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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 3, Capítulo 4 - ¡Rashem y Ayamis! ¿Existen o no?

I -... Y eso no es todo –Dijo Jiyande- hemos encontrado estatuas del Morganita Coral y otros tres soldados. Además de que la orden de Scrania está petrificada. Mondo y Lord Metin se miraron. Su mirada no pasó desapercibida a los ojos de Jiyande. -¿Qué es lo que saben y no nos están diciendo? ¡Hablen! -Coral era el orador de los soles. Estaba buscando algo, aunque no sé qué –Dijo Mondo. -Entonces el que mató al antiguo Orador, ¿fue él? Ya veo. Bueno, es un asunto interesante. Surtur entró en la sala. -Jiyande, tengo noticias y temo que no son agradables. -¿A qué te refieres? Si es por lo de Astinus y su dragón... -No, hemos revisado la biblioteca junto a los supervivientes que hemos logrado despetrificar. -¿Han dicho algo...? -Sí, ojos azules y pelo rubio. Es todo lo que llegaron a ver. -Mondo quédate aquí. Iré a ver a esos supervivientes. Mientras Lord Metin se iba, Surtur observaba su espada oscilar. Tomó una decisión. -Iré con él. Jiyande asintió. -¿Qué pueden querer de alguien que p

Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 2, Capítulo 3: El Errante y el límite del país del destierro


I



Era pasado el mediodía. Caminaba sola y asustada por una tierra que nunca había pisado.

Se sentía rara la hierba entre sus pies descalzos.

Para colmo, el cielo parecía estar a punto de romper en llanto.

Debería encontrar refugio pronto. La zona en la que estaba se consideraba de hecho el país del destierro, un lugar prohibido para los elfos.

Nunca nadie había estado allí. O por lo menos en la historia de los elfos Solares.

Al llegar al límite llamado línea ecuatoriana que dividía el valle de Kinian del país del destierro, ella se detuvo.

Era extraño. El césped terminaba allí. A continuación era tierra vacía mezclada con arena.

Había montañas en la distancia.

Nunca había visto algo como aquello.

Tenía curiosidad por ver las montañas.

Una gota le cayó en la nariz y lenta, pero copiosamente, comenzó a llover.

Su padre nunca le había permitido ver o tocar la lluvia. ¡Ojala muriera!

Corrió bajo la lluvia hacia un árbol pequeño que crecía en una pequeña parcela de tierra.

Luego de esperar un buen rato y sin que la tormenta menguase, se preguntó cómo encontraría al dragón. ¡Maldición! ¿¡Cómo no se hizo esa pregunta antes!?

—¿Estás perdida, hija? —Un humano, al parecer, abrió la puerta del árbol.

El rostro del humano estaba cubierto de vendas, Era alto y parecía viejo.

—¿Ah? ¿Quién es usted?

—¿Prefieres preguntar o pasar? —El humano se dio al paso y dejó entrar a la joven elfa.

Estaba empapada.

—En ese rincón está la estufa, es mágica y emite calor. Nunca pensé volver a ver un elfo por mis tierras —le sonrió el humano con unos dientes blanquísimos—. ¿Vas en busca de aventuras?

—Voy en busca del dragón de nombre Crushank. Parece que ha venido a... ¿Sus tierras, dijo?

—Sí, así es. Son mis tierras desde que mis hermanos elfos me desterraron por usar la conciencia mágica.

¿Así que era un elfo?

—¿Y puedo saber cuál es la razón para buscar la ayuda de Crushank? No creo que él te enseñe magia así como así.

¿Una razón? ¿Tenía una razón? Se quedó callada mientras secaba su pelo dorado.

El extraño sujeto se sentó en un sillón de pana y la miró.

—¿Qué ha pasado en «La bella ciudadela de Kinian»? ¿Algo anda mal? —preguntó el sujeto entrelazando sus manos al hablar.

—El Orador de los Soles ha sido asesinado, y un conocido mío está en problemas.

—¿El gran Orador? Vaya, eso sí es un problema. Sin El Orador son como hormigas sin reina, eso sería una desventaja... —El sujeto parecía saber mucho de los Elfos—. ¿Y qué hay de la situación entre los Solares y los Oscuros?

«Bingo» pensó el sujeto de las vendas, había dado en la clavija que abría la puerta. El rostro de la joven elfa se contorsionó en una mueca de bronca. Pasó su lengua húmeda por sus secos labios.

—Mira, no soy el hombre que juzga a alguien por sus acciones, inclusive si ese alguien pone en riesgo la vida de los demás, de hecho no me preocupo por nada. Sin embargo, el ser que está escribiendo esta historia es oscuro y malvado —y en voz muy baja agregó—: Nadie me llamó a combatir cuando los hijos de Muspel bajaron del cielo ardiendo en cólera.

Muspelheim, la ciudad de fuego, fue la que inicio el Ragnarok destruyendo a su paso el puente Bifrost con su gran ejército. Surtur fue el primero en bajar del cielo con la espada de la escarcha, algo paradójico. El gigante de fuego se enfrentó en persona al magnífico Odín. El resultado de la batalla fue que ambos murieron al mismo tiempo.

La batalla era bien recordada, incluso los Aesir más importantes fueron derrotados en la pelea. ¡Eran demasiados! ¡Loki y sus hijos! ¡Los hijos de Muspel! Incluso los magníficos enanos, grandes herreros forjadores de armas únicas, murieron en la batalla.

El tipo vendado le dio la espalda a la elfa y se acostó en su jergón dejando sola a la joven Altea.

El silencio incómodo que le siguió a las declaraciones del hombre vendado le indicaba a la elfa que la charla había terminado.

Altea se acercó a la puerta. Era una estupidez lo que pensaba hacer.

¿Qué pasaría si Crushank no quería enseñarle magia? Pero eso no era lo peor.

Lo peor sería ser devorada por el gigantesco dragón dorado.

Escuchó un ruido detrás de ella y se dio vuelta asustada. El elfo estaba de pie observándola.

—¿Ya es hora?

La elfa no entendía a qué se refería con hora. ¿Qué podría significar aquella palabra?

—Toma, sostén esto sobre tu cabeza y ábrelo cuando salgamos —le indicó el hombre.

La elfa había escuchado sobre aquello. Se trataba de un paraguas, un invento humano. Salvador para muchos, raro para otros.

—¿A dónde vamos?

—A la guarida del dragón en este mundo. El bosque de Ayamis.

El humano salió del árbol secundado por Altea.

—Por cierto, ¿cuál es su nombre?

—No tengo nombre, pero si quieres puedes llamarme "Errante", toma, ten esto.

El Errante le extendió un arco de cazador de color dorado con un carcaj de una sola flecha.

—¿Qué es esto?

—El arco de cazador místico, me lo regaló una amiga que dio su vida por alguien, te lo explicaré en el camino.

El Errante no dejaba de pensar en su hija del corazón, Belén, que en paz descanse, cuyo sacrificio salvaría al mundo.



II



La sensación del viento pegándole suavemente en el rostro a la joven montada en el lomo del legendario dragón le pareció agradable.

Hacía mucho tiempo que Crushank no tenía a nadie en su lomo.

La joven era, sin embargo, de una estirpe monstruosa: era la hija de Máximum Seb de Jiran.

¿Qué podía esperar de la joven? Quizás no fuese como su padre.

—El bosque de Ayamis está justo debajo de nosotros. Debemos encontrar un lugar para descender.

Lucca pensó unos instantes. Ya no estaba en su mundo, y estaba lejos de su padre, eso la favorecía.

—Ahí hay un lugar suficientemente grande para que yo descienda —continuó diciendo el dragón.

El lugar era un pequeño claro. Descendió allí mojando sus pies en el enorme charco.

Lucca descendió del lomo de la bestia alada bajando por una de sus alas y usándola de tobogán.

Después de caer de cola en el charco se secó el vestido. Estaba todo sucio.

El dragón lentamente se fue encogiendo hasta convertirse en el niño de ojos ambarinos. Él, con su oído súper desarrollado, escuchaba la alarma de los elfos. Seguramente se debía su presencia.

A ningún elfo le gustaba ver un dragón en su mundo. Y menos aún si se trataba del viejo y gruñón Crushank.

—¡Vámonos de aquí!

—Pero necesito cambiarme... ¡Ey! ¡Espérame! ¡Qué calor que hace aquí!

Crushank tronó los dedos y al instante las ropas de Lucca se convirtieron en ropaje élfico, al igual que las de Crushank.

—Es una protección. Si te preguntan, eres de Kinian.

Sin más el dragón comenzó a caminar por el bosque, lo conocía también como la palma de su... bueno, de su garra.

—¿A dónde vamos? —inquirió la joven Lucca—. No creo que vaya a pasar por una elfa Solar, oí que son todos rubios.

—¿Eso oíste? Interesante. Busquemos algo de comer.

La joven siguió a su tutor. A pesar de ser un dragón muy viejo, casi tan viejo como el mundo, era inteligente y hasta un poco gruñón. Aunque una pregunta había quedado flotando en el aire.

—Crushank, ¿cómo es que nosotros no podíamos entrar a Axaroth y tú sí?

—Bueno —dijo él pensando en lo que diría, al fin se decidió—. En nuestros mundos hay ciertos sellos o protecciones, son muchos, demasiados, pero sin embargo yo soy poseedor de uno que está en mi sangre: El sello de los Morganitas.

—¿Y eso en que te ayuda?

—Puedo entrar en sus tierras sobre volando la dimensión en que ellos se encuentran y atormentarlos a gusto, esa es mi ventaja.

¿Los sellos? Kait en aquel sueño en la cueva había dicho "El sello de Alessa".

—¿Puedo hacerte una pregunta más, Crushank?

El niño no dijo ni que sí ni que no, parecía entretenido buscando algo en aquella zona, así que supuso que eso era un sí.

—¿Qué es el sello de Alessa?

El niño casi tropezó y cayó por un barranco al escuchar aquel nombre. Se dio vuelta y la miró con sus extraños ojos ambarinos.

—No digas nunca eso en mi presencia. —De repente, como si la calma volviera, le explicó—: El sello de Alessa es un sello de parálisis corporal de todos los sentidos y además —se pasó la lengua por sus labios resecos— es un sello mata dragones.

Lucca decidió no preguntar más por el sello de Alessa, y de paso tampoco por los demás.

—El viento está cambiando. ¿Será posible? ¡No! —El niño hablaba solo—. Parece que sí, No te muevas, Lucca.

El niño puso sus manos en la boca y sopló fuertemente creando unos vientos que arrancaron árboles enteros.

—Bien, aquí entrenaremos —le dijo Crushank—. ¿Qué sabes de magia?

Lucca no conocía mucho del tema, su padre se lo había prohibido de niña.

—Nada —respondió finalmente Lucca.

—Bien, entonces comencemos. La magia se divide en cinco partes, nosotros solo veremos dos: Materialización y Conciencia, aunque los elfos llaman «Elemental» a esta última. La magia desde tiempos antiguos ayudó a los hombres a llevar a cabo sus ambiciones, sin embargo, aún hoy, el humano no ha aprendido a valorarla del todo. Sin la magia no son más que carne y alimento de gusanos.

Crushank siguió hablando:

—La magia de Materialización puede invocar lo que al usuario, y según su nivel de experiencia, le parezca más cómodo.

—¿Por ejemplo, la espada de la escarcha?

—Sí, pero hay un problema con ese tipo de invocaciones, luego de usarlas desaparecen. Yo podría invocar. Por ejemplo, la espada tormenta de acero, pero luego de unos segundos desaparecería ya que no es la real.

—Ahora entiendo, Kait usó la espada Materializada como un elemento y la introdujo en tu garganta. ¿Pero cómo la convirtió en agua?

—Es una buena pregunta, al parecer la espada invocada era de hielo de Helheim, donde habitan Hela y los gigantes de fuego, la espada está hecha de un hielo que no se derrite ante nada. Y en ese momento entró en juego la magia elemental.

Lucca estaba empezando a marearse, todo era nuevo para ella.

—Convirtió la escarcha, el hielo, en agua —dijo Crushank aclarando—. Por cierto, fue algo que no esperaba.

Lucca sonrió. Crushank dio por entendida la batalla, y acto seguido se convirtió en el enorme dragón.

—Para usar mi magia necesito convertirme, «Caos» —gritó.

Un dragón con las patas delanteras azules, el vientre rojo, los cuartos traseros negros, la cola terminada en puntas y la cabeza de color amarilla apareció frente a Lucca.

—¡¿Qué es eso?!

—Él es el dragón del caos y si quieres aprender magia debes ganarle. Domina la magia y te servirá, falla y... bueno, no hace falta que diga lo que pasará. Iré al bosque de Kinian para ver por qué aún suena la alarma.

Y sin más, Crushank levantó vuelo y partió.

El dragón del Caos rugió atemorizante. Y acto seguido la montaña que estaba cerca de él fue arrasada. Lucca estaba atemorizada. ¿En que estaba pensando? ¿Un dragón? Quería correr, tenía la voluntad, pero las piernas estaban arraigadas al suelo.

¡Eso es! ¡Las piernas! Cerró los ojos unos instantes y se imaginó corriendo del dragón a mucha velocidad. Recordó unas palabras que Kait le había dicho en un momento.

«Cuando quieras usar magia, solo piensa y actúa en consecuencia a la acción. ¿Quieres volar? Imagínate con alas, ¿qué te lo impide?»

Al abrir los ojos unas botas de cuero negras con las cuales se podía mover a alta velocidad ante los envistes del dragón del Caos estaban allí en sus pies.

Debía analizar la situación mientras durase la pelea. El dragón atacaba con bocanadas de sonido que rompían todo.

Supuso entonces que los elementos eran cuatro: Tierra, Agua, Viento y Fuego; y cada dragón poseía un tipo de corazón: Bueno, Neutral y Maligno.

Si este era un dragón del caos, su corazón habría de estar confundido, necesitó de algo que lo aturdiera permanentemente.

Cerró los ojos y se imaginó cargando un martillo gigante de esos que usaban los enanos y con unas alas en las botas.

Cuando abrió los ojos sostenía el martillo cargado en su espalda y tenía las alas en las botas.

Lucca se lanzó en picada esquivando las bocanadas de viento y dando justo en la cabeza al dragón del Caos.

El Dragón cayó y quedó allí inmóvil, el martillo, las botas y sus alas desaparecieron cuando ella aterrizó. Había ganado.

Pensó por un momento que aquello era genial. La magia sin dudas le habría puertas.

Su padre Máximum Seb de Jiran usaba también aquel tipo de magia.

En aquel momento algo le molestaba. Su padre era un buen Mago y guerrero, y quizás un gran asesino, quien sea que se lo hubiese llevado tenía mucha fuerza mágica.

¿Por qué su padre la miraba aterrorizado cada vez que se le ocurría pedirle que le enseñara magia?

Estaba contenta. Nada podía quitarle su buen humor.

—¿Quién eres?

Un sujeto de capa blanca le hablaba desde uno de los árboles, mientras otros tres lo escudaban. Reconoció a uno de ellos que se dedicaba a mirar el suelo.

—¿Padre? ¿Qué te ha...?

En cuestión de segundos el de la capa blanca la tumbó al suelo y le puso un cuchillo médico, llamado bisturí, en la garganta. Lucca estaba aterrada.

—Nos acompañaras sin hacer preguntas. Morir no es una opción.

—Padre.

El dragón del caos que había sentido la presencia de extraños en su entorno se irguió en todo su poderío y rugió ferozmente.

Uno de sus acompañantes, al cual parecía salirle y entrarle algo de atrás, se acercó al dragón.

—Ishtar, elimina esa molestia por mí.

A una gran velocidad el antiguo mercenario conocido como Ishtar atacó al dragón con una espada que le salió de la mano.

—¡Bestia fétida! ¡Te gané una vez puedo hacerlo dos veces!

—...Dos veces... —dijo aquello que estaba en su espalda.

Lucca abrió los ojos como grandes Orbes cuando se dio cuenta de que era lo que salía de la espalda de Ishtar.

—Sí, es un lázaro, un alma errante —dijo su padre que miraba la pelea entre el dragón y el hombre con interés reverencial—. Fue revivido en un cambio de almas. Me da pena.

Ishtar embestía una y otra vez a Caos. ¿Qué esperaban?

Había alguien más allí. ¿Otro lázaro? Su pelo rubio le recordaba a Kait. ¿Quién sería?

—Es Lord Caleb, un Morganita proveniente de Axaroth. De hecho fue su rey en tiempos conflictivos —dijo Máximum.

Lucca se puso en pie a pesar de la fuerza que hacia Gerard para sostenerla.

¿Cómo es que aquella joven tenía tanta fuerza de repente? Gerard dejo que se levantara y ordenó a Caleb que atacara a la joven.

En unos segundos, cuando Ishtar logró atravesar el corazón del caos, Lucca desapareció.

—¿Dónde fue?

—Donde no la encuentres —dijo Caos y murió.



III



Coral, bajo el disfraz de Astinus, iba de árbol en árbol alentando a los elfos a reagruparse.

Había que encontrar al asqueroso elfo oscuro, Hilidan.

Algunos elfos Solares, que estaban de guardia en el momento en que murió el orador de los soles, decían que todo era muy raro. No habían escuchado salir al Oscuro.

—Ellos son inteligentes, no son como ustedes —les decía Coral—, salgan a buscarlo o entraremos en guerra.



IV



Mientras tanto en las marismas del palacio Oscuro debajo de la tierra, donde el rey Oscuro regía, el joven Hilidan se presentó ante el rey.

El joven elfo de cuerpo imbuido en barro, de pectorales fuertes, al igual que sus brazos y ojos negros sin el menor rastro de piedad, se acercó al trono de su padre acompañado de dos guardias.

El gran rey Oscuro, denominado Unum en la antigua lengua élfica, se puso en pie y con una señal de la cabeza despidió a los carceleros.

—Padre. ¡Eres el Gran Unum! ¡Designado por los dioses del país del destierro para cumplir tu misión en esta vida!

Unum lo miró un segundo y decepcionado bajó la cabeza.

—Sabes lo mucho que te quiero, ¿verdad, Hilidan? Ya he perdido a tu madre, ¿quieres que te pierda a ti también?

Hilidan agachó la cabeza y dijo en voz baja:

—Yo no lo maté.

Unum hizo oídos sordos a la confesión de su hijo.

—¿Sabes por qué la ciudad de "Debajo de los solares" me ha elegido como su rey? ¿Sabes por qué murió tu madre?

Hilidan meneó la cabeza mientras decía "Yo no lo hice".

—¡Silencio! —Unum había tomado un tono verde agua.

El rey se sentó en su trono y miró a su hijo. Era su hijo pero no podía permitir otra deshonra. Ese maldito Astinus lo estaba dejando sin familia por segunda vez.

—¡Maldición! —dio un golpe seco contra la pared hecha de barro y yeso haciéndole un hueco con grietas alrededor—. Sé que me voy a arrepentir por esto.

Hilidan palideció y sus ojos negros se hicieron pequeños.

—¿Qué? ¿Qué harás padre?

En las puertas del trono había dos guardias mirando todo.

—¡Guardias! —los guardias se acercaron—. Quiero... —Unum metió sus manos en el bolsillo— Quiero... —Tanteó en busca de aquello y en cuestión de segundos ambos guardias estaban muertos—. ¡A mi familia viva! —Lanzó unos dardos venenosos que atravesaron el barro seco y se clavaron en los dos Oscuros.

—¿Qué has hecho, padre? ¡Mataste a cuatro de los nuestros!

—No es delito si no hay testigos, es parte de nuestras leyes. —Chasqueó los dedos y las esposas se abrieron—. Hijo, es hora que te diga la verdad. Sobre la muerte de tu madre: La gigante Tisha.


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