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Crónicas de Midgard, Volumen 1, Libro 3, Capítulo 3 - Matriel y Cinthia
I
Sin embargo, y mientras tanto, en las regiones de Midgard, el clan de la Rosa negra saliendo del Yggdrasil se preparaba para el enfrentamiento.
A modo de recordatorio: Cinthia y Matriel iban al norte buscando aliados. Chris y Chaos iban al este en busca de provisiones. Galpax y Diodoro pedirían asilo para los heridos en las tierras del oeste. Así estaban dadas las cosas.
La región del norte era zona pacífica. Allí los enanos trabajaban en las minas. Matriel iba vestido con una armadura de Mithril negro que perteneció a Joan y era llamada Tsunimori, por lo que era un mérito al honor su uso.
Además, por supuesto, que Joan era su madre –Matriel era un Daki— y su padre un enano obrero que lo abandonó al nacer. Por razones que el mismo desconocía era aún más fuerte que todos los humanos juntos.
Volviendo a la armadura, durante un viaje al caído «Pozo Valhala» en donde sus padres se conocieron: Joan, una guerrera de la orden de Scrania, y su padre, un joven y fornido enano, lograron algo que estaba prohibido.
Sí, se amaron. Pero no podían ser felices allí.
Entonces fue que Joan planeó una forma de ser destituida. Deshonró a la orden aquella perdiendo contra un ser espantoso y grotesco.
Todo quedó en secreto.
Se le inició un sumario y la expulsaron a las tierras humanas.
Fue entonces que ella pudo ser feliz.
Los votos sagrados eran parte de la tradición. Y dentro de esos votos se prohibía la mezcla de sangre. ¿Un Daki? Quizás lo hubiesen matado de ser por los asquerosos elfos solares.
Por otro lado, estaba Cinthia. Su abuela había pertenecido a la orden desde su nacimiento. Pero nunca se lo había dicho a nadie. Su hija murió durante el parto de su nieta.
Así fue hasta que, en su lecho de muerte, habló uno a uno a los miembros de la familia, contándoles la historia del Yggdrasil, Nimbluzz y todo lo que ella sabía estaba relacionado con el segundo Ragnarok. Pero, lamentablemente, ninguno quiso tomar ese camino. El camino era duro y estaba rodeado de espinas. Como una «Rosa negra» cuyo tallo estaba protegido. Sin embargo, el perfume de aquella rosa negra atraía al elegido siendo su nieta la escogida por el destino para ocupar la vacante.
En cuanto a lo físico, Matriel era alto y grotesco como buen Daki. Sus ojos eran miel, su pelo dorado, una barba del mismo color además de unas orejas puntiagudas.
Cinthia, en cambio, de pequeña estatura, casi pareciendo una niña—adolescente, su pelo negro atado en una cola de caballo y el pelo restante en forma de trenzas.
Parecía atolondrada y torpe.
Iban en sus caballos camino a las minas. Pero había un problema: Frente a ellos se extendía «El bosque Dragón».
Al pie del volcán Ígneo se encontraba la mina de los enanos.
Según corría el rumor, allí estaban aguardando los Morganitas que provenían del sur.
—¿Qué hacemos? –Preguntó Cinthia preocupada.
—Deberíamos rodear el bosque. Son unos treinta kilómetros hacia el oeste si queremos evadirlo todo. Y después ir en diagonal. Nos llevará unos cuatro o cinco días sin dormir. Si dormimos será un tercio más.
—¿Ocho días? ¡Demonios! –maldijo ella.
—...O, entrar ahí...
—¿Y si las leyendas son verdad? ¿Qué tal si los reyes dragones o el mismísimo Jimba está dentro? ¡Solos no podríamos ganar!
—Es verdad. Tendremos que apurarnos... tal vez... mmm... ¿Y si hubiese un hueco en la roca del volcán?
—¿Cómo piensas hacer eso? ¡Como si fuera tan fácil!
—Sígueme.
Matriel la guió hacia un sendero que pocos conocían. Tal vez solo los reyes dragones conocían el lugar o tal vez no.
—Mi madre me hablaba mucho de este lugar. Los enanos llaman a esta gruta «El descanso de los dragones».
—¿Por qué no lo dijiste antes?
—Bueno, Los Dakis somos cortos de memoria, pero recordamos cosas en el momento justo. Por ejemplo: Olvide tu nombre, sin embargo si me lo preguntas ahora...
—¿Olvidaste mi nombre?
—Habla más bajo Cinthia, los señores dragones o peor, los Morganitas, podrían oírnos.
Cinthia asintió y siguió a Matriel hasta la puerta de la gruta, pero se encontraron con un obstáculo.
Matriel no sabía que decir. No recordaba que su madre le hubiese comentado de aquella puerta. Estaban en una encrucijada. De pronto sintió un hedor extraño en el aire. No podía ser: ¿¡Un dragón!?
—Silencio... —Pidió Matriel en voz baja— No es un dragón, Son varios.
—¿Qué? ¿Dragones? ¿Aquí en el norte?
Estaban cerca. Muy cerca. Conocían el camino. ¡Malditos dragones!
—Escondámonos ¡Singar!
—Magia esconde olores. ¡Bien hecho!
—Cierra la boca.
Estaban escondidos detrás de una mata de arbustos conteniendo la respiración. Esperaban ansiosos. Nunca habían visto a un dragón en aquel mundo. Aunque tampoco es que quisieran.
—Calma tus latidos —Dijo por lo bajo el joven Daki— ¡Te escucharán!
Matriel buscó en su mente alguna forma de salir de allí. Pero ya era tarde. Los dragones venían. Escuchaba sus voces... ¿Hablaban neutro?
—¡Iperus! –Tocó la cabeza de Cinthia y ésta se durmió. La tomó en sus brazos y la acostó. Si moría iba a ser su culpa y Lord Metin se sentiría mal.
Matriel se asomó y observó el camino. ¿Aquello eran dragones?
—¿Madre está dentro de este lugar? ¿Qué lugar horrible para estar no?
El que dijo esto era un dragoniano, un dragón artificial. Había oído leyendas élficas oscuras que durante el Ragnarok existía una forma de vida llamada «Niddhog» que era el padre de los dragonianos. Ponía huevos que después nadie sabía cómo nacían. Sin embargo se habían extinguido hacia años. ¿Qué pasaba?
La lógica fría de Matriel le dijo que allí había más que dragonianos. Y si esto era verdad, encontraría las respuestas a una gran encrucijada.
—Madre y Padre nos esperan. Entremos.
Los dragonianos dijeron unas palabras –que él memorizó— y entraron al lugar.
—Perdón Cinthia, debo ir solo.
Y, siguiendo a los dragonianos, se perdió en las puertas.
Un mago humano repetía un hechizo frente a una criatura tan espantosa como temible. ¡Madre! Pero no era solo Madre ¡También estaba Padre! ¿Qué estaba haciendo aquel humano? ¿Magia negra? No lograba identificar el idioma en el cual hechizaba el conjurador.
El conjurante llevaba una túnica negra con bordes violáceos y la capucha echada hacia delante. Sus ojos, tapados por su túnica y la sombra del fuego que allí ardía, se le hicieron conocidos. Sin embargo... ¿Había visto esos ojos en otro lado? ¿Un tapiz? No, no podía ser. Debía salir de ahí y decírselo a Lord Metin.
Una paloma pasó volando junto a él. El susto provocó un suspiro que pasó desapercibido al mago y a los dragonianos.
El mago terminó el hechizo.
—Madre, Padre. Estamos listos —Dijeron los Dragonianos al unísono— Deseamos hacer tu voluntad: Madre Freya, Padre Loki.
—¡Por fin! Gracias a ti Nimbluzz, gran Nigromante, hemos conseguido revivir –Dijo Loki entre risas nefastas y vos chillona.
El mago se quitó el traje negro y violeta para revelarse como Nimbluzz. Pero no era Gerard. Tenía el pelo rubio, ojos celestes y hablaba de una manera extraña. Le sobresalía algo desde la espalda. ¿Un Lázaro? Al escucharlo hablar, se dio cuenta de que lo que sobresalía detrás era su alma atormentada que repetía lo que su cuerpo decía.
—Gracias padre y madre (...madre) Perdón por la tardanza (... Tardanza)
Freya lucía un vestido blanco, su pelo era blanco y su voz fría como la nieve.
Loki en cambio era un poco más «humano». Su pelo negro, sus oscuros ojos y un porte digno de un rey era lo que mejor lo describía. Excepto por su panza abundante en comida y bebida.
Los dragonianos mantenían un respetuoso silencio.
Loki fue el que habló.
—He esperado muchos años para este momento. ¿Freya?
—Debemos esperar Loki. Pero temo que no estamos solos. He rastreado el lugar y parece que hay un Daki detrás de la gruta.
Al escucharla Matriel se sorprendió, ¿Podía hacer eso Freya? Decidió mostrarse.
—¡Nimbluzz! ¡¿Que has hecho?! Debo decir que me sorprendes Freya.
Un rayo fue disparado de la mano de Nimbluzz y sin escuchar más tonterías Matriel fue asesinado en aquella recamara.
La paloma salió volando hacia los brazos de Freya.
—Trae un mensaje según parece (... según parece)
—Así es –Dijo Freya posando la mano sobre la cabeza del ave— Es Gerard.
—¿Qué dice...? (... ¿Qué dice?) –Los ojos de Nimbluzz se abrieron de par en par mientras Freya, mirándolo a los ojos le daba la noticia.
—El clan de la Rosa negra está tramando algo. Todavía no he conseguido los grimorios ni los sellos restantes. Me dirijo a toda prisa a Kinian. La orden de Scrania ya no existe.
Todos se miraron. ¿Quién podría estar actuando a escondidas y a sus espaldas?
II
Chris y Chaos iban por el este. Habían optado por la movilidad en carro. Chris era el cochero. Chaos iba atento. Los Morganitas podrían atacar de repente y entonces ¡Pam! ¡Muertos! ¡Se beberían su sangre y se convertirían en bestias que solo ansiaban el poder y la carne corrupta!
Chris detuvo el carruaje. Los caballos parecían cansados, pero no se habían detenido por ellos.
Un monje negro, aquellos que dominaban el arte de la magia conocida como «Conciencia oscura» estiraba su mano para pedirles que lo lleven.
—¿Qué hacemos Chaos?
—Ten lista tu hacha.
El monje se acercaba a donde ellos se habían detenido. Era alto y flaco; llevaba una máscara blanca que le tapaba el rostro.
El monje subió a la parte trasera del coche y en unos minutos se durmió.
Chaos no se animaba a decir nada respecto a la misión y Chris menos. Iban callados por el bosque. No había nadie a la vista. El monje seguía durmiendo.
Los monjes negros, que entrenaban chicos para convertirlos en asesinos y ladrones, no hablaban. Solo hacían señas. El voto de silencio era algo que no excluían. Aquel monje no parecía ser la excepción. Pero en aquel momento roncaba. Pensar que podría ser un Morganita con la ropa de alguien a quien había devorado o un asesino a manos de Madre, los ponía incomodos. A su vez, no podían quitarle la máscara o, si él lo llegase a descubrir, no vivirían para ver un mañana.
De pronto, dos garras como de tigre, salieron del suelo.
—¿Qué pasa?
—¡Toma las riendas!
Las garras abrieron a la mitad a los corceles y estos cayeron al suelo.
Chris y Chaos saltaron pero el monje negro no. El carruaje volcó y la máscara del monje salió rodando fuera del carro, donde se hizo añicos.
—¿Quiénes son ustedes?
Los enemigos eran dos seres grotescos. Parecían reptilianos, pero no lo eran. Y a su vez parecían hombres pero no lo eran.
Chris sacó su hacha y Chaos aquel pequeño silbato.
—¿Por qué están en nuestras tierras? ¿Quiénes son? –Preguntó Chris y notó que Chaos temblaba y miraba fijo al ser de grandes garras.
—Son Dragones Lich...
—¿Estos son Dragones Lich? –Chris lo observó y una sonrisa brotó de sus labios— ¡Perfecto! Ya me estaba aburriendo.
Dicho esto se lanzó al ataque y Chaos hizo sonar su silbato que parecía no tener sonido alguno.
Al cabo de unos segundos el guerrero nórdico y su amigo estaban enzarzados en una pelea. Los Dragones Lich mostraban tener un adiestramiento especial en luchas. Los golpes dados por ambos grupos estaban parejos.
En un momento, Chaos cayó al piso y el Dragon lich, que lo había alejado de Chris, estiró su garra para dar el último golpe. Sin embargo algo como el trueno golpeó a ambos contrincantes Dragones Lich.
—¡Thundra!
Una especie de lobo de pelaje dorado y dotado de un alto poder eléctrico apareció de la nada.
Para eso era el silbato. Pero no fue el único en aparecer...
—¡Fiery! ¡Aquans! ¡Windhy! ¡Nekorros! ¡Lighthy!
Fiery era un zorro de fuego que se encendía en llamas, Aquans era un perro dogo de cristal que lanzaba agua, Windhy era un perro lobo muy veloz y casi invisible a la velocidad que se movía, Nekorros era un lobo grande y negro aparentemente hecho con cadáveres y Lighthy era un perro chihuahua que se mantenía a alguna distancia.
Sin embargo los Dragones Lich no se quedaron solo mirando. Se pusieron de pie y gritaron tan fuerte que por un momento todo pareció temblar. En la distancia se escucharon gritos. Eran más Dragones Lich... ¡Y los tenían rodeados!
—¡Demonios! –Maldijo Chaos— ¿Cuántos son?
—¿Unos treinta? ¡O quizás cuarenta!
Los aullidos se escuchaban cada vez más cerca. Y, en cuestión de unos segundos, estaban rodeados.
Escucharon ruidos detrás de todos ellos. Algo se asomó del carruaje. Era el monje negro. Había hecho una máscara con la madera del carruaje y no parecía contento. Levantó las manos al cielo y con el sonar de su garganta las bestias aquellas quedaron vacías, como cascarones. El Monje los miró con sus ojos vacíos y les hizo una seña.
El chihuahua curó a los caballos y continuaron su viaje hacia el Este.
El monje negro se les había unido. Ahora tenían más poder que antes.
III
Galpax, la anciana y fea hechicera, y Diodoro, un marinero experimentado (Además de guerrero) iban en busca de asilo para los heridos. Ellos optaron también por el carruaje.
Galpax era una hechicera alta y flaca. Poseedora, en su juventud, un cuerpo envidiable. Sin embargo, en aquella época y especialmente aquel día, no era deseada por ningún hombre. Cumpliría setenta y cinco años. En cambio Diodoro, un tipo de hombre caballeroso y gentil, no se animaba a decirle que no. Así que los días que habían estado de viaje se había ocupado de darle una alegría a la anciana. Y ella más que contenta. Lo besaba, lo abrazaba y, para Diodoro, era un caracol baboso y asqueroso.
Diodoro apenas llegaba a la edad de treinta años. Era tan alto como Galpax, pero ancho de espaldas. Un bigote grueso y negro remataba su cara bonachona.
—Déjame repasar tu plan –Indicó Diodoro sacándose de encima a la vieja, con cuidado y respeto— entraremos al santuario y hablaremos directamente con el patriarca, que está (...) en el último piso (suspiro) ¿acaso quieres entrar a romper todo lo que se nos cruce? ¿Qué fue eso?
Un halcón volaba sobre ellos. No habían sentido su presencia. El halcón tomó velocidad y los atacó una y otra vez volando sobre ellos luego de cada embestida.
Galpax preparó su magia.
—¡No! ¡No la lastimes! ¡Ella es (...)!
Un grupo de bestias salvajes salieron al encuentro del carruaje. Pero se detuvieron allí.
—¿Qué quieren?
El halcón bajó y se convirtió en humana al igual que el resto de animales.
—No han venido de forma hostil ¿Buscan ayuda?
—Era verdad por lo visto. Diodoro, el gran caballero de la orden de Nimbluzz. ¿Cómo era el nombre del clan?
—¿¡Que te importa bruja!? –Grito Galpax, pero fue detenida inmediatamente por su compañero.
—¿Quién eres? ¡Preséntate por lo menos!
—Me llaman Naara, la dama del Halcón; y estos son mis ayudantes. Somos Morganitas, pero tranquilos, no los vamos a comer. Estamos aquí por negocios.
—Prosigue –cedió Diodoro— veo el inicio de una unión.
—Así es.
La tensión se cortaba con un cuchillo. Galpax veía amenazada su integridad física en aquel momento y así se lo hizo saber a Naara.
—Habla, veo que estamos en espantosa minoría. Si no nos han matado hasta ahora... ¿Eres su reina?
La mirada de Naara se volvió fría e intensa, como un abrazador hielo.
—El rey ha muerto. Es todo lo que necesitan saber. ¿Diodoro era tu nombre?
Él asintió.
—¿Has perdido mucho en esta era verdad? Amigos, parientes sanguíneos e incluso animales.
—¿A dónde quieres llegar Naara?
—Ibas a pedir ayuda, sin embargo las poblaciones delante de nosotros han sido hundidas en su propia guerra. Jimba, el rey dragón que Josué dejó a cargo de Ishtar, ha resucitado y está aquí junto a un elfo malvado. Sé que su clan ha adorado a Nimbluzz, pero su héroe es falso. La realidad es distinta.
—¿A qué te refieres?
—¡¿Cómo te atreves a hablar mal del legendario Nimbluzz?! –Gritó Galpax.
—Imaginé que reaccionarían así, por ello he traído este diario conmigo. Sírvanse examinarlo.
Luego de unos instantes de silencio donde Galpax y Diodoro examinaban el diario y en cada página abrían un poco más sus ojos. Devolvieron el libro.
—¿Cómo nos ha engañado así Nimbluzz? –Dijo Galpax con lágrimas en los ojos— Era todo para nosotros.
—¿Cómo es que tienes su diario?
—Él era Morganita, pero como nosotros juramos matarlo y tirar su cadáver en aquel mundo vació que él creo junto con Crushank.
—¿Qué tiene que ver Crushank?
—Según la leyenda, Nitsurg padre de todos los dioses, junto al clérigo evanescente Mincar, crearon la espada de la escarcha y el Arco y carcaj único. El Arco, luego del Ragnarok, fue dado a un elfo como prueba de su poder. Mientras que la espada fue sellada dentro de la tumba del clérigo. El que posea las dos piezas, obtendrá la inmortalidad y podrá gobernar lo que queda del Yggdrasil.
—¡Eso es terrible! –Dijo Galpax tapándose la boca en un grito ahogado.
—¿Pero en todos estos años no ha tenido posibilidad de encontrarlas?
—De hecho las encontró. Pero estaba bajo la influencia de alguien casi tan poderoso como él: El mago santo Josué.
—Deberíamos encontrarlo antes que él, ¿Verdad?
—Algo así. La realidad es que Crushank es la versión pequeña de Nimbluzz; Jimba su versión adolescente; Gerard (Está dentro de la cofradía del puño de Odín) es la forma de aprendiz de hechicero y lo más importante: Posee el sello de Alessa.
Finalmente, el aire a su alrededor se cortó, prorrumpiendo en un grito animal.
—Se ha acabado la charla, debemos huir. Sígannos... ¡No! Sin los caballos. Jimba huele el sudor de los caballos.
Los caballos le habían salido caros pero, eran ellos o su vida. Un pequeño golpecito en sus cuartos traseros y los animales corrieron como si fueran uno.
Bajaron una pendiente hasta una cueva y allí se quedaron hasta quien sabe cuándo.
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