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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 1 - Capítulo 5: El valle de Minos y la llave legendaria
I
Era aproximadamente el mediodía.
Habían caminado todo el trayecto
desde Syrup, en las compuertas del sur, hasta el valle en el que se
encontraban. Aquel lugar era conocido como, El valle de Minos por ser el hogar
de los Minotauros en Relien.
Kait vestía solo con una remera
azul abrigada y unos pantalones largos de una tela simple que lo abrigaban
mucho.
Estaban tan solo a unas horas
del lugar de donde partieron. Kait y Lucca no sintieron un cambio en la
atmosfera en ningún momento, una atmosfera de peligro inminente.
Habían pasado la noche a unos
Kilómetros de Syrup. Lucca durmió, pero en lo que se refiere a Kait... Él
estaba muy nervioso con todo esto.
Muy en el fondo, como el resto
de los habitantes de Midgard, hubiera preferido quedarse en su casa.
—El aire parece viciado, ¿no? —inquirió
Kait mientras escalaban una pequeña meseta.
Necesitaban subir para ver mejor
el valle de Minos. ¿Cómo podían crecer plantas ahí?
En la distancia se veía el monte
de fuego, hogar de Crushank.
Ninguno de los dos había visto
nada en su vida que se le pareciese. La lava salía por entre la tierra y
quemaba el pastizal a su paso, el poco que había, levantando una pequeña
humareda que llegaba justo al cielo. Todo en derredor del monte era fuego.
Muchos lo llamaban «Volcán». Pero por supuesto era un nombre nominal que
significaba «El que quema». Proviene de la lengua de los elfos Oscuros,
llamados también simple y llanamente Oscuros.
Kait no recordaba haber visto
ningún oscuro en su vida. Tampoco es que recordara mucho. ¿Qué fue lo primero
que vio cuando despertó en el manzanero-ombú?
—Ishtar... —dijo en un suspiro.
Sí, Ishtar estaba allí,
diciéndole no sabía que cosa. No lo recordaba. ¡Si pudiera recordar algo!
De pronto, una flecha silbó
sobre sus cabezas y dio, para su suerte, en un árbol cercano.
Pronto una lluvia de flechas los
rodeó. Kait, como siempre, usó su bastón como escudo y así se protegieron.
Trató de ver de dónde venía aquel aluvión de flechas, pero parecían saber bien
lo que hacían. Debían tener un líder.
—¡Alto! ¡Alto! —dijo alguien, y
el aluvión se detuvo.
Un hombre salió de entre los
árboles. Vestía una armadura azul alquímica. Parecía... ¡Un Minotauro!
—Disculpen mis modales. Mi
nombre es Minos, pertenecemos a la raza de los Minotauros y vigilamos este
valle arbolado desde antes del Ragnarok.
Minos observó con sus ojos
negros penetrantes al joven que tenía delante. ¿Podría ser?
—¿Ustedes son...? —dijo dando
paso a la presentación.
—Kait de Syrup.
—Lucca de Jiran.
Minos se quedó pensando unos
instantes y se dirigió a las plantas. Les habló y muchos Minotauros salieron de
entre los bastos arbustos. Minos dijo:
«Bienvenido rey». Hincó sus
rodillas en el suelo en señal de respeto. Los demás minotauros salieron de la
espesura e hicieron acto de humildad también.
Kait desde luego no entendía
nada. ¿Por qué lo trataban de rey después de atacarlo sin motivos? ¿Qué estaba
pasando?
II
Kait y Lucca fueron conducidos a
un humilde poblado donde abundaban los minotauros. Cuando pasaban cerca de
ellos dejaban de hacer lo que fuera que estaban haciendo y se postraban
diciendo «Onemai». A Kait le sorprendió escuchar estas palabras. Onemai, según
entendía él, era una forma de decir rey en su lengua natal. Le extrañó no ver
mujeres minotauros entre el grupo, y así se lo expresó a Minos. Este rio
estridentemente, a Kait le pareció exagerado.
—No hay mujeres en nuestros
grupos. Nos reproducimos dejando un huevo cuando estamos en el período de
prendamiento.
Ni se les ocurrió contradecirlo.
Pero era verdad, jamás había oído de las mujeres—vaca, aunque le parecía
extraño. Tampoco es que recordara mucho, pero...
Luego de recorrer el pueblo, o
el campamento, dicho de otra manera, lo condujeron a una cabaña. Allí dentro no
se oía nada. Kait y Lucca tardaron en darse cuenta donde estaban.
—Él es Mirceas, clérigo de los
minotauros y líder espiritual de nuestro grupo.
—¡Nunca pensé que llegaría a ver
este momento! ¡Las cosas están cambiando Minos! Pero no nos alegremos Onemai,
esto no ha hecho más que empezar, tienes muchas preguntas, lo sé, lo veo en tus
ojos, pero todo a su tiempo.
Kait observaba al clérigo. Su
armadura blanca y resplandeciente brillaba al fuego de un pequeño hogar a leña
que este había armado. Mirceas vestía como una divinidad (si hubiesen existido)
en todo su esplendor.
Lucca, que miraba asustada a su
alrededor, profirió un grito ahogado cuando vio lo que había allí.
—¿Qué pasa, Lucca? —dijo él
observando con detenimiento por primera vez a su alrededor. ¿Qué significaba
aquello? Había en los costados de la cabaña dos tapices perfectamente bordados
representándolo a él y a... ¿Lucca?
Detrás de Mirceas había, al
parecer, una estatua de hueso dedicada a ellos dos. ¿Qué significaba aquello?
—¿Cómo es que tienen una estatua
nuestra y esos tapices? —preguntó Kait algo inquieto mientras Lucca aún no
salía de su asombro—. ¿Qué quieren de nosotros?
—Nosotros solo queremos lo que
dictan las profecías de la conciencia, la magia interior, la vida...
Se hizo el silencio. A pesar de
que aquel minotauro hablaba muy serio Kait no pudo reprimir una risa.
—¡Véannos! ¡Apenas podemos estar
en pie! ¡No tenemos comida, agua o alguna otra cosa! —estalló Kait—. ¡Somos
humanos de Midgard!
—Y tú no recuerdas nada de tu
pasado. ¿Verdad?
—¿Cómo sabes?
Kait se resignó. Si querían
tratarlo como rey que así fuera.
—¡Tengo hambre! ¡No he probado
nada en varios días! —gritó Kait algo enfadado.
—Nuestros hermanos toros saben
de tu necesidad Onemai, por eso han preparado un exquisito banquete —dijo con
calma Mirceas—. S, acompáñalos, Minos. Yo debo elevar mi rezo a la conciencia.
Salieron a un salón detrás de la
cabaña donde había todo tipo de carnes, menos de vaca. ¡Pero a quien le
importaba! ¡Había un jabalí sobre la mesa!
Kait se sintió mal. Había
subestimado a los minotauros. Minos dejó a los dos jóvenes comiendo a gusto en
aquel lugar. Aunque había cosas que no les cerraban, como el tapiz. Poco
importaba. ¡Tenían comida! ¡Inclusive había aguamiel! Aunque, mientras comían y
bebían a gusto no pudo evitar pensar que el que estaba en el tapiz y la estatua
era en realidad su padre, o un antecesor ¿Pero y la joven? Era igual a Lucca.
Terminaron de comer y volvieron a la cabaña de Mirceas. Este estaba rezando a
la conciencia. Se suponía que los clérigos lo hacían muy a menudo. Minos volvió
a entrar al cuarto. Esperó hasta que el rezo de Mirceas acabara.
Kait se inquietó, los cuernos
tanto de Mirceas como de Minos parecían afilados. Aunque no deseaba ponerlos a
prueba.
Había un detalle en la estatua,
el sujeto portaba una espada.
—Es la espada de la escarcha
usada por el clérigo Mincar de quién eres descendiente por parte de tú padre.
¡La espada de la escarcha! La
misma que había perdido en las mazmorras donde Belén trató de matarlo. Así que
era descendiente de Mincar.
—Pero, disculpen mi ignorancia,
¿no se les estaba prohibido a los Clérigos casarse?
—Sí, así es —concedió Mirceas—.
No sabes quién es el del tapiz, pero presuponemos que es Mincar y su esposa.
Por supuesto, quien sostiene la espada es Mincar o un heredero, antes del
Ragnarok. Nadie que no sea del linaje de Mincar puede sostenerla.
Esta revelación dejó a Kait algo
preocupado. ¿Se tendría que casar con Lucca? ¡Nah! ¡Imposible! Pero quería
saber más.
—¿Qué más sabes, Mirceas?
Mirceas esbozó lo que parecía
una sonrisa. ¿Qué se traía entre manos? Se puso en pie, ya que había
permanecido todo este tiempo sentado en el suelo y le entregó un libro.
—¿Y este libro?
—No es un libro, es el diario de
tu padre, de sus viajes, encontrarás información útil en él. Wikof hubiese
querido que lo tengas. Descansa por hoy. ¡Minos! ¡Llévalos a sus tiendas!
Minos, obediente, llevó al
Onemai a su cabaña.
III
El cuarto estaba protegido
contra todo. De hecho, no sentían ni calor ni frío. Se estaba cómodo allí. Pero
sentía que esto le iba a durar poco. Muy poco.
Al entrar en la cabaña sintieron
un poder enorme. Algo estaba interfiriendo con la conciencia. Observó el bastón
y vio que este brillaba de una manera especial.
Su luz, en donde había un orbe
sostenido por la garra de un dragón, brillaba fuertemente. Su luz roja
anunciaba el principio del final. ¿Qué le pasaba al bastón? Por un momento
pensó que la cercanía con el dragón y la garra sobre el mismo estaban
influyendo.
Minos los dejó solos. Kait
miraba a su alrededor. Había solo una cama grande y sobre esta estaba el tapiz
de su antepasado. Volvió su vista al libro que tenía en las manos. Era un
perfecto libro de viajes. Su padre seguramente habría tenido algún contacto con
los Minotauros.
—Si quieres descansar, la cama
es toda tuya, yo necesito leer esto —dijo Kait señalando el libro.
Lucca se fue a acostar sin
quejarse y Kait se quedó leyendo a la luz de las velas sobre una repisa. Pronto
el sueño lo venció. Estaba leyendo como se conocieron sus padres y se durmió.
IV
Kait despertó bruscamente.
Alguien lo llamaba. Era su propia voz quien lo llamaba. Caminó por un sendero
lleno de vidrios rotos. Por supuesto, él no se iba a amedrentar con un par de
vidrios. Siguió caminando entendiendo que el camino a su padre iba a dolerle
hasta el alma.
Por fin, apoyado contra la
oscura pared, estaba él: su padre. Pero no era como lo había imaginado. Incluso
se parecía un poco a Ishtar. Este empezó a caminar y se alejaba cada vez más de
él. A cada paso que Kait daba su padre daba unos tres más. Si seguía así lo iba
a perder como perdió todo lo que amó. De pronto su padre se detuvo y lo miró.
Kait se quedó duro. ¿Ishtar? Este sonrió. ¡No podía ser! ¡Su padre no era Wikof
sino Ishtar!
—No, Kait, tu padre fue Wikof,
yo solo te salvé. Tu padre tuvo que esconderte. Hay mucho poder en juego, debes
huir de donde estás, ¡No hay tiempo que perder! ¡Debes llegar a Axaroth cuanto
antes!
—Pero ¿y Crushank? ¿Cómo pasaré?
En aquel momento Ishtar se
volvía cada vez más y más etéreo, hasta que por fin desapareció.
V
Kait despertó sobresaltado. ¿Qué
había pasado? ¿Qué había sido eso? Ishtar...
Asomó la cabeza por la puerta de
la cabaña y el minotauro encargado de su cuidado estaba durmiendo. Sin hacer
mucho ruido, Kait se acercó al oído de Lucca y le insistió en que debían irse.
Lucca no entendía nada. ¿Irse? ¡Si eran reyes allí!
—Te lo contaré en el camino.
Debemos huir.
Lucca de muy malas ganas se puso
en pie, al parecer era todavía de noche. No se escuchaba ningún ruido afuera.
Ni siquiera el crepitar de las llamas. Minos les había dado dos capas de viaje
nuevas con las cuales combatir el frío.
Salieron de la cabaña sin hacer
ruido. Los minotauros tenían buen oído, pero muy mala vista.
—Kait, ¿Dónde vamos?
—Al monte de fuego —fue todo lo
que dijo el joven.
Agachados pasaron por la puerta
de la cabaña del clérigo Mirceas, pero sin darse cuenta tropezaron con un
Minotauro. Era Minos.
Minos se llevó un dedo a los
labios.
—Síganme sin hacer ruido.
¿Qué estaba pasando? ¿Un minotauro
los estaba ayudando?
—La puerta está muy bien
flanqueada Onemai. Sin mi ayuda no podrás lograrlo.
Kait no entendía por qué los
estaba ayudando, pero agradecía cualquier ayuda que la conciencia le mandase.
—Tu padre, en una ocasión, fue
traído a nuestro pueblo. Yo era apenas un joven inexperto. Pero, gracias a su
sabiduría, pude llegar a presentarme como líder de los minotauros.
Lucca aún no entendía por qué
huían. Allí hacía frío. En la cabaña con el hogar refulgiendo se estaba más
cómoda.
Caminaron por el medio de aquel
lugar. Todos dormían. Llegaron a la salida del lugar y, tal como pensaba, había
guardias.
—Yo los distraeré, ustedes
aprovechen el momento.
Kait y Lucca esperaron allí, en
las sombras de la noche. Minos llamaba a los guardias y les decía algo. Como
volviendo hacia ellos, pasaron por su lado. Kait y Lucca escaparon por la
puerta sin ser vistos y se internaron en la selva que estaba detrás del valle.
Allí sería más difícil ubicarlos.
Minos llevó a los Minotauros que
estaban con él hacia la entrada de la cabaña de Mirceas.
"Lo siento Padre". En
dos segundos los dos minotauros fueron apuñalados por Minos. Este entró a la
cabaña de Mirceas y lo vio allí rezando. Su padre, quien había sido un gran
profeta, estaba ahora indefenso.
—Yo tomaré el poder, padre.
Minos tomó una lanza y mientras
su padre oraba a la conciencia, simplemente dejó este mundo.
Salió de la cabaña y sonó la
alarma de fuga. Los minotauros salieron con sus armas desde sus cabañas.
—¿Qué ha pasado? —gritaban
muchos.
—¡Mirceas ha muerto! —decían
otros
—¿Quién ha hecho esto Minos? –Se
acercó uno de los soldados portando un estandarte.
Otro Minotauro se acercó
corriendo.
—Minos ¡El Onemai no está!
—¡Captúrenlos! —gritó Minos y dio
inicio la cacería.
La niebla roja salió del suelo
con la furia que daba Tyr, el dios de la guerra, solo que, sin saberlo, un
joven Minotauro, que había observado todos los pasos de Minos y como había
matado a Mirceas, se preparaba para la venganza.
—¡Espérame Onemai! —Y
cubriéndose entre la propia niebla roja corrió en ayuda de quien les diera la
profecía:
«El descendiente de Mincar se
unirá con nosotros y nos abrirá la llave al destino. Él sabrá cómo hacer. Es su
destino final»
VI
El monte de fuego no estaba
lejos sin embargo aún les quedaba medio día.
Por otro lado, la niebla roja
había vuelto a surgir. Kait sabía lo que significaba aquello: ¡Los Minotauros
sabían de su huida! Tenían que llegar al monte de fuego antes que los alcancen,
o sería tarde.
La niebla se hacía espesa y para
colmo de males aún no había amanecido. Sin embargo, algo lo traía preocupado.
¿Cómo se habían enterado los minotauros que se habían escapado? Quizás Minos se
encontrara en apuros.
—Ese no es nuestro problema Kait
—le dijo Lucca sin parar de correr.
Estaban agitados y no veían muy
bien el camino, ya sea por la niebla o por la oscuridad que proyectaban los
árboles, lo que les obligaba a tomar caminos alternativos que llevaran al
monte. Si por lo menos estuvieran cerca de Lorien. Pero parecía que a esta se
la hubiese tragado la tierra.
—Lorien debería estar por este
camino —le gritó Lucca mientras lo tomaba de la mano para guiarlo.
Había comenzado a sentir calor.
Kait agudizó el oído y se preparó. Sabía lo que estaba por pasar.
¡No podían estar tan cerca!
Repasaba mentalmente el camino: cruzaron el valle, penetraron en el bosque,
Salieron a una pequeña ciudad (la de Minos) y luego huyeron hacia el oeste.
—Lucca —gritó—. Creo que ya sé
dónde estamos.
Cruzaron unos árboles y de pronto
salieron del bosque. La niebla les había impedido ver el camino, pero allí la
niebla no tendría poder.
El borde de un acantilado era lo
que estaba frente a ellos y debajo del borde, donde terminaba el bosque, estaba
el monte de fuego.
—¿Qué hacemos ahora, Kait? Si
nos arrojamos de esta altura podríamos morir.
—Podemos volar, pero no creo
poder llegar al otro lado del monte sin ser visto por Crushank.
Lo decidió.
—Volaremos. El monte está lleno
de huecos. El riesgo es que en alguno de ellos esté el dragón, pero es uno en
cien.
—Estoy de acuerdo.
Lucca pensó en los riesgos.
Quizá no salieran vivos de ahí, pero tampoco lo harían de los Minotauros
enfadados. La niebla detrás de ellos era inestable. Se volvía más roja a cada
instante. ¿Crushank o los minotauros? Se decidió por fin. Golpeó el suelo con
el bastón y llamó a la conciencia.
Unas alas blancas salieron de
sus espaldas dejando atrás a los Minotauros. Volaron sobre las tierras del
dragón usando aquellas alas. Al cabo de un tiempo de andar entre la lava
distinguieron las cuevas que cruzaban el monte por debajo. Allí no había lava.
Kait se sintió triste de
repente. Notó que a Lucca le pasaba lo mismo. Parecía como si el lugar
estuviera rodeado de antigua magia. Tal vez sea eso. Unas lágrimas rodaron por
el rostro de Kait y Lucca, aunque sin la sensación de angustia que eso
conlleva.
—Es efecto de la magia del
dragón —dijo Kait entre sollozos—. Será mejor que lleguemos al otro lado
pronto.
VII
Mientras tanto en la aldea de
los Minotauros, Minos era nombrado nueva autoridad y su hijo Altaris fue
nombrado clérigo. Sin embargo, Altaris había visto como su padre mataba al
anterior clérigo. ¿Qué haría? Por ahora, solo observar. La llave era necesaria
para terminar con la maldición lanzada por Crushank.
Hace mucho tiempo, incluso tal
vez antes del Ragnarok, los Minotauros no eran tales. Eran una colonia de
apóstoles dedicados al hospedamiento de viajeros en Midgard. Pero todo se vino
abajo cuando no quisieron alojar a un niño pobre. La avaricia los condenó. Aquel
niño era llamado por los viajeros como Crushank: El dragón Semi—humano.
Cuando aquellos hombres le
dijeron «¡NO!» al niño—dragón este los maldijo con esa horrible forma. «Es más
fácil decir no, pero es más humano decir sí, ustedes dejarán de ser humanos» y
de esta forma Crushank los condenó.
Luego del Ragnarok, Crushank les
propuso que si lograban hacerse con «la llave» les quitaría la maldición.
Por otro lado, la carne de
Minotauro era considerada como curativa a muchas enfermedades de origen
misterioso. Y eso no era todo: La niebla que producen en realidad es su sangre
evaporándose entre sus poros, de modo que si se enojan mucho pueden morir.
—Los humanos fueron hacia
Crushank, ¿Crees que lo vencerán, padre? —preguntó Altaris.
—Sí, ellos son los elegidos,
ellos son la llave.
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