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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 1 - Capítulo 7: El poder del diario de Wikof
I
Kait, sin embargo, se había quedado preocupado. Las revelaciones de Crushank, en algún sentido, lo ponían intranquilo. Aquel orbe, que estaba abandonado a su suerte en el castillo de Miltran, ¿A quién había pertenecido realmente? Se preguntaba cómo era que había llegado hasta ahí.
El orbe de Nimbluzz no dejaba de alumbrar en el calor de la cueva. Además, el peso de la magia del dragón Semi-humano se sentía más liviana.
Desde que lo había derrotado, usando la espada de la escarcha, había recuperado su memoria y su capacidad de raciocinio. En aquel momento pensó que accedería a la locura. ¿Era eso el poder del dragón? Tenía una sospecha, muy bien fundamentada, en la cual el dragón tenía mucho que ver. ¿Y si el dragón se hubiese dejado ganar solo por aburrimiento?
Kait decidió ir a ver a su amiga. Lucca estaba en una especie de balcón natural (¿Lo habría creado el dragón?) observando las estrellas. Ella las observaba tranquilamente.
—Lucca —comenzó Kait y esta se dio vuelta—. ¿Estuviste llorando?
Lucca se limitó a asentir.
—¿Es por tu padre? ¿El conde de Jiran? —No dijo nada—. Ya lo hallaremos. No estaba entre los... —Iba a decir cadáveres, pero algo en los ojos acuosos de la chica le dijo que no lo hiciera— ...entre ellos —dijo finalmente.
Kait no sabía que decir. ¿Cómo consolarla?
—¿Lucharás contra la raza Morganita? —preguntó por fin la chica y lo miró, algo en sus ojos le dijo que estaba decidida—. ¿Qué es la magia, Kait?
—¿La magia? Mmm. Según lo que yo entiendo por magia, es el uso de la conciencia ya sea para el bien o para el mal.
—Ya veo. —La chica sostuvo sus miradas unos segundos, y luego dijo aún entre lágrimas—. Si logro aprender a usar magia, ¿puede que salve a mi padre? ¿Verdad?
—Mmm... Si solo supiéramos donde está, quizás. —De repente Kait sintió un fuerte dolor de cabeza, ¿Magia draconiana? No, era mucho más poderoso.
Kait... No vayas a Axaroth... un destino terrible te espera... ¡No lo hagas!
¿De quién era esa voz? Sonaba a... ¡Ishtar! Las palabras se repetían en su mente una y otra vez. Se sentía desfallecer. Pero sin previo aviso la voz se detuvo.
—Kait, ¿estás bien? —Una joven de pelo negro, ojos negros y vestido negro lo miraba: ¿Lucca?
Miró a su alrededor. ¿Dónde estaba? ¿Qué era todo aquello?
La habitación en la que se encontraba parecía acogedora. La joven que lo miraba preocupado tenía un ligero parecido con Lucca. Pero ¿Dónde estaba ella? ¿Y la caverna? ¿Y el dragón Semi-humano? Kait se preparó para usar su bastón. ¡No estaba! ¡Ni eso ni el diario de su padre!
—¿Qué buscas, Kait?
—No, nada.
Observó, para su horror, que había vuelto a la edad de un niño, cuatro años quizás. Eso quería decir que la joven que le sonreía era...
—¿Mamá?
—¿Me llamaste mamá? ¡Qué alegría!
Entonces si era su madre. Eso explicaba algunas cosas. Sin embargo, el rostro de su madre se transmutó al ver a un hombre, un hombre que él conocía. ¿Qué hacia allí?
—¿Qué quieres, Josué?
El hombre, de complexión fuerte, había sido su instructor en el uso de la conciencia. Era lo único que recordaba de su pasado. ¿Qué tenía él que ver con sus padres?
—Sé tú secreto.
—¿Có-cómo lo has...?
—¡Ah! —dio un suspiro de lamento— ¿Qué pasaría si el pueblo se enterase?
—Kait, sal a jugar con tu hermana.
La niña en cuestión estaba fuera de la cabaña. Jugaba un juego que él no conocía ni había visto en su vida.
Así que tenía una hermana. La niña, de pelo platinado y ojos negros, muy parecidos a los de su madre, no dejaba ni un minuto de jugar.
—Naara, juega con tu hermano.
La niña lo miró como se mira a un caracol: con asco y repugnancia.
Kait se dirigió a donde estaba la niña.
Kait no pudo reprimir, y observar, que Josué aún conservaba sus ojos. En su «Otra vida», el mismo hombre llevaba una bandana sobre los ojos. Pero, después de enseñarle lo básico de magia, le entregó una bandana azul con símbolos rojos que Kait portaba orgullosamente en su cabeza.
En realidad, lo hacía con el fin de detener su cabello. Crecía mucho más hacia delante, en el flequillo, que de largo en la parte de atrás. Nunca entendió por qué.
—¿Qué es este juego?
—Se llama Pixelar. ¿No recuerdas? Josué nos mandó a practicarlo.
Su hermana lo doblaba en años. ¿Así que después de todo él ya sabía usar magia?
—¿Y dónde estamos?
—Lorien, hoy estás medio extraño hermano.
—Sí, puede ser... ¿Dónde está papá?
—Lo llamaron del castillo de Miltran, parece que el rey está enfermo.
Kait no hizo más preguntas. Su hermana, al igual que él, tenía el pelo atado en una trenza. Sin embargo, no era eso lo que le preocupaba. El hecho de que Josué estuviese allí no podía significar nada bueno.
Esperó en la puerta de su casa hasta que su madre lo llamara. Primero pensó que Josué se había ido, pero luego se dio cuenta de que estaba mimetizado con su propio entorno. Su capa de viaje verde agua hacia juego con el color de su casa, la mimetización perfecta.
—Kait, desde mañana él será tu instructor —anunció su madre, aunque se la vio presionada al extremo.
—¿Qué aprenderé? —preguntó Kait, aunque sabía lo que aprendería.
—Niño, aprenderás magia de uno de los mejores magos: yo.
La madre de Kait miraba decididamente para otro lado, así era mejor, ¿Verdad? ¿Qué le ocultaban?
Kait no sabía si alegrarse o no. En realidad, no entendía nada. Se suponía que ya sabía usar la conciencia: ¡Había derrotado a un dragón!
Naara entró en la estancia algo enfadada.
—¡¿Por qué Kait puede aprender magia y yo no?!
Josué miró a la niña como si le fuera a morder el pie o un brazo, sin embargo, a Kait no le causaba ni la más mínima gracia. A pesar de no recordar a su hermana, le molestaba la actitud de Josué.
—No puedo enseñarte magia y pronto sabrás por qué —luego miró a Kait— mañana empezaremos, hasta mañana —agregó y salió.
Kait se quedó intrigado. ¿Su hermana que era mayor no podía aprender magia y él sí? ¿Por qué? Cuando Josué dejó la casa. Los dos niños atosigaron a su madre con preguntas. Sin embargo, su madre parecía perdida, ausente.
—Si tu padre estuviera aquí —dijo ella mientras revolvía el guisado de cordero que olía muy bien— .... ¿Estaba llorando?
La melena azabache le caía sobre los ojos. ¿Dónde estaba su padre? Desde que despertó aún no lo había visto.
Naara miraba para otro lado. Al parecer no le gustaba ver a su madre sufrir.
Kait esa noche descansó sabiendo lo que le esperaba al día siguiente.
II
En la mañana, al despertar, decidió ir a esperar a Josué donde sabía iban a entrenar. A pesar de no conocer el lugar, y que le era extraño, percibió una inmensa nostalgia. La gente comerciaba en las coloridas calles de Lorien.
En un extremo del pueblo, al lado de una bella catedral dedicada a la conciencia, estaba parado Josué. Al verlo, Kait se acercó a él.
—Oh, Kait —dijo él, sorprendido—. Te estaba buscando. Tu madre está preocupada porque saliste temprano de tu casa y no le avisaste ¿Pasa algo? Te veo preocupado.
—No, no pasa nada. Simplemente siento que esto ya lo viví.
Josué descartó la idea de inmediato y, mágicamente, envió una paloma para avisarle a su madre que estaba con él.
Despacio, Kait comenzó con su primera lección. Era en aquella capilla donde se llevaría a cabo la primera prueba. Pero antes debía aprender a manejarse y manejar la conciencia.
Josué lo hacía estudiar las leyendas de los dioses caídos y toda su magia. ¿Para qué? No entendía que utilidad tendría aquello en una vida normal como la suya.
Luego de un mes de entrenamiento en el cual Kait era capaz de manifestar cualquier cosa que deseara, incluyendo armas, y combinarlas con elementos de baja categoría, llegó la tan esperada prueba.
El pequeño Kait entró en la capilla. No recordaba que esto hubiese sucedido así, pero después de haber vivido aquella pesadilla en la que Ishtar moría esto era pan comido.
La catedral, parte de lo que quedaba del culto a Odín, estaba preparada para la ocasión. ¿Contra qué se iba a enfrentar? Aún no lo sabía. El corredor delante de él estaba alumbrado con pequeñas velas. Extrañamente las velas no alumbraban el pasillo si no el techo abovedado y negro.
Josué lo dejó en la puerta y se fue. Kait caminó por el pasillo entre las velas. ¿Qué le esperaría? Al llegar al final del recorrido vio una escalinata adornada con antorchas. ¿Qué sería eso? Algo se movía delante de él. ¿Una sombra?
Kait se pegó a la pared. El ruido iba delante de él.
¿Por qué no recordaba esto? Kait se detuvo. ¿Era su impresión o se había largado a llover? El repiquetear se escuchaba en todo el lugar.
Al llegar a la cima de la catedral abrió la puerta. Alguien estaba allí. Kait tomó coraje y gritó:
—¿Quién eres?
A lo cual aquella persona le devolvió el grito... ¡Con su misma voz!
El relámpago lejano alumbró a aquella persona mientras el agua le caía en el rostro: ¡Era él!
Kait comprendió en aquel momento que tenía que pasar la prueba. Con solo cuatro años de edad debía decidir. Su alter—ego manifestó una espada de tamaño considerable y se lanzó al ataque.
—¡Es-espera! ¡No estoy listo!
Kait manifestó un escudo redondo y un cuchillo. Lo reconoció casi al instante: ¡Estela de dragón! ¡Pero aquella arma no era la indicada para aquel combate! Sin embargo, si lo hacía bien podría llegar a ganarle.
La tormenta se había puesto densa y la oscuridad reinante le causaba un terror enorme al pequeño Kait. Sin embargo, a cada embestida, Kait lograba contrarrestar el ataque, aunque no lograba herir a su enemigo.
Llevaban peleando un rato cuando la sombra de Kait, el otro Kait, selló los movimientos de su defensa. La desesperación acometió la mente de Kait. ¡No podía moverse! En aquel momento en que su sombra lo quiso apuñalar, el sello se soltó y algo extraño pasó.
Una mancha de sangre roja y oscura caía de los ojos de Josué. Kait y su sombra habían atravesado sus ojos. La sombra, entre risas, pateó al instructor y siguió con la lucha.
Kait, enojado, elevó su conciencia, puso sus manos hacía adelante y lanzó un ataque de luz muy potente.
Un gran rayo de energía de un tamaño considerable pegó de lleno en el pecho de la sombra desvaneciéndola por completo.
Kait, que consideraba terminada la prueba, vio para su horror, que aún quedaba un vestigio de aquella sombra y que se estaba regenerando.
—Kait, usa la conciencia, no tus ojos —le dijo su instructor que perdía sangre en grandes cantidades— Saca tu arma de mi ojo y lánzala mezclándola con la conciencia.
Kait escuchó a su maestro. Tenía razón. Sacó de un tirón el arma del ojo y concentrándose en el enemigo lanzó la estela. Dio justo en el corazón. La sombra reventó, la tormenta apaciguó y las nubes se echaron hacia el sur.
Kait tomó en andas a su instructor y lo bajó lentamente por la escalinata de la catedral. Al llegar abajo los clérigos, que no dejaban de realizar sus plegarias a los dioses caídos, se levantaron y curaron a Josué. Pero este les pidió que no le devolvieran los ojos.
—No los necesito para ver el futuro, ya que he entrenado al futuro.
Los clérigos miraron a Kait. Su madre, que se parecía a Lucca en un momento desesperado, entró a la catedral.
El patriarca de los magos se le acercó.
—Hijo, debo decirte que no te puedo nombrar mago, recibiste ayuda para la última prueba.
—Repítanla —gritó su madre encolerizada.
—Lo siento, corre con ventajas, no lo podemos permitir.
Kait, algo frustrado, sabía que la palabra del patriarca era santa. Cualquiera que la contradijera debía morir. Su madre también lo sabía. Por eso calló.
Al día siguiente Josué lo visitó en su casa. Kait estaba frustrado. ¡Quería ser un mago!
—Ser un mago no lo es todo —le decía mientras acariciaba su cabello rubio—. Debo pedirte disculpas Kait, no sabía que ibas a romper el sello de Alessa.
¿El sello de qué? No tenía ganas de preguntar. Estuvo a un paso de convertirse en mago. Tal vez en uno de los más fuertes.
De pronto, como si de un vendaval se tratara, un hombre fornido vestido con una túnica blanca y una capa de viaje negra, entró en la estancia.
—Wikof, veo que has llegado.
¿Su padre? Físicamente era igual a él. Tenía que serlo. Su cabello rubio, incluso la bandana azul con motas rojas ¡Un momento! Algo iba mal. La bandana se la regalaba Josué.
—Josué. —El aludido estiró su cabeza como una cigüeña—. ¿Por qué no dejaste batallar a mi hijo?
—Fue prisionero del sello de Alessa, pensé que no sobreviviría.
Wikof se acercó a la cama donde estaba echado Kait y le puso una mano en el rostro. Los ojos acuosos y verdes de su padre eran parecidos a los suyos celestes. Wikof lo abrazó y dijo con voz profunda:
—Vete de mi hogar, Josué.
—¿Sabes lo que pasará, verdad?
¿Wikof estaba aterrado?
—Sí, lo sé. Por eso, te pido que te vayas.
Kait no entendía nada. ¿Por qué esa mirada asustada en los ojos de su padre? ¿Qué era lo que ocultaban?
—Kait, ve en busca de tu hermana, tenemos que irnos de aquí, huir de este pueblo.
Wikof decía todo esto apresuradamente, mientras guardaba todas sus pertenencias en cajas o bolsas. Igual no era mucho lo que les quedaba.
—Esta noche partiremos.
—¿A dónde iremos?
—Tendremos que volver a nuestro origen. Naara, Kait junten sus cosas y prepárense, esta noche iremos a Axaroth.
La noche, sombra ambulante del destino, le marcaba los pasos a Wikof. Imágenes venían a la mente de Kait. Una ciudad en llamas, Su padre llevándolo en andas y cuatro personajes consumidos por las sombras.
III
Kait, algo confuso, miraba hacia el techo. Un techo negro y abovedado. Sentía calor, hambre y sueño. Se tocó la frente. Ardía en fiebre. Miraba para un lado y para otro.
—¿Estaba en un sueño?
—No, era parte de tus recuerdos, aunque borrados, de alguna manera se manifiestan.
Un niño, ahora vestido con una túnica negra, lo miraba parado al lado suyo. Sus ojos ambarinos y aquel dolor de cabeza se debían a él.
—¿Es el poder del diario? —inquirió Kait.
Crushank miró para otro lado al igual que Lucca. ¿Qué había pasado? Kait se puso en pie y vio que habían hecho una pequeña fogata que alumbraba, en cierta medida, la cueva.
—No es una fogata. Es tu diario.
Kait no sabía qué hacer.
—Lo siento, los dragones no tomamos agua.
Kait rápidamente convocó al elemento agua y quiso apagar el fuego. Nada daba resultados. Era fuego vivo.
—Lo siento Kait —dijo Lucca—. Parece que el poder del diario era demasiado fuerte.
—Sí, y gracias a eso recuperé algo de mi memoria... ¡Gracias, papá!
Y juntos los tres, cruzaron el monte de fuego en la soledad nocturna y abrazadora, hacia su propia tierra: Axaroth, la ciudad prohibida.
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