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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 2, Capítulo 1: Juicio en Alflheim: Elfos solares vs elfos oscuros
En los frondosos árboles de Kinian, al este del puente conocido como Hëre Frost, se alzaban imponentes los árboles del sol. Allí vivía la enorme comunidad de los elfos Solares. Cada árbol que se mantenía en pie era propiedad de una de las nobles y tradicionales castas. Este sistema tenía como líder al "Orador de los Soles", un elfo sabio y de carácter fuerte.
Debajo de su estatus se encontraba el consejo de los siete. Un juzgado para los crímenes que allí se cometían. Este consejo tenía un único y devastador lema: "traicionas a uno, traicionas a todos". ¿Qué más se podía pedir? Después de todo su veredicto era unánime.
El pueblo del sol, también llamados solares, no creían en la conciencia mágica si no más bien en la fuerza del corazón. Un corazón sano era digno de usar magia. Sin embargo, aquí es donde se dividen las razas: el pueblo del sol, por un lado, y el pueblo de la oscuridad por el otro.
Los elfos Oscuros, a diferencia de los elfos Solares, vivían debajo de la tierra. Su piel, cubierta de barro, sus ojos oscuros y su pelo descolorido les daba un aspecto grotesco y salvaje.
A pesar de todo, ese día un juicio se llevaba a cabo.
Astinus, líder del grupo de los siete sabios (Como les gustaba ser llamados) se encontraba juzgando, casi sin oportunidad de defenderse, a un desavenido Oscuro en desgracia.
Allí, sobre los altos árboles, era donde se llevaba el juicio.
La estancia donde se encontraba la sala de juicios era del color del Jaspe, verde natural, y oro.
Era circular y tenía en su centro una jaula para el condenado.
Astinus, con su estatura elevada, sus orejas puntiagudas, sus ojos miel y su nariz ganchuda miraba el objeto que tenía en la mano. Se trataba de un papel, una carta, ¡un ultraje!
Los otros seis miembros del consejo lo miraban con expresión ceñuda. La carta, dirigida a la hija menor de Astinus, era insultante y despectiva (Según las tradiciones Solares).
En el centro de la sala estaba el acusado. Se lo notaba nervioso.
—Oscuro —espetó Astinus mientras se ponía de pie—. ¿Sabes que esto podría llevar a nuestros mundos a la guerra?
El Oscuro no contestó. Astinus se acercó a la reja detrás de la cual estaba el acusado.
—A pesar de que se trata de mi hija, una adolescente a la que tendré que corregir, se te ha permitido trabajar en mis tierras durante mucho tiempo. Has deshonrado el honor de nuestras razas.
Los solares llamaban «sus tierras» al lugar donde los Oscuros habitaban debajo de sus árboles.
—¿Qué dices al respecto, Oscuro?
El elfo ni siquiera se atrevió a mirar a su acusador. Se preguntaba cómo había llegado aquella carta a sus manos.
—No dices nada, ¿eh? Bien, ¡juzgado! —se refirió a los otros seis Solares—. ¡Orador! ¡Véase que el acusado no quiere entender razones! Por ello solicito a todos los presentes sea encomendado a la diosa Ayamis, protectora del sol.
A lo que se refería Astinus era al país del destierro. Un lugar donde vivían elfos exiliados y otras criaturas.
—¡No permitiré que me hagan esto! ¡Ayamis es cruel! —gritó el Oscuro con una voz fuerte—. ¡Yo amo a su hija Astinus! ¡Juro que es verdad!
Astinus se detuvo a un paso de sentarse y volvió sus ojos miel a su acusado.
—¡La mezcla de sangres está prohibida! ¡Tanto en tu raza como en la mía! Temo que si Ayamis no te recibiera uno de nosotros tenga que hacerse cargo de la situación. Pero ya veremos. —Astinus sonrió levemente lo que ocasionó que un murmullo se levantara en el lugar.
Astinus no sonreía jamás. Y menos a un elfo Oscuro. Pero era sabido que los siete sabios e inclusive el orador de los soles se regocijaban con este sentimiento. La pena y el dolor ajenos era algo que les gustaba a los elfos solares, aunque algunos se negaban a aceptarlo.
—¡Rashem no lo permitirá! —gritó el Oscuro.
Una sombra cruzó por el rostro de Astinus. ¿Rashem? ¡Eso era leyenda! ¡No existía ningún Dios con ese nombre!
—Si me destierras, Astinus cobarde, haré que Rashem me vengue.
La furia encendió la cólera de Astinus pero inmediatamente se tranquilizó. Se acercó al orador de los soles y le cuchicheó en sus largas orejas.
El orador de los soles asintió y se puso en pie. Se acercó dónde estaba aquel joven Oscuro.
—Se te ofrece una salida joven Oscuro. —El elfo tragó saliva y observó que Astinus miraba su espada—. Una pelea mano a mano contra Astinus. Si tú logras desarmarlo se te liberará y se te desterrará a tu mundo olvidando el oprobio causado, pero si pierdes irás al país del destierro donde se encuentra Ayamis. Debes aceptar.
—Quiero mi espada, la espada negra.
—Perfecto, el duelo se llevará a cabo en las tierras de Astinus, hasta tanto te quedarás aquí —sentenció el Orador.
Todos los presentes, con excepción de Astinus y el Orador de los Soles, salieron de la sala.
El sol, brillante en el alba eterna, penetraba por un pequeño ventanal y daba a la sala los matices Jaspe y Oro que tanto amaban los Solares.
El elfo Oscuro se sentó en el piso. Su cuerpo cubierto de barro seco, sus grandes ojos negros y su pelo blanco tirado hacia atrás le daba un parecido con los elfos Solares. Pero era un Oscuro, sin dudas.
—Astinus —le dijo el Orador al oído—. No sé si hicimos bien en culpar a este joven Oscuro. ¿Entiendes de lo que hablo?
—Lo hecho, hecho está. Con esto iniciaremos la guerra. Son órdenes de Josué. Si este joven es enviado donde Ayamis, la guerra comenzará de nuevo —indicó Astinus—. Pero siempre hay una solución mejor. —Los ojos miel de Astinus brillaron, sacó una cadena del cuello con una llave en su extremo.
—¿Qué? ¿Qué demonios haces, Astinus? —inquirió el Orador, asustado.
—Lo que debería haber hecho hace tiempo.
El Oscuro se removía salvajemente, como si estuviera hambriento.
—Ve por él, Oscuro, eres libre —le indicó Astinus señalando al Orador—. ¡Mátale!
El oscuro se abalanzó sobre el Orador y, utilizando solo sus manos, lo desoyó como si se tratara del ser más repugnante.
—Bien hecho, Hilidan.
El Oscuro se puso en pie y observó a Astinus con una sonrisa macabra.
—Ahora huye, yo daré la alarma y pronto, muy pronto, Alflheim caerá.
El Oscuro sonrió y se deshizo en el suelo.
Ya estaba todo dado. Solo faltaban Kait y sus amigos. Astinus se preguntó qué le veía Josué al muchacho. Igualmente no era su problema.
En una mansión sobre uno de los árboles más altos del bosque de los elfos la hija más joven de Astinus lloraba desesperadamente. Su padre seguramente se estaría batiendo a duelo con Hilidan.
Altea, así se llamaba la elfa, vestía un atuendo verde hoja ceñido al cuerpo. Su piel, de un bronceado normal en esa edad élfica, brillaba con cada gota de sudor que le corroía el cuerpo. Sus ojos miel y su pelo rubio suelto largo hasta la rodilla era parte de una herencia generacional.
Su padre nunca fue algo que ella quisiese. Era duro y frío, todo desde que su madre murió.
La madre de Altea y esposa de Astinus murió durante el Ragnarok en una de las revueltas de los elfos Oscuros. Pero a pesar de aquello, Altea se sentía cómoda entre aquel pueblo de subnormales, para su padre, ociosos y revoltosos para ella.
Los elfos Solares, especialmente los de su residencia, a veces tomaban como empleados a elfos Oscuros. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de los demás Oscuros, el único que logró enamorarla fue sin dudas Hilidan.
Los demás Oscuros pensaban que Hilidan, al provenir de una casta de príncipes, tendría más posibilidades que cualquier otro. ¿Qué mejor que un príncipe para enamorar a la hija de uno de los siete sabios?
En aquel entonces Hilidan no sabía a lo que se exponía. La noble casta de los elfos Solares mancillada por un elfo Oscuro. ¡Ja! Elfos son elfos le pongas el nombre que le pongas. "Solares" Por qué son los elegidos de la diosa Ayamis. "Oscuros" Por su aspecto grotesco y sucio. ¿Quiénes eran ellos para juzgar? ¡No tenían ninguna razón para hacerlo!
Altea se levantó de su cama y se dirigió a la cocina. Un Oscuro que allí barría el suelo con una vieja escoba la miró y enseguida se excusó diciendo que tenía otras cosas que hacer en la casa.
En realidad se trataba de una mansión ubicada en la cúspide de un árbol.
El Oscuro se retiró a sus quehaceres y ella se sirvió un vaso de algo llamado "Mate cocido" dicen que lo inventó un humano. ¿Cómo era su nombre? Ah sí, Wikof. El legendario Wikof.
Dicen que era pariente del clérigo Mincar y que murió en Midgard, solo que nunca se encontró su cadáver. ¿Se habrá auto—incendiado? Dicen que hay humanos que lo pueden hacer, pero aun así es raro.
Altea dejó el vaso de vidrio sobre la mesa al escuchar la alarma. Algo había pasado en el Solar.
El primer pensamiento que la asaltó es el de haber quedado viuda sin casarse, algo digno de Hilidan, pero era improbable.
Lo segundo fue que algo le habría sucedido a su amor.
El clima fuera de la casa estaba cálido. El sol brillaba como siempre en el cielo. Había llegado a la parte donde el sol se ubicaba en el norte. Lo llamaban noche.
Dicen que en otros mundos la noche tiene algo llamado "Luna". Por un momento le había agarrado ganas de ir a alguno de esos mundos: lejos de su padre.
Altea salió al patio y se dispuso bajar a la rama principal. Los elfos, en cualquiera de sus dos versiones, poseían la cualidad del salto enorme. Podían ir de un árbol a otro disminuyendo o agrandando su poder de salto.
No estaba lejos del recinto donde se juzgaba al Oscuro. Estaban relativamente cerca.
Al acercarse un poco, vio pasar junto a ella la tropa de Elite de los Solares.
Rithmus, uno de los generales elfos pasó junto a Altea dando grandes saltos. Altea se puso a su ritmo.
Rithmus, al igual que otros Solares, tenía el pelo largo rubio, ojos miel y tan alto como se pueda imaginar en un elfo joven y poderoso.
Rithmus era el líder del escuadrón Solar. Se dice que fue elegido ni más ni menos que por el propio Orador.
—¿Qué pasó, Rithmus? —inquirió la elfa.
—Parece que algo ha pasado en el salón de juicios. Esta sirena no suena todos los días.
Altea, al igual que muchos elfos que iban para aquel lado, se detuvo en un árbol cercano desde donde pudieran ver.
Los elfos tienen muy buena vista. Incluso los Oscuros.
Desde allí Altea podía ver a su padre dando órdenes a diestra y siniestra. Un elfo que pasó junto a ella la miró y negó con la cabeza. Sabía a qué se refería. Era hora de la guerra entre razas.
«Algo» había pasado en el salón de juicios, y ese algo tenía que ver con Hilidan. ¿Quizás hubiese escapado?
—¡Que tonterías se te ocurren, Altea! —se regañó a sí misma.
¿Escapar de aquel lugar? ¡Ninguna raza de todo el Yggdrasil podría haber escapado de allí!
Había oído historias de elfos que habían escapado y se habían exiliado por propia voluntad en otros lugares además del país del destierro.
A Pesar de que el nombre no le gustaba para nada tal vez Hilidan se haya auto desterrado.
Cuando Altea vio que la Elite del Orador se retiraba balbuceando cosas como «Imposible» o «Lo pagará caro» se acercó dónde Astinus.
—¡Padre!
Astinus la ignoró y observó hacia dentro de la sala del juicio. Altea entendió aquel signo. Su padre la invitaba a entrar.
Un olor hediondo y nauseabundo provenía de adentro de la habitación. Su padre le indicó que entrara. Ella obedeció.
El horror se apoderó de su cuerpo y ya no le importó el hediondo o su orgullo.
—¿Esto lo ha hecho...?
—Sí, el ser al que protegimos en casa y al cual le diste tu amor.
Astinus hablaba bajo aunque su voz sonaba en toda la sala.
—¿Lo ves ahora, Altea? Todo es por culpa de esos Oscuros. Deberíamos haberlo desterrado junto a la diosa Ayamis.
Altea no podía creer lo que veía. El Orador de los Soles, su líder poderoso y majestuoso, mutilado. ¡Asesinado como basura! La bronca subió por la garganta de Altea y devolvió lo poco que había comido en su casa.
Astinus se contuvo de abrazarla o de dirigirle alguna palabra de consuelo. Simplemente salió del lugar sin más.
Altea se volvió para mirar el lugar donde se había encontrado el joven Hilidan para ser juzgado. La reja no tenía forma de haber sido forzada. Estaba abierta con una llave.
—¿Qué está pasando aquí?
Una idea loca pasó por su cabeza. Aunque fuera loca era la única que se le ocurría.
De pronto escuchó gritos y el silbar de flechas.
Salió corriendo para ver que sucedía y no dio crédito a lo que sus ojos veían: El dragón, Crushank, el ser más terrorífico que existió en el Yggdrasil, estaba allí.
Decidió hacer algo que ningún Solar había hecho: Ir a buscar al poderoso dragón al país del destierro. Él quizás tuviese respuestas.
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