser?

—¿Ustedes son...? —dijo dando paso a la presentación.

—Kait de Syrup.

—Lucca de Jiran.

Minos se quedó pensando unos instantes y se dirigió a las plantas. Les habló y muchos Minotauros salieron de entre los bastos arbustos. Minos dijo:

«Bienvenido rey». Hincó sus rodillas en el suelo en señal de respeto. Los demás minotauros salieron de la espesura e hicieron acto de humildad también.

Kait desde luego no entendía nada. ¿Por qué lo trataban de rey después de atacarlo sin motivos? ¿Qué estaba pasando?

 

 

II

 

 

Kait y Lucca fueron conducidos a un humilde poblado donde abundaban los minotauros. Cuando pasaban cerca de ellos dejaban de hacer lo que fuera que estaban haciendo y se postraban diciendo «Onemai». A Kait le sorprendió escuchar estas palabras. Onemai, según entendía él, era una forma de decir rey en su lengua natal. Le extrañó no ver mujeres minotauros entre el grupo, y así se lo expresó a Minos. Este rio estridentemente, a Kait le pareció exagerado.

—No hay mujeres en nuestros grupos. Nos reproducimos dejando un huevo cuando estamos en el período de prendamiento.

Ni se les ocurrió contradecirlo. Pero era verdad, jamás había oído de las mujeres—vaca, aunque le parecía extraño. Tampoco es que recordara mucho, pero...

Luego de recorrer el pueblo, o el campamento, dicho de otra manera, lo condujeron a una cabaña. Allí dentro no se oía nada. Kait y Lucca tardaron en darse cuenta donde estaban.

—Él es Mirceas, clérigo de los minotauros y líder espiritual de nuestro grupo.

—¡Nunca pensé que llegaría a ver este momento! ¡Las cosas están cambiando Minos! Pero no nos alegremos Onemai, esto no ha hecho más que empezar, tienes muchas preguntas, lo sé, lo veo en tus ojos, pero todo a su tiempo.

Kait observaba al clérigo. Su armadura blanca y resplandeciente brillaba al fuego de un pequeño hogar a leña que este había armado. Mirceas vestía como una divinidad (si hubiesen existido) en todo su esplendor.

Lucca, que miraba asustada a su alrededor, profirió un grito ahogado cuando vio lo que había allí.

—¿Qué pasa, Lucca? —dijo él observando con detenimiento por primera vez a su alrededor. ¿Qué significaba aquello? Había en los costados de la cabaña dos tapices perfectamente bordados representándolo a él y a... ¿Lucca?

Detrás de Mirceas había, al parecer, una estatua de hueso dedicada a ellos dos. ¿Qué significaba aquello?

—¿Cómo es que tienen una estatua nuestra y esos tapices? —preguntó Kait algo inquieto mientras Lucca aún no salía de su asombro—. ¿Qué quieren de nosotros?

—Nosotros solo queremos lo que dictan las profecías de la conciencia, la magia interior, la vida...

Se hizo el silencio. A pesar de que aquel minotauro hablaba muy serio Kait no pudo reprimir una risa.

—¡Véannos! ¡Apenas podemos estar en pie! ¡No tenemos comida, agua o alguna otra cosa! —estalló Kait—. ¡Somos humanos de Midgard!

—Y tú no recuerdas nada de tu pasado. ¿Verdad?

—¿Cómo sabes?

Kait se resignó. Si querían tratarlo como rey que así fuera.

—¡Tengo hambre! ¡No he probado nada en varios días! —gritó Kait algo enfadado.

—Nuestros hermanos toros saben de tu necesidad Onemai, por eso han preparado un exquisito banquete —dijo con calma Mirceas—. S, acompáñalos, Minos. Yo debo elevar mi rezo a la conciencia.

Salieron a un salón detrás de la cabaña donde había todo tipo de carnes, menos de vaca. ¡Pero a quien le importaba! ¡Había un jabalí sobre la mesa!

Kait se sintió mal. Había subestimado a los minotauros. Minos dejó a los dos jóvenes comiendo a gusto en aquel lugar. Aunque había cosas que no les cerraban, como el tapiz. Poco importaba. ¡Tenían comida! ¡Inclusive había aguamiel! Aunque, mientras comían y bebían a gusto no pudo evitar pensar que el que estaba en el tapiz y la estatua era en realidad su padre, o un antecesor ¿Pero y la joven? Era igual a Lucca. Terminaron de comer y volvieron a la cabaña de Mirceas. Este estaba rezando a la conciencia. Se suponía que los clérigos lo hacían muy a menudo. Minos volvió a entrar al cuarto. Esperó hasta que el rezo de Mirceas acabara.

Kait se inquietó, los cuernos tanto de Mirceas como de Minos parecían afilados. Aunque no deseaba ponerlos a prueba.

Había un detalle en la estatua, el sujeto portaba una espada.

—Es la espada de la escarcha usada por el clérigo Mincar de quién eres descendiente por parte de tú padre.

¡La espada de la escarcha! La misma que había perdido en las mazmorras donde Belén trató de matarlo. Así que era descendiente de Mincar.

—Pero, disculpen mi ignorancia, ¿no se les estaba prohibido a los Clérigos casarse?

—Sí, así es —concedió Mirceas—. No sabes quién es el del tapiz, pero presuponemos que es Mincar y su esposa. Por supuesto, quien sostiene la espada es Mincar o un heredero, antes del Ragnarok. Nadie que no sea del linaje de Mincar puede sostenerla.

Esta revelación dejó a Kait algo preocupado. ¿Se tendría que casar con Lucca? ¡Nah! ¡Imposible! Pero quería saber más.

—¿Qué más sabes, Mirceas?

Mirceas esbozó lo que parecía una sonrisa. ¿Qué se traía entre manos? Se puso en pie, ya que había permanecido todo este tiempo sentado en el suelo y le entregó un libro.

—¿Y este libro?

—No es un libro, es el diario de tu padre, de sus viajes, encontrarás información útil en él. Wikof hubiese querido que lo tengas. Descansa por hoy. ¡Minos! ¡Llévalos a sus tiendas!

Minos, obediente, llevó al Onemai a su cabaña.

 

 

III

 

 

El cuarto estaba protegido contra todo. De hecho, no sentían ni calor ni frío. Se estaba cómodo allí. Pero sentía que esto le iba a durar poco. Muy poco.

Al entrar en la cabaña sintieron un poder enorme. Algo estaba interfiriendo con la conciencia. Observó el bastón y vio que este brillaba de una manera especial.

Su luz, en donde había un orbe sostenido por la garra de un dragón, brillaba fuertemente. Su luz roja anunciaba el principio del final. ¿Qué le pasaba al bastón? Por un momento pensó que la cercanía con el dragón y la garra sobre el mismo estaban influyendo.

Minos los dejó solos. Kait miraba a su alrededor. Había solo una cama grande y sobre esta estaba el tapiz de su antepasado. Volvió su vista al libro que tenía en las manos. Era un perfecto libro de viajes. Su padre seguramente habría tenido algún contacto con los Minotauros.

—Si quieres descansar, la cama es toda tuya, yo necesito leer esto —dijo Kait señalando el libro.

Lucca se fue a acostar sin quejarse y Kait se quedó leyendo a la luz de las velas sobre una repisa. Pronto el sueño lo venció. Estaba leyendo como se conocieron sus padres y se durmió.

 

 

IV

 

 

Kait despertó bruscamente. Alguien lo llamaba. Era su propia voz quien lo llamaba. Caminó por un sendero lleno de vidrios rotos. Por supuesto, él no se iba a amedrentar con un par de vidrios. Siguió caminando entendiendo que el camino a su padre iba a dolerle hasta el alma.

Por fin, apoyado contra la oscura pared, estaba él: su padre. Pero no era como lo había imaginado. Incluso se parecía un poco a Ishtar. Este empezó a caminar y se alejaba cada vez más de él. A cada paso que Kait daba su padre daba unos tres más. Si seguía así lo iba a perder como perdió todo lo que amó. De pronto su padre se detuvo y lo miró. Kait se quedó duro. ¿Ishtar? Este sonrió. ¡No podía ser! ¡Su padre no era Wikof sino Ishtar!

—No, Kait, tu padre fue Wikof, yo solo te salvé. Tu padre tuvo que esconderte. Hay mucho poder en juego, debes huir de donde estás, ¡No hay tiempo que perder! ¡Debes llegar a Axaroth cuanto antes!

—Pero ¿y Crushank? ¿Cómo pasaré?

En aquel momento Ishtar se volvía cada vez más y más etéreo, hasta que por fin desapareció.

 

 

V

 

 

Kait despertó sobresaltado. ¿Qué había pasado? ¿Qué había sido eso? Ishtar...

Asomó la cabeza por la puerta de la cabaña y el minotauro encargado de su cuidado estaba durmiendo. Sin hacer mucho ruido, Kait se acercó al oído de Lucca y le insistió en que debían irse. Lucca no entendía nada. ¿Irse? ¡Si eran reyes allí!

—Te lo contaré en el camino. Debemos huir.

Lucca de muy malas ganas se puso en pie, al parecer era todavía de noche. No se escuchaba ningún ruido afuera. Ni siquiera el crepitar de las llamas. Minos les había dado dos capas de viaje nuevas con las cuales combatir el frío.

Salieron de la cabaña sin hacer ruido. Los minotauros tenían buen oído, pero muy mala vista.

—Kait, ¿Dónde vamos?

—Al monte de fuego —fue todo lo que dijo el joven.

Agachados pasaron por la puerta de la cabaña del clérigo Mirceas, pero sin darse cuenta tropezaron con un Minotauro. Era Minos.

Minos se llevó un dedo a los labios.

—Síganme sin hacer ruido.

¿Qué estaba pasando? ¿Un minotauro los estaba ayudando?

—La puerta está muy bien flanqueada Onemai. Sin mi ayuda no podrás lograrlo.

Kait no entendía por qué los estaba ayudando, pero agradecía cualquier ayuda que la conciencia le mandase.

—Tu padre, en una ocasión, fue traído a nuestro pueblo. Yo era apenas un joven inexperto. Pero, gracias a su sabiduría, pude llegar a presentarme como líder de los minotauros.

Lucca aún no entendía por qué huían. Allí hacía frío. En la cabaña con el hogar refulgiendo se estaba más cómoda.

Caminaron por el medio de aquel lugar. Todos dormían. Llegaron a la salida del lugar y, tal como pensaba, había guardias.

—Yo los distraeré, ustedes aprovechen el momento.

Kait y Lucca esperaron allí, en las sombras de la noche. Minos llamaba a los guardias y les decía algo. Como volviendo hacia ellos, pasaron por su lado. Kait y Lucca escaparon por la puerta sin ser vistos y se internaron en la selva que estaba detrás del valle. Allí sería más difícil ubicarlos.

Minos llevó a los Minotauros que estaban con él hacia la entrada de la cabaña de Mirceas.

"Lo siento Padre". En dos segundos los dos minotauros fueron apuñalados por Minos. Este entró a la cabaña de Mirceas y lo vio allí rezando. Su padre, quien había sido un gran profeta, estaba ahora indefenso.

—Yo tomaré el poder, padre.

Minos tomó una lanza y mientras su padre oraba a la conciencia, simplemente dejó este mundo.

Salió de la cabaña y sonó la alarma de fuga. Los minotauros salieron con sus armas desde sus cabañas.

—¿Qué ha pasado? —gritaban muchos.

—¡Mirceas ha muerto! —decían otros

—¿Quién ha hecho esto Minos? –Se acercó uno de los soldados portando un estandarte.

Otro Minotauro se acercó corriendo.

—Minos ¡El Onemai no está!

—¡Captúrenlos! —gritó Minos y dio inicio la cacería.

La niebla roja salió del suelo con la furia que daba Tyr, el dios de la guerra, solo que, sin saberlo, un joven Minotauro, que había observado todos los pasos de Minos y como había matado a Mirceas, se preparaba para la venganza.

—¡Espérame Onemai! —Y cubriéndose entre la propia niebla roja corrió en ayuda de quien les diera la profecía:

«El descendiente de Mincar se unirá con nosotros y nos abrirá la llave al destino. Él sabrá cómo hacer. Es su destino final»

 

 

VI

 

 

El monte de fuego no estaba lejos sin embargo aún les quedaba medio día.

Por otro lado, la niebla roja había vuelto a surgir. Kait sabía lo que significaba aquello: ¡Los Minotauros sabían de su huida! Tenían que llegar al monte de fuego antes que los alcancen, o sería tarde.

La niebla se hacía espesa y para colmo de males aún no había amanecido. Sin embargo, algo lo traía preocupado. ¿Cómo se habían enterado los minotauros que se habían escapado? Quizás Minos se encontrara en apuros.

—Ese no es nuestro problema Kait —le dijo Lucca sin parar de correr.

Estaban agitados y no veían muy bien el camino, ya sea por la niebla o por la oscuridad que proyectaban los árboles, lo que les obligaba a tomar caminos alternativos que llevaran al monte. Si por lo menos estuvieran cerca de Lorien. Pero parecía que a esta se la hubiese tragado la tierra.

—Lorien debería estar por este camino —le gritó Lucca mientras lo tomaba de la mano para guiarlo.

Había comenzado a sentir calor. Kait agudizó el oído y se preparó. Sabía lo que estaba por pasar.

¡No podían estar tan cerca! Repasaba mentalmente el camino: cruzaron el valle, penetraron en el bosque, Salieron a una pequeña ciudad (la de Minos) y luego huyeron hacia el oeste.

—Lucca —gritó—. Creo que ya sé dónde estamos.

Cruzaron unos árboles y de pronto salieron del bosque. La niebla les había impedido ver el camino, pero allí la niebla no tendría poder.

El borde de un acantilado era lo que estaba frente a ellos y debajo del borde, donde terminaba el bosque, estaba el monte de fuego.

—¿Qué hacemos ahora, Kait? Si nos arrojamos de esta altura podríamos morir.

—Podemos volar, pero no creo poder llegar al otro lado del monte sin ser visto por Crushank.

Lo decidió.

—Volaremos. El monte está lleno de huecos. El riesgo es que en alguno de ellos esté el dragón, pero es uno en cien.

—Estoy de acuerdo.

Lucca pensó en los riesgos. Quizá no salieran vivos de ahí, pero tampoco lo harían de los Minotauros enfadados. La niebla detrás de ellos era inestable. Se volvía más roja a cada instante. ¿Crushank o los minotauros? Se decidió por fin. Golpeó el suelo con el bastón y llamó a la conciencia.

Unas alas blancas salieron de sus espaldas dejando atrás a los Minotauros. Volaron sobre las tierras del dragón usando aquellas alas. Al cabo de un tiempo de andar entre la lava distinguieron las cuevas que cruzaban el monte por debajo. Allí no había lava.

Kait se sintió triste de repente. Notó que a Lucca le pasaba lo mismo. Parecía como si el lugar estuviera rodeado de antigua magia. Tal vez sea eso. Unas lágrimas rodaron por el rostro de Kait y Lucca, aunque sin la sensación de angustia que eso conlleva.

—Es efecto de la magia del dragón —dijo Kait entre sollozos—. Será mejor que lleguemos al otro lado pronto.

 

 

VII

 

 

Mientras tanto en la aldea de los Minotauros, Minos era nombrado nueva autoridad y su hijo Altaris fue nombrado clérigo. Sin embargo, Altaris había visto como su padre mataba al anterior clérigo. ¿Qué haría? Por ahora, solo observar. La llave era necesaria para terminar con la maldición lanzada por Crushank.

Hace mucho tiempo, incluso tal vez antes del Ragnarok, los Minotauros no eran tales. Eran una colonia de apóstoles dedicados al hospedamiento de viajeros en Midgard. Pero todo se vino abajo cuando no quisieron alojar a un niño pobre. La avaricia los condenó. Aquel niño era llamado por los viajeros como Crushank: El dragón Semi—humano.

Cuando aquellos hombres le dijeron «¡NO!» al niño—dragón este los maldijo con esa horrible forma. «Es más fácil decir no, pero es más humano decir sí, ustedes dejarán de ser humanos» y de esta forma Crushank los condenó.

Luego del Ragnarok, Crushank les propuso que si lograban hacerse con «la llave» les quitaría la maldición.

Por otro lado, la carne de Minotauro era considerada como curativa a muchas enfermedades de origen misterioso. Y eso no era todo: La niebla que producen en realidad es su sangre evaporándose entre sus poros, de modo que si se enojan mucho pueden morir.

—Los humanos fueron hacia Crushank, ¿Crees que lo vencerán, padre? —preguntó Altaris.

—Sí, ellos son los elegidos, ellos son la llave.

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