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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 1 - Capítulo 9: ¡Pelea en Axaroth!
Los lobos de vidrio, y Kait montado en ellos, corrían a una velocidad inhumana. ¿Qué sería eso del sello de Alessa? ¿Quién sería el poseedor? Aunque pareciera increíble, no había dado aún con los responsables de aquel desastre.
Mientras iba pasando por las calles de vidrio plano podía observar algunos muertos aquí y allá. Al parecer todo aquello era responsabilidad del puño de Odín. ¡Malditas escorias!
Mientras más se iba acercando al castillo, propiedad de Lord Caleb, más asustado se ponía.
En el fondo sabía que él era, al igual que muchos en Midgard, un exiliado más de ese mundo.
De repente los lobos se detuvieron. Olfatearon el aire. Olía a Sangre Morganita.
Kait desmontó y fue a revisar un cuerpo que se hallaba más allá.
El hombre, de unos treinta años de edad se estaba muriendo. Kait probó curarlo con magia pero no pudo. El difunto llevaba una carta en sus manos.
Leyó a quien iba dirigida. Alumbró con el orbe para poder leer más de cerca. Había palabras que no se entendían. Leyó:
"Lord Caleb: los extraños, presumimos que son del puño de Odín, buscan llevarse ------A Helheim. ¡No lo ----- por favor! Nosotros seguiremos siempre al lado suyo, aunque nos maten (El resto está ilegible).
Firma: Goki, capitán de las fuerzas de choque en Morgania".
—Llevarse a... ¿Qué habrá querido decir?
Un lobo se puso detrás de él. Kait pudo sentir su aliento fétido. De un segundo a otro, el lobo de vidrio y sus compañeros lo atacaron. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué lo atacaban? No tenía tiempo de pensar. No quería matarlos ya que no eran suyos así que simplemente los esquivó una y otra vez.
Kait comprobó que los lobos parecían aturdidos.
—Es igual que con los minotauros, alguien los controla.
Supuso que alguien estaría cerca de allí hechizando a los animales. No podía mirar alrededor, los lobos no le daban tiempo. Lo único que podía hacer era correr.
—Nox.
La luz del Orbe se apagó y Kait rogó para que los lobos no vieran donde estaba oculto. Esperó unos segundos. Los lobos no atacaron. O por lo menos no a él. Observando formas en medio de la noche eterna de Axaroth distinguió a la distancia ocho lobos que se retiraban. Brillaban oscuros a la luz de las lunas.
Kait se sentó en el frío vidrio.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué lo querían matar?
Escuchó unos movimientos detrás de una arboleda de vidrio y vio salir a quién menos esperaba.
¿Belén? No entendía nada. ¡Había muerto! ¿Cómo?
—Kait —era como si lo mirara por primera vez—. ¿Qué haces...?
—¡Estabas muerta! ¡Me engañaste!
Belén no se molestó en negarlo.
—Tengo mis miles de razones para hacer lo que hice, no hay tiempo que perder...
Belén parecía agitada. El fino oído de Kait detectó una gota de sangre cayendo. ¿Estaba herida? La chica apenas podía sostenerse en pie.
—Debes huir, Kait, por lo que más ames.
Una mano le atravesó el estómago a Belén. El momento de confusión se convirtió en dolor. Kait inmediatamente y con furia logró ver al atacante: Un niño. Sus ojos rojos brillaban como la luna en aquel cielo empañado de sangre.
Tomó el látigo de su cintura y con un latigazo logró atacar al niño pegándole en un instrumento que llevaba en la mano. El instrumento rodó y cayó debajo de una roca, el niño, con sus ojos muy abiertos, profirió un grito como de muerte y desapareció.
Kait volvió su atención a Belén encendiendo una luz.
—Me descubrieron... Los traicioné... —escupió sangre—, No me queda mucho tiempo... No permitas que él gane... Jo... su... é...
Allí mismo murió la reina roja, conocida como Belén. Una lágrima evanescente cayó de su rostro y se desplomó contra el suelo de vidrio.
Notó que alguien se movía detrás de él. Volteó el orbe encendiéndolo y vio a la druida: Aya.
Las preguntas se agolpaban en la mente de Kait. ¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué le había pasado al niño?
—Bien hecho, Kait. —Aya reparó en el cadáver de la joven tirada y el instrumento a pocos metros de distancia—. No soy quién para juzgar, pero haré algo por ella.
Aya se acercó lo suficiente y convirtió a belén en un árbol-manzanero de vidrio. Era parecido al antiguo hogar de Kait.
—¿Quién era el otro chico? —preguntó a Aya.
—Era un Puppet master —dijo tomando el arma que descansaba en el suelo—. No puede soltar su arma por nada del mundo o su alma y cuerpo son absorbidos por la flauta.
—Ya veo, entonces con ella tomó el control de los lobos.
—Así es. Me la quedo, si no te importa.
—Es toda tuya.
—Te devuelvo a mis lobos, pero solo uno. —La druida se agachó y murmuró unas palabras a su lobo de cristal.
El lobo, de manera dócil, se acercó a la mano de Kait y la lamió. Su lengua era áspera y seca.
Kait se subió a la bestia y se dirigió al castillo.
Con Belén muerta (Ahora sí) y el Puppet master atrapado en la flauta, solo le quedaba el sello de Alessa y saber el porqué de todo.
Corrieron como el viento y sin detenerse por el camino. Con la velocidad que había tomado el lobo a Kait se le voló su pañuelo azul de la cabeza y como pudo se lo ató.
Naara, la dama del halcón. Volaba alto. Podía ver a su hermano tratando de salvar a la joven humana. Que desperdició de carne. La guerra estaba convirtiendo todo en su alimento. ¿Qué? ¿Aya? ¿Qué hacía ahí? El niño también murió. Un Puppet master. Es complicado. Podría lanzarse en picado y obtener la flauta para su amo: Lord Caleb. Pero no, decidió que no era de su incumbencia. Lo que allí pasaba no era lo que le interesaba. Necesitaba el sello de Alessa, su amo se lo había pedido.
Voló en línea recta hacia el castillo. ¿Su hermano o su señor? ¿Qué era primordial? ¡Qué pregunta! Por supuesto que su señor. Tenía que advertirlo. La velocidad de los lobos de vidrio era igual a la de ella en el cielo.
Llegaron ambos hasta el castillo. Naara entró por la ventana e informó a su señor tomando su forma humana.
La estancia donde aterrizó estaba adornada con antorchas de fuego que iluminaban el trono del joven Caleb.
—Lord Caleb, Hermano mío —y lo era—, nuestro otro hermano se acerca. ¿Cuáles son tus órdenes?
—Naara —dijo con una voz suave—. Sé que amas a tu hermano... ¿Pero no es mejor una vida con tu pueblo a vivir exiliada?
Tenía razón. Pero era su hermano, aunque Lord Caleb también lo era, pero en otro sentido.
—Por eso voy a mandarlo a matar con mi mejor asesina —no podría estar hablando enserio—, Cyra.
Un león salió de uno de los costados del rey y lentamente se convirtió en aquella chica que mordió el brazo de Isnash en el castillo.
—Acaba con él y destruye el sello de Alessa.
—Inmediatamente, mi Lord.
La bella Cyra salió del cuarto, Naara la seguía con la vista mientras meneaba su cuerpo al Salir.
Lord Caleb se levantó de su trono. Sus ojos ambarinos recordaban a los del dragón. Se dirigió hacia donde estaba Naara.
—¿Verdad que son lindas?
Naara lo miró sin saber que decirle.
—Sabes que las estrellas no existen, son solo una fantasía de nuestro mundo.
—Sí, lo sé. Pero a veces pienso: ¿y si Odín y los demás dioses siguieran vivos?
El silencio se hizo en aquel lugar. Sabía que eso era imposible. La esencia de los dioses, la conciencia, era lo único que había quedado de todos ellos.
—Naara, ve a decirle a madre que se prepare, pronto tendrá comida.
Naara dudó. Su madre ¿Por qué la mantendrían viva? Caleb la miraba como interrogándola.
La verdad es que ver a Madre en el estado que estaba no le hacía mucha gracia. Pero las órdenes de Lord Caleb no se discutían.
Naara tomó rápidamente la forma del halcón y se dirigió donde su Madre esperaba hambrienta.
Kait bajó de su lobo de vidrio y observó el castillo. Era tal y como pensaba: Más vidrio; aunque este era oscuro y no se podía ver el interior. ¿Debía entrar? Aquel halcón que lo vigilaba le daba mala espina. ¿Qué tipo de persona sería Lord Caleb? No le gustaba el nombre.
¿Era su impresión o aquel mundo oscuro y sin alma no era de su agrado?
Se preguntaba dónde estaría el sello de Alessa y su portador.
Con el bastón de Nimbluzz encendido entró en el lugar. La oscuridad inclusive era más densa allí dentro que afuera si es que eso era posible. Caminó tanteando a oscuras el lugar ya que el orbe no alumbraba más lejos de sus propios pies. ¡Vaya orbe mágico! ¡Justo cuando más lo necesitaba!
De pronto, y delante de él, justo en su propio camino, se escuchó un rugido y logró esquivar una garra que vio gracias al resplandor dorado del Orbe.
—Has venido. ¡Te dije que no lo hicieras!
Reconoció la voz. Era la chica de aquella vez. ¡La morganita!
—¿Quién eres? ¿Por qué me atacas?
Desde la oscuridad respondió la joven.
—Mi nombre es Cyra, soy una morganita de clase guerrera, no como esa escoria de allá afuera, ¿No te sorprende que no haya luz? Exceptuando la de tu orbe, claro está. El orbe que nos maldijo a ser lo que somos ahora, la escoria de Midgard.
—¡El Orbe era de mi padre! —Kait sentía la voz venir de distintos lados, era como si se proyectara en el vidrio oscuro.
—Tu padre. ¡Ja! Ese bueno para nada. No tendría que haberse enfrentado nunca a Josué. Él era poderoso. Fue el primero de nosotros que descubrió como salir de este agujero de ratas y oscuridad infernal. Pero el dragón, que nos maldijo doblemente, nos prohibía salir. Midgard es de los Morganitas.
Sintió los pasos de alguien. Algo pasó por su lado. Llegó a ver una túnica blanca. ¿Un clérigo? ¡El clérigo evanescente!
Escuchó el ruido como de alguien luchando. Resistiéndose. ¿Qué demonios pasaba? Golpeó el bastón contra el suelo de vidrio y centellas salieron del orbe alumbrando a la joven Cyra. Estaba atada. ¡El sello de Alessa!
El clérigo lo miraba con sus ojos cerrados esperando el próximo movimiento.
—Hola, Kait, volvemos a vernos.
—Así parece —dijo Kait pasando su mirada de Cyra a Gerard.
—Bien, debo irme, Hela me espera.
Y sin mediar palabra, Gerard desapareció de la vista llevándose a Cyra con él.
Kait subió la escalera de vidrio. La luz se había hecho un poco más fuerte a medida que subía. Las escaleras estaban alumbradas con antorchas y al final de la escalera había también una puerta doble de vidrio oscuro, la empujó. Era liviana y casi no pesaba.
Miró la estancia en la que se encontraba ahora. Tuvo que acomodarse el pelo en una coleta de caballo dejándose dos mechones rubios hacia delante ya que el pañuelo se le había salido.
—Has venido, Kait. —Un joven cuyos ojos ámbar le recordaban al dragón Crushank, lo miraba de pie en el trono—. ¿Qué has hecho con Cyra?
—Alguien la ha secuestrado. ¿Quién eres? –Aunque ya se imaginaba la respuesta.
—Lord Caleb, tu hermano mayor.
Kait no podía creer lo que oía. ¿Tenía un hermano?
—¿Dónde está Naara?
—Naara ha ido a ver a madre, me sorprende que lo recuerdes cuando tú mismo has decidido olvidar aquella tragedia y como nuestro padre murió asesinado por esos humanos desconfiados. ¿No recuerdas nada verdad?
Kait asintió.
—Nuestro padre logró sacarnos de este mundo oscuro y opresivo. Los morganitas no teníamos derecho a existir. Somos lo que queda del último bastión de los dioses. Nuestras magias utilizan una fuerza superior a la conocida: La fuerza de los sellos. –Caleb se acercó a una mesa— ¿Recuerdas esta fruta?
Kait negó, pero le parecía conocida.
—Es la fruta de las sombras, si la comes en nuestro mundo te vuelves poderoso pero si la comes fuera, te borra la memoria. Y esta misma es la fruta que lo hizo posible. Fuiste criado por un humano hasta los quince años de edad cuando te dieron a probar esta fruta. Padre deseaba que viviéramos como reyes en otras tierras, pero su Utopía fracasó. Luego de tu fallo en la catedral de la magia, y gracias a Josué, padre se reveló contra él por haberse metido en la última prueba de magia. Le reveló al pueblo entero que éramos Morganitas. La ciudad completa nos persiguió con el fin de matarnos «Maten a los morganitas antes que ellos lo hagan con nosotros» decían. A mí y a mi hermana, Naara, nos capturaron igual que a madre y nos devolvieron a estas tierras de pesadillas y oscuridad. Sin embargo padre y tú lograron salvarse gracias a un mercenario.
—¿Ishtar?
—Así es, él los recogió en medio del incendio de la ciudad y los escondió en un Árbol-Manzanero. Sin embargo padre no pudo resistir a las heridas corporales y murió. ¿Ishtar me dijiste que se llama el Mercenario? Un nombre raro sin lugar a dudas. Ni modo. Ishtar te crió y te cubrió el pelo, símbolo de los Morganitas, con el pañuelo de nuestro padre. Sin embargo, varias veces tenía que irse, por trabajos, a otras ciudades. Decidió entrenarte en la magia sin saber el poder que escondías en tu interior.
—¿Y qué fue de madre?
—No querrás saberlo, créeme, es mejor así. Bueno, se terminó la cháchara. Enséñame lo que tienes.
Caleb corrió en la poca distancia empuñando la espada de la escarcha.
—Me la regaló un clérigo —le dijo con sorna.
Kait bloqueaba una y otra vez el ataque de Caleb.
Fijándose bien, Kait se dio cuenta que no quería darle a él si no al orbe. Un orbe maldito.
Kait necesitaba un instante para derrotarlo, después de todo, Caleb era humano-Morganita y su carne era del mismo tipo que la de los humanos.
Caleb, con su pelo rubio y su color de ojos miel tirando a dorado hacía ondear su pelo una y otra vez. Giraba aquí y allá buscando darle al bastón en vez de al orbe.
Un Halcón se posó en la ventana y dio un alarido. Caleb se distrajo y Kait junto sus manos evocando aquel ataque destructivo.
—¡Núcleo Maestro! —Un rayo de energía salió de su mano y pegó de lleno en el pecho de Caleb matándolo en aquel único y devastador ataque.
El halcón voló lejos y se perdió de vista en el firmamento oscuro de Axaroth. Había terminado.
Solo que ahora tendría que conseguir la forma de llegar a Alflheim.
Gerard, utilizando el sello de Alessa viajó en un santiamén a Helheim donde habitaba Hela, la gigante hija de Loki, y le entregó la Morganita.
—¡Oh! ¡Una Morganita viva! —se relamió Hela—. Humano, he pactado un acuerdo contigo, te devuelvo el alma de Ishtar y a esta escoria de Máximum de Jiran.
—Espera, quiero a alguien más, El alma de Caleb. Morganita por Morganita.
—Eres listo para ser hombre. Sin embargo, el pacto fue por ellos dos.
—Entonces me llevo a la morganita, a Cyra.
Gerard le sonreía. Hela no.
—Está bien, toma sus almas y no vuelvas por aquí.
Y las almas de Ishtar y Caleb estaban allí, listas para obedecerle. Junto al conde de Jiran. El grupo de cuatro estaba hecho.
Y así partieron en busca de Kait.
En las tierras oscuras de los Morganitas, la raza maldita por el orbe de Nimbluzz, murió ella: la Reina Roja, Belén, protegiendo a quien había sido su único amor: Kait. Aunque él no lo supiera.
Gerard, el clérigo evanescente proveniente de la cofradía conocida como "El puño de Odín", no soportó la traición de uno de sus miembros. Por eso mandó al niño Puppet master y a su flauta mágica, a enfrentarse a Belén. Ninguno de los dos prevaleció.
Sin embargo, Belén murió protegiendo lo que se le encomendó, el errante estaría contento con ella. Nadie sabía dónde estaba aquel ser, ni quién era.
Se rumoreaba que podría llegar a ser uno de los antiguos Einherjer que descubrieron la forma de no envejecer jamás. ¿Sería esto así?
Mientras tanto, en Midgard, en tierras Morganitas y al haber muerto Caleb, las murallas caen y la libertad sorprende con una luz fugaz a todos sus habitantes. Su mundo se vuelve visible y logran la libertad. Pero eso no puede ser bueno.
Al pie del valle se encuentran los minotauros, liderados por Minos y su hijo Altaris, quienes buscan acabar con la maldición impuesta por su raza.
En Helheim, Hela devuelve el alma de Ishtar, Caleb y al conde de Jiran intactos que de una forma u otra se unen a la cofradía del puño de Odín.
Kait, confuso y sin saber qué hacer, sé dirige, en medio del caos, a Alflheim: La tierra de los elfos Solares y elfos Oscuros.
Sin saber lo que le aguarda ni las verdaderas intenciones de Gerard y su grupo.
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