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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 3, Capítulo 4 - ¡Rashem y Ayamis! ¿Existen o no?

I -... Y eso no es todo –Dijo Jiyande- hemos encontrado estatuas del Morganita Coral y otros tres soldados. Además de que la orden de Scrania está petrificada. Mondo y Lord Metin se miraron. Su mirada no pasó desapercibida a los ojos de Jiyande. -¿Qué es lo que saben y no nos están diciendo? ¡Hablen! -Coral era el orador de los soles. Estaba buscando algo, aunque no sé qué –Dijo Mondo. -Entonces el que mató al antiguo Orador, ¿fue él? Ya veo. Bueno, es un asunto interesante. Surtur entró en la sala. -Jiyande, tengo noticias y temo que no son agradables. -¿A qué te refieres? Si es por lo de Astinus y su dragón... -No, hemos revisado la biblioteca junto a los supervivientes que hemos logrado despetrificar. -¿Han dicho algo...? -Sí, ojos azules y pelo rubio. Es todo lo que llegaron a ver. -Mondo quédate aquí. Iré a ver a esos supervivientes. Mientras Lord Metin se iba, Surtur observaba su espada oscilar. Tomó una decisión. -Iré con él. Jiyande asintió. -¿Qué pueden querer de alguien que p

Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 1 - Capítulo 8: Axaroth, la ciudad del espejo. ¿Es un espejo?


Kait, Lucca y Crushank habían salido aquella mañana del monte de fuego. Extrañamente el fuego del monte había desaparecido. Según Crushank se debía a que él abandonaba su nido.

Desde que nació había vivido en aquella cueva. Casi no había tenido contacto con humanos con excepción de las pocas veces que había viajado a Axaroth.

Los Morganitas no se atrevían a hacerle daño a un dragón y menos si iba acompañado de dos humanos. Pero últimamente las cosas no venían bien entre los morganitas.

El rey era un morganita de nombre Caleb y ponía muchas trabas sociales para convivir en paz. Para colmo aquella vieja maldición no los dejaba tranquilos. 

Para entrar a las tierras de Axaroth mínimamente debían saber la palabra que abría el espejo.

Pero ni Kait ni Lucca sabían cómo entrar. Crushank sí. No había entrado nunca en su forma humana. Al parecer al acercarse caminando a la ciudad parte de su magia se cortaba. Pero no era así cuando entraba en su forma de dragón. Parecía un humano, un niño común y corriente, aunque sus ojos ambarinos lo delataban. Parecía un humano-felino.

—Detrás de esa montaña se encuentra la entrada a Axaroth.

Kait observó la montaña. Parecía un cumulo de tierra de lo más normal y corriente. Había empezado a dolerle el estómago. Su hermana, Naara, quizás se encontrase dentro.

Desde la cima de la montaña alguien los miraba. Un hermoso halcón los vigilaba. Tal vez nunca encontrasen la entrada a Axaroth sin su guía.

De hecho, ella conocía la entrada.

El Halcón poco a poco fue tomando forma de mujer. Su cresta se fue poniendo platinada hasta quedar larga y lacia. Sus garras se convirtieron en manos suaves y delicadas, y el resto del cuerpo era de una belleza incalculable. Cualquier hombre en su sano juicio la desearía sin dudarlo. Los humanos comunes no eran de su agrado. No eran buen alimento. ¿A dónde se dirigían? Quizás a Axaroth ¡JA! ¡Como si pudieran entrar! No eran nativos así que eso no le preocupaba. ¿Un niño? Aunque despedía un hedor a magia repugnante. Era el olor que ella más odiaba. ¡Conciencia! Por supuesto que ella también usaba la conciencia aunque a un nivel distinto. Lo suyo era la transmutación del cuerpo. La joven que estaba con ellos se parecía a... No, no podía ser... hacía mucho que había muerto.

Pero lo que más llamó su atención era el joven del pañuelo azul con motas rojas irregulares. ¡Era igual! No podía ser otra persona: ¡Kait! Así que estaba vivo después de todo. Su hermanito iba a su encuentro.

No le importaba todo eso de la familia. Especialmente desde el momento que a él le enseñaron magia y a ella no. ¿Por qué? Por ser una Morganita.

A lo lejos se veían unas nubes. Eran oscuras y presagiaban cosas siniestras para aquel mundo en decadencia. Lord Caleb estaría furioso con ella si no le informaba de este suceso extraordinario. El hijo pródigo regresando a su hogar al igual que el refrán: "Todos los caminos conducen a Axaroth, pero uno solo a Helheim". Rápidamente se convirtió en Halcón y surcó los cielos con dirección a Lácrima, el castillo de Lord Caleb en tierras malditas.

Habían cruzado las tierras inhóspitas de Licaón, como llamaban al rey de aquel lugar devastado por la sequía y el hambre, y ya se encontraban cerca de la entrada.

—Debería estar a la vista de un momento a otro —dijo Crushank mirando con atención a través de sus ojos ambarinos-humanos.

El yermo desolado que tenían delante no parecía la ciudad. Había solo una rosa abandonada a su suerte. ¿Una rosa? Kait se preguntó cómo había llegado allí. ¿De dónde habría salido?

—Kait, aquí.

—¿Qué es eso?

Lucca y Crushank lo llamaban moviendo las manos en el aire. Kait miró más allá de ellos y logró ver la entrada.

—Un espejo.

Allí, en medio de la vasta soledad, había un espejo. Estaba de pie. sosteniéndose solo en el aire, y era tan alto como Kait.

Él observaba aquel espejo como se observa a un gato muerto y carcomido por las aves rapaces.

—¿Esta es la entrada Crushank?

—Sí.

Kait volvió a mirar el espejo preguntándose cómo podrían entrar. Un espejo en medio de la nada, una rosa abandonada en aquel lugar yermo y misterioso.

De un momento a otro su bastón comenzó a brillar. Estaba respondiendo a la magia del espejo. El espejo comenzó a resquebrajarse...

—¡Detenlo, Kait! —gritaron Lucca y Crushank al mismo tiempo.

Demasiado tarde, el espejo se rompió. Pero eso no fue todo. En el lugar donde había estado el espejo apareció lo que a primera vista parecía un viejito enjuto y decaído vistiendo una armadura.

—¡Hola! —saludó el hombre.

Aquel hombre, al parecer de Kait, era una especie de guardián del espejo.

Pero pronto Crushank lo reconoció. Aquel hombre era el legendario señor de la guerra Atlus.

Crushank y el señor de la guerra Atlus se conocían.

No era que fuera su amigo íntimo pero había una especie de respeto mutuo.

Atlus portaba en su cinturón una espada tan blanca como la nieve de las tierras del norte y su armadura, a decir verdad, lo hacía verse ridículo. Pero el dragón Semi—humano sabía que no era un hombre cualquiera.

—Atlus —dijo por fin el dragón—. ¿Por qué nos recibes tú?

El viejo sonrió con sus dientes amarillos y medio podridos.

—Porque soy un señor de la guerra y tengo órdenes de no dejarlos entrar.

La espada blanca se veía peligrosa e incluso los labios del dragón se pusieron morados. ¿Tan peligroso era ese viejito?

—Necesito entrar —dijo Kait mirándolo a los ojos y sosteniéndole la mirada.

Atlus pareció dudar. Kait pensó que la entrada le estaba prohibida a cualquiera que no sea Morganita. Así que...

—Soy un Morganita —le dijo Kait, a lo que Atlus solo sonrió mostrando sus dientes—. Soy del linaje de Nimbluzz y Mincar...

—Ya veo... —Lo observó de arriba a abajo—. Sí, creo que a ti si podría dejarte pasar. Pero ellos dos no podrán, no sobrevivirían ni dos minutos allí dentro. Aunque seas un Dragón Crushank las cosas se están poniendo difíciles en el reino.

—¿Es todo culpa de Caleb?

—Sí, si quieres verlo de ese modo. Lord Caleb hace todo lo posible por nosotros. Desde que llegó la cofradía del puño de Odín hemos estado algo ocupados. —Atlus torció el gesto como diciendo que esa gente no le agradaba.

—¿No hay otra forma de pasar Atlus? —dijo Crushank.

—De hecho si la hay. Pero no es segura. La dama del halcón podría advertir su presencia y dar la alarma a los otros tres señores de la guerra.

Kait pensó un momento, si entraban volando sería peligroso por la dama del ¿Halcón dijo?

Una imagen vino a la mente de Kait. Una imagen de su pasado.

—Dijiste, ¿la dama del Halcón?

—Sí, la princesa de los Morganitas. Ahora que te veo bien, se parece mucho a ti.

—¿Cuál es su nombre?

—¡Oh! No lo decimos. Hay leyendas alrededor de ella y de su madre. Ninguna buena, es cierto, pero debo someterme a la ley de mi mundo.

Crushank que no dejaba de mirar a Kait. Como si pensaran lo mismo.

—¿Cuál es esa otra forma de entrar? —preguntó Crushank sabiendo la respuesta.

Atlus sonrió.

—Venciéndome a mí o volando arriba de un dragón. Pueden elegir.

Kait se alejó unos metros mientras el señor de la guerra, que no dejaba de sonreír, miraba su entorno curioso. Como buscando algo.

Crushank fue el primero en hablar al hacer una ronda.

—Kait, será mejor que entres, nosotros nos quedaremos de este lado. Estuvimos hablando y es mejor que visite a un amigo antes de continuar con la búsqueda de la verdad.

—Así es, Kait, tienes el arco de cazador místico, puedes invocar a la espada de la escarcha y posees el orbe de Nimbluzz.

—Pero ¿qué harán ustedes? —inquirió Kait. Crushank y Lucca se miraron.

—Cuando hagas lo que tengas que hacer, y si es que lo deseas, dirígete a Alflheim. Allí te esperaremos.

—¡Suerte, Kait!

Crushank estrechó su mano y convirtiéndose en un dragón dorado enorme, y haciendo subir a la joven a su lomo, desplegó el vuelo hacia las tierras de los Solares y de los Oscuros.

Kait los vio perderse en la distancia. Una gota y luego otra más grande comenzaron a caer del cielo. La lluvia era rara en esas tierras desoladas pero allí estaba, a punto de entrar en su propio mundo.

Kait volvió con el viejito. Atlus observó la rosa que Kait sostenía en su mano. ¿Qué significaba aquello? No se había visto una rosa en aquel paraje desde...

—Estoy listo.

—Ah, ¿sí?

Era la impresión de Kait o Atlus estaba aturdido.

—¿Cuál es tu nombre? —inquirió el anciano tocando los vidrios desprendidos del suelo.

—Kait de Syrup...

Aquel joven. ¡Todo cobraba sentido lentamente! Podrían detener al portador del sello de Alessa.

—Kait, debo darte un panorama de lo que sucede en nuestro mundo «Morgania».

«El rey que nos gobierna, Lord Caleb, es un hombre al que no le importan demasiado sus súbditos. Por lo tanto, existe una fracción de los Morganitas que se han levantado contra nuestro gobernante. La rebelión nació cuando un Morganita poderoso quiso salir a conocer el mundo externo. Eso es imposible para nosotros. No podemos abandonar nuestra tierra madre así como así».

«Sin embargo, Lord Caleb se enteró que hace unos veinte años un Morganita se escapó de Axaroth. ¿Cómo lo había hecho? Nadie lo supo. Solo Lord Caleb y su familia podían salir al mundo conocido como Midgard. Un hombre y una chica se escaparon junto a sus dos pequeños hijos: uno de ellos eras tú, Kait».

«Para aquel entonces muchos Morganitas se rebelaron en contra de aquella ley establecida por Nimbluzz de no salir de la ciudad. Buscaron la forma y, en definitiva, cruzaron el puente conocido como Hëre Frost. Algunos aún viven en Midgard buscando la forma de que no se les encuentre».

«Por otro lado, hace unos días entró a nuestro mundo un nuevo enemigo que enciende las llamas de la Destrucción: El puño de Odín. No conocemos las verdaderas intenciones del grupo así denominado pero algo es seguro: No vienen en son de paz».

El viejo sonrió con todos sus dientes podridos y sacó una llave de uno de sus bolsillos.

—Por cierto, Kait, la rosa es un arma única en nuestro mundo y puede que te ayude a pelear. Tenlo en cuenta.

El orbe de Nimbluzz comenzó a brillar. De un momento a otro todo estaba oscuro. Era como pasar del día a la noche. Solo tenía el leve resplandor del Orbe.

Atlus ya no estaba con él y aún sostenía la rosa en la otra mano. Tanteó el arco y se dio cuenta que ya no lo tenía.

El lugar, la tierra de Morgania, era oscuro y frío. Los truenos se veían en el cielo azabache como presagiando una lluvia pero solo en la distancia.

Kait, al alumbrar la zona, se dio cuenta que se encontraba en un risco alto y pedregoso. Si cayera de ahí... Bueno, la historia habría terminado ahí sin más.

Se preguntó qué habría pasado con el arco. Decidió manifestar uno usando la conciencia. En segundos lo logró. Ató una cuerda, que también invocó, a la cola de la flecha. Allá abajo, en la distancia oscura, notó un árbol. Si lograba darle, y si lograba que la soga lo aguantase, empezaría su búsqueda.

Por cierto, ¿Por qué había dicho Atlus que la rosa que encontró en aquel yermo y desolado lugar era un arma? (Se asombró). ¿Dónde estaba? La tenía en su mano hasta hace un momento.

Se inclinó en cuclillas para ver si se le había caído y noto que algo se movía en su cinto. ¿Un látigo?

Lo tomó entre sus manos. ¿Qué era esa sensación? ¿Poder? Estaba seguro que no. Ni modo.

Lanzó la cuerda, la cual silbó en el aire, y fue a dar en aquel árbol. Ató el otro extremo a la saliente y se lanzó en picada.

No le asustaba lo que fuera que lo esperase allí abajo, sino más bien el hecho de que sus manos, que ardían por culpa de la maldita fricción, decidieran soltarse.

Cuando estaba a solo dos metros de la tierra firme, sus manos decidieron omitir el plan de llegar a tierra y se soltaron.

Con un salto más que poderoso decidió caer en tierra. ¿De dónde había sacado aquella fuerza?

Sentía el poder correr dentro de él.

Al pisar tierra firme se dio cuenta porque era llamada la tierra de los espejos. Allí, mejor dicho, en todos lados, se caminaba por un espejo. Todo estaba formado por ellos. Las plantas y los objetos estaban hechos de vidrio transgénico al parecer. Se preguntó que comían esas personas. 

Alguien se acercaba. Kait se escondió aunque sin saber por qué.

Pudo ver una silueta delineada como femenina y sintió una emoción que crecía dentro de él. Salió de su escondite y alumbró a la dama. Esta se asustó al recibir luz en el rostro. Había escuchado leyendas de aquel elemento místico y singular. Se decía entre los Morganitas que la luz había creado su mundo y que algún día el Orbe de Nimbluzz iba a devolver aquel elemento a su sitio. ¡Patrañas! ¡Cómo iba a creer en algo que nunca existió!

Pero al ver a aquel Morganita con un bastón de dragón y un Orbe, sus esperanzas habían renacido.

Junto a la dama había un lobo. ¡Hecho de vidrio! La dama se fijó que el joven no podía quitarle la mirada a su lobo.

—¿Quién eres? No te he visto en mi bosque antes.

Kait no sabía cómo dirigirse a ella. ¿Sería alguna especie de hechicera del bosque?

—Discúlpame, me he perdido y he venido a parar aquí.

¿Perdido? ¿A qué se refería con perdido? ¿No era un Morganita?

—¿Quién eres, joven Morganita?

—Me llamo Kait.

La joven lo observó cómo evaluando el nivel de mentira en sus palabras.

—Permíteme presentarme: Soy Aya, la druida del bosque de los espejos.

¿Una druida? Había oído de ellas en algún lado.

Si, fue durante uno de sus robos. Un cuadro pintado por un artista desconocido que remitía a estas criaturas. Pensó que se trataba solo de un mito.

—¿Y a qué debo el honor de tu visita, Kait? No viaja mucha gente por estos parajes.

—Estoy... —¿Era sabio decirle lo que hacía allí? Ni modo—. Buscando mi pasado.

La Druida lo miró con sus ojos castaños que brillaban en la oscuridad.

—No creo que sea buen momento para ello. La ciudad está en plan de guerra —se sinceró la joven Aya—. Los humanos comunes desean llevarse a Lord Caleb quién sabe a dónde... ¿Cómo eran que se hacían llamar?... No lo recuerdo. Ni modo, si quieres buscar tu pasado creo que puedo dejarte pasar a cambio de un favor.

Aya acarició distraídamente la cabeza del lobo de vidrio.

—Sí, creo que no sería mala idea.

«Hace unos años, no recuerdo cuántos, un hombre se llevó algo que me pertenecía. Eso había pertenecido primero a mi abuelo y luego a mi padre: El sello de Alessa»

Una imagen le vino a la mente. Cuando Kait se enfrentó a su sombra en la capilla, su sombra había utilizado el sello de Alessa.

—¿Qué es lo que hace ese sello? —preguntó Kait, a lo que el lobo mostró sus dientes de vidrio tan brillantes como las lunas de Midgard.

—No hablamos de lo que hace sino de su poder incalculable para aquel humano que lo controle. Por supuesto —continuó—, los humanos normales no pueden controlarlo. Pero quien lo posee ahora no es digno de ella.

—Se trata de la cofradía del puño de Odín, ¿verdad?

—Así es. —En el rostro de Aya se dibujó una mueca. Kait había dado en el blanco. De un modo u otro finalmente iba a enfrentarlos.

—Bueno, a mí no me interesa el sello pero quiero llegar al castillo lo más pronto posible.

Aya lo miró. Aulló y el lobo la acompañó. Una manada de lobos había aparecido allí. Todos de vidrio.

—¿Qué significa esto, Aya?

—Ellos te acompañarán en la recuperación. Además, pueden llevarte al lugar del conflicto en cuestión de segundos.

—Gracias, Aya, prometo traerte el sello de Alessa lo más rápido posible.

Kait montó uno de los lobos de vidrio y, a una velocidad impresionante, él y otros siete lobos entraron en territorio de guerra.


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