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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 1 - Capítulo 6: Crushank, el dragón legendario, aparece
I
Era un frío mediodía. La nieve azotaba con fuerza sobre el caluroso volcán.
Kait y Lucca habían huido de los Minotauros de tal manera que estos no lograran darle alcance.
Además, al parecer de Kait, los minotauros no tenían idea alguna de que ellos estaban en el yermo.
Lucca estaba algo fastidiada. Con todo esto no había tenido tiempo de bañarse siquiera. Su pollera se había chamuscado un poco y algo de su pelo estaba también en aquellas condiciones.
Kait pensaba en el diario. No podía cargarlo todo el tiempo. ¿Y si aparecía el dragón? ¿Qué haría? Soltar el diario de su padre no era una opción.
Por otro lado, nunca había visto a ningún dragón. Lo más parecido que había leído sobre ellos fue una ocasión, hacía como seis meses, en que Ishtar le había narrado una historia de amor y valentía. Aunque, a decir verdad, no la recordaba.
Trató de recordar algún detalle.
Nada.
Trató de hablarle a la joven que iba delante de él. ¿Cómo se llamaba?
—Un momento.
La chica lo miró. ¿Qué estaba pasando?
—¿Estamos olvidando? —dijo ella con algo de miedo en su voz—. ¿Qué tipo de magia usan los dragones?
—No lo sé. Pero debemos ser cuidadosos, han de ser poderosos si pueden borrarnos la memoria.
Se suponía que la conciencia de los dioses impedía que algo como aquello pasara. Pero, tal vez los dragones, seres omnipotentes y omniscientes, no estuvieran atados a esa regla.
En aquel momento sentían la lava pasar por debajo de ellos de manera que les hormigueaba en los pies. Si se hiciese un pozo, o un hueco, en la tierra... Bueno, mejor que vaya aprendiendo alguna palabra mágica para salvarse.
Caminaron por dentro de las cuevas. Era un camino interminable. Pareciera ser que ni él ni aquella joven fueran a encontrar la salida pronto.
El miedo, de ambos, empezó a crecer cuando escucharon un rugido. Algo se acercaba. La joven no tenía armas. Kait sacó una cuchilla afilada y se la entregó. Ella la tomó entre sus manos y sintió el frío del acero.
—Es de Oricalco, un material indestructible, úsalo bien.
La joven asintió y ambos se ocultaron detrás de una pared. Escucharon sollozos. ¿Alguien estaba llorando allí delante? Parecía humano. Ambos guardaron sus armas y penetraron en el cubículo que parecía ser la guarida del dragón.
El techo, abovedado y con una abertura en su parte superior, daba a entender que allí o estaba o estuvo un dragón. Observaron mejor y lo que vieron era propio de un cuento de terror: ¡Un niño!
Estaba llorando y en condiciones andrajosas. Al ver al niño, y con mucha precaución, lo instaron a dejar el lugar.
De a poco lo pusieron en pie.
—¿Cómo te llamas? –Inquirió Lucca—. ¿Sabes tu nombre?
Si era como ellos lo más probable es que no recordase su nombre. El niño negó con la cabeza. Como lo suponía.
—Será mejor que salgamos de acá, el dragón puede llegar en cualquier momento.
El niño comenzó a sollozar de nuevo. De algún modo Kait sentía miedo y cada tanto echaba una ojeada al techo abovedado, solo por si las moscas.
El niño se paró como pudo ya que parecía no tener fuerzas para nada. No tenían comida, no tenían nada que ofrecerle.
—Déjenme morir aquí, por favor.
Kait estaba en una encrucijada. Si no lo llevaba y el dragón lo devoraba iba a sentir mucha culpa. Y si lo llevaban, no iba a tener nada que ofrecerle.
De pronto, como si la solución hubiese entrado en su mente, se agachó de espaldas al niño y le dijo que subiera a su espalda.
Lucca estaba impresionada. Aquel joven era, en cierta medida, lo que ella siempre había querido y buscado en un hombre. De repente se escuchó, y sintió, un aleteo poderoso.
Kait, Lucca y el niño se refugiaron detrás de una pared. Sin embargo, el dragón no apareció. El aleteo se escuchaba... ¡Donde estaban ellos!
Kait miró al niño y notó sus ojos ambarinos, su pelo dorado y sus colmillos. ¡El niño era el dragón!
Retrocedieron al centro del lugar y vieron para su asombro, y posterior terror, como el niño se convertía en Crushank.
Kait estaba asustado de verdad. El Dragón, de unos veinte metros de estatura, lo miraba desde el centro de la sala. Sus ojos ambarinos y su barba larga daban por entendido que no era un Dragón normal, era el último dragón milenario. Su piel color dorada reflejaba el sol que entraba por el hueco ya que hasta allí llegaba su cabeza. Sin embargo, tras el terror inicial, Kait no tenía miedo, ni un poquito.
El dragón gruñó y Kait sacó su bastón.
—¿Vas a pelear contra mí, hijo de Wikof?
Pero Kait no retrocedió.
—Veo que has estado antes en peleas. Puedo ver tu corazón —dijo con una voz profunda y a la vez echando una bocanada de humo hacia el cielo—. Hacía mucho que nadie pasaba por aquí ¿Qué los trae a mi cueva?
Kait miró a Lucca que estaba aterrada en el otro costado.
—Vamos a Axaroth.
El dragón lo miró como juzgando cuanto de verdad había en ello.
—¿A qué van a Axaroth?
Por primera vez se lo preguntó desde que había iniciado aquel viaje.
—Vamos en busca de respuestas.
Kait sintió como si algo entrara a su mente y la presionara hasta dejarla seca.
—Ya veo —dijo Crushank—. Vas en busca del puño de Odín. Bueno, bueno... ¿Qué tienes en ese bastón mágico? ¡El Orbe de Nimbluzz! ¡Qué sorpresa! Nunca esperé volver a verlo. Lo usaba tu padre según recuerdo. Mmm...
El dragón se dio la vuelta y miró hacia su parte trasera.
—Necesitas pasar, ¿verdad? Bien, te ofrezco un trato. El orbe de Nimbluzz por el paso de mi cueva.
¿El Orbe? ¿Había pertenecido a su padre antes que a él? No, no se lo daría.
—¿Entonces, es un no?
—¡Cúbrete, Lucca!
El dragón lanzó una bocanada de fuego que por poco quema los pelos de la joven. Lucca corrió por detrás del dragón hacia la salida, pero este la tapó con su cola. Kait sin embargo había convocado un escudo grande para batallar. Parecía pesado, pero era liviano. Sin embargo, no le sirvió demasiado contra el dragón. Tenían que huir. ¿Pero cómo?
—¡Quiero el orbe!
Kait se preguntaba para qué lo quería. ¿De qué le servía el orbe a un dragón? De todos modos no se lo iba a dar. Iba a pelearlo a muerte.
Crushank, enfadado, largó nuevamente una bocanada de ardiente fuego. Kait se cubrió detrás del escudo. ¡Quemaba! ¡Pero tenía que resistir! ¿Qué podía hacer? Ya había llegado hasta allí, no había marcha atrás.
De pronto, una voz le habló al oído. Reconoció la voz.
—¿Ishtar?
—Kait, escúchame, presta atención.
Kait veía la escena como si estuviera en vivo y en directo allí con él.
—¿Qué más da, Ishtar? Nunca necesitaré usar magia. Siempre estarás ahí para ayudarme, ¿verdad?
Ishtar en aquel momento hizo un silencio. Kait no recordaba todo aquello.
—Bien, presta atención —le decía Ishtar— el secreto de la magia es saber qué o cuál magia debes utilizar según la circunstancia. Ya tienes quince años y es bueno que lo sepas.
«Las magias se dividen en cuatro tipos: Conciencia, materialización, somático o verbal. Cada una de ellas tiene un uso especial. Por ejemplo –Ishtar movió la mano y un martillo apareció allí en la mesa— hice aparecer un martillo, eso es materialización; sin embargo, también puedes usar la conciencia, por ejemplo: puedes poner un clavo, cuyo elemento es el metal, en la mesa y de esa forma clavarlo con el martillo. Es tan fácil como eso».
La imagen se difuminó y Kait se volvió a encontrar frente a frente con el dragón. Usar Materialización. Se concentró. ¿Qué era lo que debía materializar? Sin darse cuenta algo frío apareció en su mano. No podía creer lo que veía: ¡La espada de la escarcha!
Kait ahora más confiado tomó la espada y se la arrojó al dragón poniéndola en el arco y disparándola entre las llamas. Inmediatamente después de eso convocó a la conciencia y el hielo que rodeaba a la espada se convirtió en agua dentro de las fauces del dragón. Se escuchó la voz del dragón ahogada y el crepitar del fuego apagándose. Kait permaneció atento por si se escuchaba algún ruido donde estaba Crushank. Pero las alas habían dejado de batirse.
Alguien le tomó la mano. Era Lucca.
El crepitar del fuego y el dragón ya no estaban. En su lugar estaba el niño.
—Has ganado, tu padre te ha enseñado bien —le dijo.
Kait estaba a punto de decir que no fue su padre el que le enseñó aquel uso de la magia, pero decidió darle un poco de honor al nombre de aquel individuo y permitir que se lleve un poco del crédito ganado.
El niño se sentó y miró a Kait.
—Es hora de irnos.
¿Qué? ¿A qué se refería?
—Has ganado, mi lealtad es tuya para siempre.
No lo había pensado, pero... ¿Tener un niño-dragón en su grupo? Kait lo pensó detenidamente y decidió que lo llevaría consigo.
Ahora qué se suponía que debía hacer. Con un niño dragón era más seguro ir a Axaroth que con una chica vestida de negro y un peinado raro. A propósito, ¿Cómo era que aquella chica se había unido al grupo? La observó de arriba abajo. No era fea, pero tenía, a esas alturas, la ropa andrajosa.
Kait, por otro lado, necesitaba dormir. Desde la noche en que falleció Ishtar que no lo hacía.
—Necesito un lugar para descansar antes de seguir —le dijo Kait a Crushank—. ¿Podemos...?
—¿Descansar aquí? Sí, por supuesto.
Kait se echó en un rincón y pronto se durmió.
II
Aquel día, en aquella caverna de Helheim, tres individuos caminaban arrastrando a un cuarto personaje. Según lo que sabía Gerard encontrarían a Hela en aquel lugar. No parecía ser un lugar peligroso para tres, sin contar a la escoria que arrastraban.
El lugar, oscuro y tétrico, era digno de su carácter. Según se decía, Hela fue una gigante y la única que sobrevivió al caos dado por su padre.
Cuando Loki inició el Ragnarok, Hela se abstuvo de pelear. Solo recibió a los muertos en su mundo. ¿Qué más haría por ellos? No podía ir en contra de la voluntad de su padre. Quisiera o no era su padre. Luego, al pasar los años, se enteró por los muertos que allí iban que los dioses fueron los que sacrificándose crearon la conciencia mágica.
—¿Dónde estará Hela? —inquirió Yuz.
—No puede estar muy lejos —dijo Belén observando para todos lados, sentía terror solo de pensar en aquella gigante.
Belén y Yuz se quedaron helados. ¿Qué era esa cosa que había adelante?
El Clérigo, siempre sonriendo y con los ojos cerrados, se hincó de rodillas en el suelo: Después de todo era la hija de Loki.
—Hela.
Los otros dos lo imitaron hincando sus rodillas en el frío suelo: tan frío como los cadáveres de los que se alimentaba Hela. Ella, de piel blanca y aterciopelada de un lado y el otro lado carcomido, los miró con sus profundos ojos negros.
—¿Quiénes son ustedes? —inquirió con su voz profunda de mujer, una voz engañosa—. No están muertos por lo que veo, ni son nosferatus.
—Venimos de Midgard —le comentó Gerard—, queremos un cambio de almas.
El rostro de Hela se iluminó. ¿Un cambio de almas eh? Podría ser interesante.
—Queremos a uno de los muertos que está aquí por el alma de esté hombre, si es que aún no has devorado esa alma.
—¿Cómo se llama el difunto? —inquirió Hela con una sonrisa torva.
—Ishtar. A cambio te entrego a alguien que jamás podría haber entrado al Valhala, su nombre es Máximum de Jiran. Un gran asesino.
Máximum, que había quedado a un costado mirando todo aterrado, se preguntó qué sería de él.
—Pero, Máximum está vivo —dijo Hela con asco—. ¡No me agradan los vivos! —rugió—. Pero —dijo con una voz suave y socarrona— podría convertirlo en mi mascota ¿Qué dicen, humanos? El sello de Alessa, que sé que tienen en su poder, más este hombre-mascota y les devuelvo el alma de Ishtar.
La cara del clérigo había sufrido una transmutación. ¿Cómo sabía Hela del sello de Alessa? Solo podía hacer una cosa: mentir.
—No sé a qué se refiere con lo del sello de Alessa.
Hela rio y no fue agradable. Era una risa fría y sin sentimientos.
—Sin el sello no hay trato.
—Tengo un trato mejor si me lo permite, altísima Hela —dijo el clérigo volviendo a sonreír—, el alma de una Morganita por Ishtar.
Hela dejó de sonreír. Ese hombre no mentía y, a pesar de todo, una Morganita tenía mejor sabor que el sello de Alessa.
—Trato hecho, humano, si me traes a una Morganita dentro de los próximos días, les devolveré a este humano y el alma de Ishtar. Hasta tanto no hay trato. Ahora retírense.
Máximum aterrado se quedó allí observando a la gigante que sonreía maléficamente como si se hubiera sacado la lotería.
III
Lejos de allí, en Midgard, Kait despertaba de aquel sueño impertérrito y estertóreo. No lograba recordar su sueño. Ni un poco. Al abrir los ojos vio la oscuridad. Estaba en aquella caverna. ¿Había peleado con un dragón? ¿Un legendario dragón? Distinguió en la distancia que algo se movía. Unos ojos ambarinos con franjas doradas se acercaban a él. Sabía lo que era: Crushank. ¿Dónde estaba Lucca? Tanteó en sus costados y distinguió el bastón mágico y el libro de viajes de su padre.
—¿Estás bien, amo? —preguntaron los ojos—.Pareces preocupado.
—No es nada, necesito una luz.
—Enciende el Orbe de Nimbluzz, la conciencia te iluminará.
Kait se puso en pie y sintió la enorme presión del poder del dragón. Se concentró en la simple luz. Lo logró al cabo de unos segundos.
Logró encender la piedra y vio allí, a unos pasos de distancia, al dragón Semi—humano. Kait no entendía mucho de dragones, solo lo necesario para saber que eran peligrosos y que no lo necesitaba en su grupo. Pero jamás se le hubiera pasado por la cabeza decírselo a Crushank.
—Crushank, ¿dónde está Lucca?
—Está afuera mirando las estrellas, dice que puede entenderlas.
¿Entender las estrellas? Sí claro, como no. Un dragón semi-humano, una chica hija de un asesino que observaba las estrellas y un joven de dieciséis años que portaba dos armas legendarias: El arco del cazador místico y el bastón con el orbe de Nimbluzz. ¡Qué equipo! Se preguntaba cuanto duraría en Axaroth contra la tribu Morganita. No mucho, pensó.
Ya que estaba con el dragón decidió hacerle una pregunta que lo carcomía desde hacía rato.
—Crushank, ¿por qué Axaroth es llamada la ciudad de los espejos?
Crushank cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró. La mirada, sin saber por qué, había incomodado a Kait.
—¿En serio no lo sabes?
Kait negó.
—Bien, creo que no hará daño que lo sepas.
»Hace mucho tiempo, después de una gran batalla que la historia no recuerda, Morgania buscaba un hogar para sus hijos. Percibió el odio de las demás tribus cercanas y se exilió. Llamó a su ciudad Axaroth y la encerró en un espejo. El espejo cambia de lugar cada tanto. Nadie sabe dónde, excepto yo y algunos más.
»Nosotros, los dragones, tardamos en comprender las razones del mismo. Mientras nuestro mundo se destruía gracias al Ragnarok, Morgania y su clan se vieron obligados a encerrarse por un tiempo. Se encerraron en ese espejo.
Así que ese era el secreto. Un momento, eso quiere decir.
—Mi padre, Wikof.
—Sí, Wikof era descendiente directo de Mincar. Desde entonces se ha pasado la magia de padres a hijos.
—Pero, yo no recuerdo nada, solo a Ishtar.
—Bueno, habría que preguntarle a ese humano quién es en realidad. ¿Dónde se encuentra?
Kait le habló del viaje a Miltran y la huida, incluyendo la muerte de Ishtar.
—Mmm, es complicado. ¿Así que aquella chica te dijo que «Mamá se iba enojar» si ibas? Debo investigar, espérame aquí, iré a estirar mis alas —dijo el joven mientras corría y, transformándose, abría sus alas y volaba lejos de todo aquello.
Kait pedía una sola cosa, y lo rogaba por dentro:
—No deseo ser un Morganita. ¿Debo hacer caer a Morgania al final?
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